viernes, 7 de septiembre de 2012

Rafael Loret de Mola - Dependencia Habitual/ Los Lugares Comunes

Rafael Loret de Mola

El conformismo de los mexicanos anida acaso en su condición de nación conquistada; también en las dependencias extremas que han marcado nuestra historia. No sólo los trescientos años de vida colonial, atenidos a la voluntad insensible de la Corona española, sino también una vida “independiente” bajo el simulado dominio del poderoso vecino del norte contra quien no fue posible guerrear jamás en igualdad de circunstancias –de allí las invasiones infames a Veracruz, por causas descocadas, y la deplorable expedición punitiva que Villa burló con las armas del ingenio y la sagacidad-.
Dicen igualmente que nadie iguala a los mexicanos en su capacidad para festejar a la patria durante sus efemérides ni para exaltar el orgullo nacionalista en incontables bravatas de cantina. Y, sin embargo, como una de las tantas paradojas que conforman la personalidad global de los mexicanos, en el exterior se asume que no hay nadie mejor para fustigar al país como nosotros mismos. En España un colega periodista me dijo:




--Cuando escucho hablar mal de México por lo general se trata de un mexicano. Son los peores embajadores de su propio país.
Debí asumir, con infinita tristeza, la verosimilitud de aquella sentencia lapidaria. Otra cosa son las razones: el hastío ante la ausencia de gobierno, la lacerante corrupción que no cesa, la tremenda desigualad de clases y la proliferación de la violencia por efecto del narcotráfico en crecida y de la ausencia de oportunidades laborales que posibiliten ingresos dignos. No hay líderes, además, pero esta circunstancia parece ser una condicionante universal en una época marcada por las inducciones desde el poder.
Es curioso que, por ejemplo, los españoles, de quienes nos emancipamos en 1810 –más bien a partir de 1821 cuando entró a la ciudad de México el Ejército Trigarante- para forjar nuestra soberana nación, aleguen siempre contar con los mejores legados de la naturaleza e incluso de la cultura y la historia. Y, por si fuera poco, en cada región exaltan lo suyo sobre las bienaventuranzas de las provincias vecinas. El localismo exacerbado explica el arraigo aun cuando, por otra parte, tiende a exacerbar las autonomías pediéndose con ello la homogeneidad nacionalista. De allí el riesgo evidente de secesiones que en el País Vasco parecen irreversibles con posibles contagios hacia Cataluña principalmente; luego podrían darse en cascada otras emancipaciones. Lo mejor de lo mejor no sirve, si oteamos alrededor de Madrid, para aglutinar conciencias por lo visto.
En México no confrontamos un problema así aun cuando, de vez en cuando, aparezca la leyenda negra del separatismo yucateco contada, más bien, como una anécdota para explicar la diferencia idiosincrasia de los peninsulares. En la zona del conflicto en Chiapas, igualmente, llegó a plantearse que la exigencia de mayor autonomía a las etnias indígenas explotadas por el gobierno centralista de México no era sino un llamado al desprendimiento considerando que esta región se integró con tardanza, por decisión histórica de sus hijos, a la nación mexicana; de allí que la “anexión” chiapaneca sea todavía saludada con excepcional cuidado cuando llega la efeméride de la patria bajo las sonoras campanadas de la libertad.
Pese a ello, insisto, ni siquiera avizoramos una controversia como la que sostienen vascos y catalanes para diferenciarse del resto de sus conacionales. Ni siquiera se nos pasa por la mente algo semejante aun cuando, eso sí, algunas regiones del país quisieran alcanzar el rango de entidades federales desprendiéndose de su actual composición territorial. Tales afanes regionalistas, acaso aprovechados por los cazadores furtivos de sufragios, no calan lo suficiente como para ser considerados siquiera serios.
Por un lado, celebramos con euforia las fiestas de la patria, ya muy próximas; por el otro, extendemos la mala publicidad sobre México. Igualmente, por una parte señalamos hacia el centro para diferencias al interior del país y salvaguardar la personalidad de cada entidad; pero, por la otra, no hay el menor barrunto en demanda de escisión que pudiera ser cauce, como en la Madre Patria y otras regiones del mundo –las repúblicas separadas del Soviet y los Balcanes, por ejemplo-, para romper la unidad nacional.
Estamos siempre, eso sí, jugando con fuego. Midiendo, esperando, como si estuviéramos en una permanente emboscada política. Quizá a ello se deba el éxito de la resistencia bajo la férula del ex candidato presidencial de la izquierda, obcecado en postularse como “presidente legítimo” sin más apego que el de sus incondicionales, porque explota el soberano aguante de los mexicanos ante el poder que no se identifica con la población pero simula ser democrático. Tal ha sido, desde hace mucho tiempo, el verdadero drama de un país pleno de riquezas naturales y de manos voraces para medrar con ellas. Por eso, igualmente, tenemos grandes reservas de petróleo pero pagamos más por éste que ninguno, sin ninguna gracia por ser copropietarios del patrimonio nacional. ¡Imagínense lo que puede esperarse cuando la industria sea definitivamente administrada por los consorcios privados!
