Raymundo Riva Palacio |
López Obrador contendió con una estructura paralela a la que delegó los recursos y la organización. Usó al PRD como comparsa y para que le diera los votos de la estructura. Durante los siguientes años, López Obrador se burló de su partido, violó sus estatutos, y toda institucionalidad política al hacer campaña y pedir el voto en 2009 para el PT y no para el PRD. Tampoco se atrevieron a romper con él y permitieron en 2011 que a golpe de manotazos y amenazas, le quitara la candidatura presidencial de la izquierda a Marcelo Ebrard, pese a estar empatados en las encuestas y a que en cuanto a fortalezas y debilidades, el jefe de gobierno del Distrito Federal era mejor candidato.
La derrota en 2012 lo llevó a una nueva impugnación electoral, mal armada por los abogados, peor argumentadas por sus voceros, y débiles para invalidar la victoria de Enrique Peña Nieto, derivado de una apuesta, una vez más con fichas falsas. La más importante, el movimiento que fundó, Morena, que fracasó estrepitosamente, y que lo engañó con un padrón electoral inflado y con la promesa de vigilar todas las casillas electorales, y fallar en más del 30 por ciento. Fue una debacle política y en la opinión pública, al rozar algunos elementos de la impugnación en el ridículo, que facilitó el final con el PRD.
El presidente del PRD, Jesús Zambrano, en el último soplo de apoyo, dijo que lo acompañaría hasta la calificación de la elección. Pero la mayoría que importa lo dejó solo. Ebrard, agraviado por el chantaje durante la nominación presidencial, lo abandonó abiertamente. El carismático candidato a jefe de gobierno del Distrito Federal, Miguel Mancera, se le escondió cuantas veces pudo. Los gobernadores electos mantuvieron distancia. Los senadores y diputados electos rechazaron sus presiones para no tomar protesta. El PRD, en síntesis, lo mandó a Siberia.
Sin poder estirar más, tuvo que hacer lo que la izquierda no se atrevió nunca: decirle adiós. López Obrador esperaba crear un cisma y detonar las deserciones, pero ese cálculo también le salió mal. Sus incondicionales —como Izquierda Democrática de René Bejarano y su excoordinador de campaña Ricardo Monreal—, se quedaron quietos en sus posiciones legislativas, y derramaron algunas lágrimas pero no repudiaron la dieta.
Ahora, sin las ataduras y los chantajes de López Obrador, el tiempo llegó para la izquierda moderna y parlamentaria. Siempre será útil la izquierda social, que representa el excandidato, pero como instrumento de presión, no como agente de cambio. Si no hay condiciones insurreccionales, la lucha se da en las instituciones, no en las calles. Ahí está el futuro. En el Congreso y el Senado se encuentran algunos de los nuevos liderazgos de la izquierda. Afuera de ellos brillan Mancera, la gran figura emergente, y si se logra una buena negociación entre Los Chuchos y el nuevo jefe de gobierno, para que el exsenador Carlos Navarrete se encamine a ser su sucesor en 2018, esa corriente le cederá el partido a Ebrard, quien depende de ese pacto para sobrevivir seis años y aspirar a la candidatura presidencial.
López Obrador quiere convertir a Morena en partido, pero faltan dos años para que se levante la veda a nuevos partidos. Sin el financiamiento que le daban los gobiernos del PRD, su travesía por el desierto será sin agua. Aun así, con López Obrador nada se sabe, pues es posible que renazca. Pero la oportunidad ya no será para él, sino para esa nueva izquierda que tiene que construirse y conquistar a todos aquellos que López Obrador alejaba. El adiós del excandidato les regaló esta posibilidad de vivir y crecer. Quizás, incluso, hasta para ganar la Presidencia en seis años. Agradecidos sí debieran estar.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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Leído en: http://www.vanguardia.com.mx/lamananasiguiente-1371984-columna.html
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