jueves, 27 de septiembre de 2012

Leo Zuckermann - Sobre la paz sindical en México

Leo Zuckermann

En Shaping the Political Arena, los politólogos norteamericanos Ruth y David Collier hacen un estudio fundamental sobre la relación entre los movimientos obreros y los regímenes políticos en América Latina.
Los autores argumentan que la modernización capitalista de principios del siglo XX trajo consigo la formación de una clase trabajadora radicalizada organizada en movimientos laborales. La reacción de los distintos estados nacionales latinoamericanos a estos movimientos determinó, según ellos, el tipo de régimen político de cada uno de los países.
De acuerdo a los Collier, las reacciones de grupos conservadores hacia los movimientos obreros derivaron en un sinnúmero de golpes de Estado en América Latina. En México, en cambio, la incorporación del sector obrero a un partido de Estado permitió canalizar y resolver el conflicto entre las fuerzas conservadoras del capital y las fuerzas progresivas del movimiento laboral.
El sistema priísta fue eficaz para negociar la lucha de clases lo cual, en comparación con otros países latinoamericanos, dio mucha estabilidad a la vida política del país. Esto no es ninguna menudencia si se toma en cuenta los horrores que significaron las diversas dictaduras militares en Latinoamérica.




La relación del Estado mexicano con el sindicalismo oficial fue funcional para ambas partes. Por un lado, se consiguió paz y estabilidad política. Por el otro, los obreros mexicanos lograron ciertos derechos en su seguridad social.
Los mayores beneficiarios de este pacto fueron los líderes sindicales quienes recibieron jugosas rentas económicas y poderosos puestos políticos. Eventualmente, la complacencia se apoderó de estos dirigentes quienes cada vez más estuvieron dispuestos a acomodarse que a luchar.
En los años ochentas se dieron una serie de acontecimientos que tuvieron un efecto directo sobre el sindicalismo mundial y mexicano. El sistema comunista, supuesto defensor de los intereses de la clase trabajadora, cayó. El mundo se convirtió en un lugar predominantemente capitalista donde comenzó una despiadada lucha --no de clases- de países por conquistar mercados. En esta implacable globalización, los capitales se dirigieron a los lugares donde el trabajo era más barato, productivo o preparado. Esto significó un nuevo reto para los sindicatos acostumbrados a una concepción anacrónica de la lucha de clases.
En esa misma década, en México se dieron una serie de reformas económicas orientadas a fortalecer al mercado. El Estado perdió espacios y con ello capacidad de repartir beneficios al movimiento obrero organizado. Además, los sindicatos fueron perdiendo poder dentro del PRI, partido que, con la creciente apertura política, tuvo que competir para ganar puestos de elección popular. El otrora partido hegemónico ya no pudo asegurar posiciones de poder a dirigentes obreros impopulares, como Joaquín Gamboa Pascoe, quien en 1988 perdió por un amplio margen la senaduría del Distrito Federal.
Lo increíble es que Gamboa Pascoe sigue siendo el octogenario dirigente del movimiento obrero organizado. Y, del lado gubernamental, ha habido una decisión de las administraciones panistas, tanto la de Fox como la de Calderón, de acomodarse con estos líderes y sindicatos que vienen de la época dorada del PRI.
Aunque los panistas han preferido mantener la fiesta laboral en paz, ahora el gobierno calderonista ha enviado, de nuevo, una reforma laboral para modernizar el movimiento obrero, para hacerlo más democrático y flexible. Es previsible que los viejos líderes, con todas las mañas que conocen, se resistan a cualquier cambio. Al fin y al cabo, ellos son los beneficiarios del estatus quo y siempre podrán amenazar que, si se hace una reforma que toque los intereses sindicales, se acabará la paz laboral que tantos beneficios políticos tuvo para México en el pasado, pero que hoy tiene un pesado costo económico para el país.
Twitter: @leozuckermann

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.