Así somos y así es nuestra historia. Pero nadie nos impide, eso sí, festejar a todo pulmón, sintiendo las palpitaciones del corazón como nunca, los ojos empañados y la garganta seca de emoción... mientras se llena de la etílica humedad que nos hace sentir grandes.
Debate
Entre tópicos y lugares comunes, los mexicanos hemos dejado de sentirnos identificados con nuestros coterráneos. Por ejemplo, más allá de la frontera norte se estima que quienes más explotan y persiguen a los indocumentados recién llegados al espejismo consumista estadounidense son cuantos tiene un origen común y ya se han adaptado a una nueva “cultura”. Las humillaciones peores, incluso las denuncias sin más fundamento que la xenofobia, surgen de este núcleo en su mayoría. ¿Qué nos ha pasado?
Por la década de los sesenta del siglo XX, la teoría sobre una invasión “por goteo”, desde el sur hacia la Unión Americana, determinó no pocas reacciones entre los estadounidenses que apenas comenzaban a retirar los infamantes letreros discriminatorios –“no mexicans, no nigros, no dogs”-, de restaurantes y comercios. El pretexto, claro, fue la defensa del suelo norteamericano aun cuando se requiriera, y en que forma, la mano de obra barata de los “ilegales” cuya clandestinidad posibilita aún un jugoso ahorro en materia de salarios a favor de una mayor competitividad de los productos agrarios. Un ciclo de hipocresías.
Con tal inclinación, por supuesto, la renuncia a los orígenes, de hecho, obligó a no pocos de los llamados méxico-estadounidenses a romper los cordones de identidad para asegurar una “superioridad” mal entendida sobre suelo norteamericano. Hay, desde luego, muchas excepciones que equilibran, de alguna manera, las tantas fobias y prejuicios; pero cada vez son menos lo que coincide con un mayor cúmulo de derechos políticos a favor de las minorías integradas. Por supuesto con ello se sigue facultando la cacería de seres humanos en la frontera que provee, por supuesto, del ahorro necesario a los productores del sur quienes erogan tres veces menos si mantienen a sus trabajadores clandestinos a la sombra, como esclavos, mientras duran las cosechas.
Sobre el particular nuestro gobierno, de vez en cuando, alza la voz con el propósito de extender la demagogia entre las familias rurales abandonadas durante largo tiempo y dependientes, en extremo, de las remesas en dólares que, por cierto, se filtran a través de las modernas tiendas de raya. No es una simple casualidad que uno de los grandes aliados de la derecha triunfante haya convertido en banco su peculiar servicio de cambios con los que dispuso de buena parte de esos envíos. La palabra clave es, desde luego, Azteca. Y la otra, Elektra. Lo hemos señalado reiteradamente.
Con estos signos asfixiantes es extraño que tengamos tanta fuerza en los pulmones para vitorear a nuestros héroes perdidos. Y eso, desde luego, nos honra a los ojos del mundo en donde los individualismos triunfan sobre cualquier percepción de unidad patria.
La Anécdota
Los referentes sobre México no son tan felices como creemos. Hace unos días volví a ver el video con la interpretación de Benicio del Toro acerca del mítico “Ché”. Las menciones sobre México, en el contexto de la Sierra Maestra, no son felices: cuando se habla, por ejemplo, de la reforma agraria mexicana se subraya su fracaso por haber entregado las tierras a quienes carecían de recursos para hacerlas producir. La demagogia, siempre, nos ha arruinado.
Pero, ¿acaso la contrarreforma salinista no lo hizo también provocando el clima de permanente subversión que es hoy alimento para la violencia general? Debemos recordar que, de acuerdo a la estadística militar, más de cien grupos arados merodean a través de dos terceras partes de las entidades federales y las restantes –digamos como Aguascalientes y Yucatán, otrora baluartes de tranquilidad-, se han convertido en pasos obligados y escalas forzadas para los traficantes sus mafias. Todo el país está contaminado. ¡Y ni siquiera se persigue a quienes prohijaron esta situación desde los ochenta cuando gobernaban las cofradías con la bendición superior!
Tal perspectiva explica, así sea sólo una pequeña muestra de laboratorio, el numen de la dependencia basado, claro, en el ostracismo tradicional de los mexicanos.
E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx

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