René Delgado |
La administración calderonista se extingue y, en esa condición, su titular hace de la amnesia su mejor mecanismo de defensa. El presidente electo,
Enrique Peña, integra un equipo de transición que si, efectivamente, no es el semillero de su gabinete, tiene por virtud despresurizar el armado del equipo de gobierno pero no define con claridad sus prioridades. Y, mañana, Andrés Manuel López Obrador deberá definir si la puerta del laberinto donde se encuentra es de entrada o de salida.
Todo en un momento donde titila la posibilidad de salir del marasmo, el legado de Felipe Calderón.
Enrique Peña Nieto es contundente, declara: "No vamos a improvisar: desde el primer día de gobierno tendremos claridad sobre qué vamos a hacer y cómo lo vamos a hacer".
Si su dicho se corresponde con la realidad, probablemente se esté frente a un estadista encubierto. Si no es así, quizá se esté ante un político tripulado que, por el peso de los intereses que se ven detrás, muy pronto perderá su disfraz. En cualquiera de ambos casos, se trata de un hombre con el aura y la magia de un partido que sí conoce el arte de gobernar... y de engañar.
Una u otra posibilidad derivan de las señales enviadas por el presidente electo. Públicamente ha dicho que, incluso, antes de asumir la Presidencia de la República, impulsará tres iniciativas: la creación de la Comisión Nacional Anticorrupción; la profundización y la ampliación de la transparencia de todos los niveles de gobierno y Poderes de la Unión; y la creación de una instancia ciudadana y autónoma para supervisar la contratación de publicidad oficial en medios de comunicación.
Suenan bien y resultan atractivas las tres iniciativas, pero no revisten el carácter prioritario concedido a ellas por Enrique Peña Nieto y sí, en cambio, su confección y resolución, pueden reducir en vez de ampliar su margen de maniobra para emprender otras acciones, éstas sí urgentes y de mucha mayor importancia y envergadura.
Montar o agregar aquella Comisión sobre la pesada, costosa e ineficaz estructura existente para combatir la corrupción sólo acrecentará la burocracia y el gasto, si no es que la misma corrupción: sin un rediseño completo y a fondo de esa enorme estructura, crear una nueva Comisión puede resultar contraproducente. Profundizar y ampliar la transparencia, como se pretende, por fuerza obliga a confrontar gobiernos estatales y municipales, cuyo sello partidista es el mismo que el de la próxima administración federal y, entonces, verdadero arte político exige empezar por sacudir la plataforma donde el nuevo gobierno federal finca su posibilidad. Y, por último, abrir a la ciudadanía los contratos de publicidad con los medios de comunicación, cuando quien impulsa la idea se distingue por cimentar en ellos su presencia y popularidad política, es, dicho con suavidad, un galimatías.
Sin minusvalorar esas iniciativas, la duda es si conviene invertir de entrada en ellas el capital y el esfuerzo político, cuando la realidad nacional reporta otros campos que exigen con urgencia acciones e iniciativas de gobierno rápidas y trascendentes. En la seguridad, la hacienda, la política y la educación están las claves para darle otra perspectiva al país.
Algo pero no mucho ha perfilado en esos otros campos el presidente electo y, ahí, es donde el equipo de transición causa cierta perplejidad. Es más la cantidad que la calidad de sus integrantes la que asombra. Su composición revela el pago de compromisos políticos hechos en la campaña. Algunos de esos pagos se entienden y tienen por virtud el reconocimiento de las fuerzas que confluyen dentro del priismo, pero otros pagos derivan no de esa virtud, sino del vicio de la transa política. Personajes que, en vez de permitir pensar en la posibilidad de afectar a los intereses que han frenado el desarrollo político y económico del país, obligan a considerar que, de nuevo, el costo de esas transas correrán por cuenta de la nación.
Es deseable, en todo caso, que la configuración de ese equipo sea un juego de distracción para quitarse presiones de encima y que, como dice el propio Enrique Peña, no sea el gabinete que lo habrá de acompañar. Es deseable porque en la terrible dificultad que vive el país, se cifra una oportunidad.
La figura de Andrés Manuel López Obrador es otra de las piezas del rompecabezas que posibilitará o no el rearmado del país. Mañana, ese líder opositor habrá de señalar si toma la puerta salida o de entrada al laberinto donde se encuentra.
Desde hace años, el líder tabasqueño privilegia los movimientos y, sin embargo, quiere hacer política en la cancha de los partidos. Ha recorrido una y otra vez ese camino, por lo que reinsistir en la ruta que no lo ha llevado al destino donde quiere ir es tanto como convalidar la necedad como rutina. Hace seis años, optó por erigirse como Presidente Legítimo para, sin decirlo, terminar por impulsar el movimiento que no adoptó como primera posibilidad. Mañana, dada la experiencia, la opción se resume en una: abrir el debate para integrar un nuevo partido si, en verdad, quiere hacer política y, en ella, construir una opción de poder y de gobierno.
Este domingo, López Obrador estará de nuevo en la plaza pública y, ahí, pondrá descargar el coraje sobre las instituciones, los partidos y los grupos de interés que, a su parecer, de nuevo frustran la esperanza en la democracia y la justicia o, bien, podrá hacer la autocrítica que se le dificulta para darle perspectiva a su movimiento planteando la posibilidad de integrar un nuevo partido que, en vez de alentar la diáspora de la izquierda, la reagrupe y rearticule. Es más, de seguro, podrá hacer ambas cosas, pero si no da ese paso, el movimiento, en su contrasentido, dejará de serlo.
En esa definición, el dirigente opositor dejará ver si toma la puerta de salida o de entrada al laberinto que tiene frente a sí. Salir de él, exige un doble ejercicio harto difícil y en el cual López Obrador no ha mostrado mucha habilidad: el de la humildad política y el replanteamiento de temas que ha tomado como dogmas.
El punto es que, en esa definición, el tabasqueño se juega no sólo su propio destino sino el de muchos otros. Se verá si la experiencia tenida y la ruta recorrida dejan lecciones.
Lo mejor de la circunstancia es que cada vez faltan menos días y piezas para saber si puede rearmar o no el rompecabezas nacional.
Leído en: http://noticias.terra.com.mx/mexico/politica/rene-delgado-las-piezas-y-el-rompecabezas,b96fa539226a9310VgnVCM4000009bcceb0aRCRD.html
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