Juan Villoro |
El futbol se juega en los estadios, pero afecta a la bolsa de valores y al estado de ánimo de los panaderos. El pasado domingo, Cristiano Ronaldo se abstuvo de celebrar los dos goles que anotó ante el Granada. Desde que los Rolling Stones cantaron (I can't get no) Satisfaction, la cultura de masas no atestiguaba una ausencia de gratificación tan ostensible. Vitoreado por el Santiago Bernabéu, el número 7 del Real Madrid puso la cara de un burócrata que acaba de estampar un sello. Luego dijo que estaba triste "por motivos profesionales".
¿Qué le falta al delantero para sonreír? En tiempos de crisis, tiene un sueldo anual de 10 millones de euros netos, juega con el equipo que ganó la Liga, recibe el afecto de una modelo rusa y, algo más difícil de conseguir, del máximo intrigante del futbol mundial, José Mourinho. Pero algo le falta al gladiador. No ganó el Balón de Oro (que fue a dar a Iniesta) ni pudo tirar el último penal de la serie con que España doblegó a Portugal en la Eurocopa. Es admirado pero su ego reclama idolatría. Ha dicho que el mundo lo envidia por exitoso y apuesto (en la iconografía metrosexual compite con las estatuas griegas del joven Kouros).
El oficio de futbolista es el más comentado del planeta Tierra. Desde el Jardín del Edén, la especie depende de mitos que se forjan en la hierba.
Cristiano ha provocado la terapia de grupo más numerosa de la historia. Todo mundo tiene algo que decir de su melancolía. La pregunta decisiva es: ¿qué tan egoísta puede ser alguien que practica un deporte de conjunto? Enamorado de su reflejo en la pantalla de plasma, el Narciso de nuestros días olvida que depende de los otros.
¿Es posible que sea sencilla una persona cuya efigie vende millones de zapatos, desodorantes o yogures? Más aún: ¿es posible que sea normal? Desde que Héctor desafió a Aquiles, sabiendo que iba a morir, conocemos la respuesta: los héroes son normales.
El Premio Príncipe de Asturias acaba de ser concedido a dos futbolistas que, siendo excepcionales, demuestran que la gloria es sensata. Iker Casillas, capitán del Real Madrid, y Xavi Hernández, capitán del Barcelona, llevaron a España a conquistar el Mundial en 2010 y la Eurocopa en 2012. Desde la adolescencia han compartido la camiseta roja, pero militan en los archirrivales del futbol español.
En la temporada 2010-2011 los aficionados vimos enfrentamientos que no estábamos capacitados para metabolizar. El Barça y el Madrid se enfrentaron en la Liga, la Copa del Rey y la Champions. José Mourinho envenenó las ruedas de prensa, culpó a los árbitros de las derrotas, insinuó que el Barcelona se dopaba y le picó un ojo al técnico Tito Vilanova. El defensa portugués Pepe repartió patadas en el césped y pisó la mano de Messi.
Dispuesto a ganar a cualquier precio, Mourinho piensa que la ética es una señora que sólo da disgustos y que el odio es la vitamina del atleta.
Las tensiones entre el Barça y Madrid estuvieron a punto de fracturar la selección española hasta que Xavi y Casillas hablaron para acabar con la cizaña. Si la ávida sociedad del espectáculo quería sangre, los capitanes provocaron una anti-noticia: decidieron respetarse.
El Príncipe de Asturias honra la solidaridad de los enemigos. Nadie ha engrandecido más los goles del Barcelona que el incomparable Casillas, y Xavi es el mejor pasador de la historia del futbol español; nunca el equipo merengue ha disfrutado tanto como cuando le quita la pelota.
En 2008, Santiago Segurola escribió sobre Casillas: "El Madrid juega con uno más no porque Casillas sea un gran portero, que lo es, sino porque su presencia afecta visiblemente a los rivales". En 2009, escribió sobre el mediocampista blaugrana: "Xavi ha educado a los aficionados españoles, nos ha cambiado la mirada, nos ha trasladado de lo obvio a lo sutil, nos ha demostrado el incalculable valor de la paciencia, la astucia, el engaño y la adecuada elección de los momentos, nos ha demostrado cómo su pequeño cuerpo no le impide defender la pelota de sus atribulados rivales, nos ha dicho cómo se gobierna un partido".
A esos atributos deportivos se une su temple de capitanes: Casillas y Xavi hacen mejores a los otros.
Cristiano Ronaldo -conocido por las siglas CR7, como si fuera un célebre aparato- rara vez felicita a sus compañeros cuando no participa en el gol y sale de la cancha mientras Casillas reúne a los demás para aplaudir al público.
El futbol es más que un deporte. El desaforado interés que despierta lo convierte en modelo de conducta y espejo acrecentado de la sociedad. Sus pasiones fueron anticipadas por el primer comentarista de los héroes. El mundo no ha cambiado tanto desde que Homero enfrentó a Aquiles, el de los pies ligeros, y a Héctor, el domador de caballos.
Cristiano Ronaldo juega a ser un dios. Iker Casillas y Xavi Hernández juegan a ser hombres.
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