lunes, 27 de agosto de 2012

Rafael Loret de Mola - ¿Derrecho al choque?

Rafael Loret de Mola
En el ala más radical del PRD, en donde la intención es secuestrar a la izquierda mexicana descalificando cualquier pronunciamiento de ésta que no sea afín al “movimiento” de resistencia y al llamado “frente amplio”, se estima que las calles y carreteras, todos los espacios destinados al tránsito de personas y vehículos, son susceptibles de convertirse en escenarios para la protesta. Cualquiera otra cosa, insisten con vehemencia, sería contraria a la democracia y, por ende, impregnados del viejo fascismo. En este sentido, la civilidad política sólo puede darse cuando se tolera y exalta... la anarquía.

Tras los comicios de 2006, bajo permanente sospecha y evidencias claras sobre “laboratorios” regionales destinados a infectar los escrutinios –lo lamentable fue que se exaltara el planteamiento sobre un fraude generalizado que no existió-, se convocó a un largo plantón en el zócalo cuyo desenlace fue igualmente controvertido, precisamente en las vísperas de las fiestas de la Independencia y con el propósito de evitar, según se dijo, una confrontación con el Ejército. Se optó por la prudencia, en la misma línea del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas cuando, tras el fraude monumental de 1988 –éste sí extendido a todo el país-, optó por replegarse y atajar a los desbordados que insistían en “tomar” el Palacio Nacional resguardado con tanquetas. En vez de un derramamiento de sangre se resolvió fundar un nuevo partido aprovechando el registro y la estructura partidista del PSUM.




El plantón poselectoral de 2006 tuvo, sin embargo, efectos importantes, el principal haber restado legitimidad al mandatario en funciones subrayando sus pecados de origen y la inmoralidad de una “campaña negra”, promovida por la Presidencia de la República y financiada por los grandes aliados empresariales del llamado “nuevo régimen”, fundamentada en la manipulación colectiva a través de cortinillas insostenibles en un debate político de altura. De no haberse cerrado la contienda al extremo conocido, con una diferencia mínima de sufragios entre el primero en la justa presidencial y su seguidor inmediato, el asunto se habría resuelto como una anécdota; no así cuando cualquier incidente, el mínimo, pudo determinar el resultado final con medio punto porcentual entre uno y otro.
Igualmente, aquella manifestación se dio con curiosas concesiones a la ciudadanía: Por ejemplo, se abrieron cauces para el paso de vehículos en los cruceros con mayor intensidad vehicular y no pocos saludaron el hecho como una oportunidad para caminar por el Centro Histórico de la Ciudad de México sin el agobio de una circulación cada vez más estresante. Hubo, desde luego, sentidas y explicables protestas... pero los efectos fueron magnificados, sin duda, por los interesados en descalificar cualquier protesta cívica sin el menor resquicio para el diálogo. Las intolerancias mutuas ganaron la partida.

Siempre los excesos revierten. Sobre todo los políticos. Estuvo de más, por supuesto, insistir en el fraude global cuando debió demostrarse que bastaron cuatro puntos neurálgicos –Guanajuato, la cuna del foxismo, entre ellos, como pude personalmente atestiguar-, para modificar el resultado final de aquellos controvertidos comicios; y fue excesivo, desde luego, prolongar artificialmente los campamentos urbanos distribuyendo “salarios” –doscientos pesos diarios- a los manifestantes que pasaban lista y después de iban a pernoctar a sus casas. Las estrategias, siempre, deben plantearse límites y salidas laterales para que no pierdan efectividad ni acaben por convertirse en las culatas de los rifles por donde salen los tiros torpemente disparados.

Para infortunio general, los radicales hicieron rehén suyo a Andrés Manuel López Obrador y a éste no le hicieron falta ni consejos ni antecedentes para volcarse hacia el extremo. Y nunca confesó su mayor, más grave culpa: Haber descuidado ciertos flancos, por ejemplo para cubrir con representantes todas las instancias y casillas, como volvió a repetirse hace casi dos meses, en donde los vacíos posibilitaron el festín consabido. Por eso, claro, no pudieron defenderse, jurídicamente se entiende, los millones de votos que recibió más allá de la inefectiva protesta callejera. Otra cosa hubiera sido de haberse descubierto y exhibido las fuentes reales del fraude y sus auténticos contextos. Lo más sencillo, claro, era atrincherarse en las rúas clamando por ser la parodia de una designación, la de “presidente legítimo”, surgida del clamor de cientos de miles de manifestantes que, en su conjunto, no logran ser significativos ante los más de setenta millones integrantes del padrón. Y aún así se propone al “todo México”, una expresión demagógica per se, como el origen de la exaltación grotesca. Perdidos los papeles.

Desde entonces ya pasaron seis años y estamos igual. Los legisladores derivados de la causa perredista, bajo protesta, iniciaron sus andares y prometieron mucho. Los frutos son raquíticos: Una reforma electoral con visos mínimos centrada en la remoción de los consejeros del IFE. Ningún otro candado se ha abierto, ni siquiera para señalar los vicios y la nueva alquimia utilizados a lo largo del proceso infectado, previniendo, claro, futuras reincidencias. Vamos, tampoco han sido capaces, los tales legisladores, de crear un nuevo formato para el informe presidencial empantanado. Seguimos en punto muerto luego de que los protagonistas han cobrado, eso sí, dos largos años de jugosas dietas con todo y viáticos de lujo. No hay signo partidista que diferencie las conductas de unos y otros.

Debate
¿Todas las calles, todas las plazas, todas las carreteras, son susceptibles de ser invadidas con “democráticos” acentos? ¿No hay ningún otro valor superior que deba prevalecer sobre la defensa, por ejemplo, de intereses gremiales y estrategias políticas? El propio López Obrador, no lo olvidemos, desdeñó y descalificó la marcha realizada en 2005 y protagonizada por más de un millón de personas clamando por seguridad, sólo porque la consideró un abierto desafío al gobierno de la ciudad por él encabezado entonces. Este antecedente debiera ser citado con mayor frecuencia por quienes sólo justifican sus propios actos provocadores y niegan a los demás, contrarios o no, el derecho a defender sus propias causas.

Y de este punto, incluso, puede arrancar la discusión acerca de lo que significa una izquierda efectiva y responsable –aun cuando, a veces, se desquician los términos en el ejercicio del poder-, y cuanto debe ser señalado sólo como espejo de un populismo latinoamericano insustancial y frívolo. El abanico es muy amplio, dijéramos entre figuras de la talla del chileno Salvador Allende y merolicos convertidos en chivos en cristalería a la usanza del venezolano Hugo Chávez. (Por cierto, nuestro gobierno apenas respingó con el decreto expropiatorio que permitió a Chávez posesionarse de la multinacional mexicana Cemex... sin que se atreva a incomodar siquiera a los grandes intereses y consorcios estadounidenses; hasta este punto llega el cinismo del personaje).

Podría decirse otro tanto entre la limpia figura del ingeniero Heberto Castillo y las turbias provocaciones, incesantes, del fanático Gerardo Fernández Noroña, un tiempo secretario general de un PRD en escisión y deformado estructuralmente, quien se da tiempo para meterse a los llamados “bloqs” periodísticos para autoexaltarse en ellos con argumentos demenciales subrayando ser víctima permanente de no se cuantos operativos represivos, el último de ellos al pie del Palacio Nacional durante la instalación del Consejo Nacional de Seguridad al que confluyeron todos los gobernadores y el jefe del gobierno defeño, de filiaciones distintas y hasta opuestas. El PRD, por supuesto, tenía voz en ese foro.

Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/derecho-al-choque1

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.