miércoles, 24 de octubre de 2012

Rafael Loret de Mola - Dudas de Gobernadores

Siempre hemos sostenido que el término “soberanía” para señalar la condición primordial de las entidades federativas –en caso de que anulemos la praxis centralista, esto es casi una utopía en nuestro sistema-, es inadecuado y torpemente demagógico. Por tal entenderíamos, como hemos dicho, al poder que no reconoce a ningún otro superior y, en el caso de los estados, es obvia la preeminencia de la Carta Magna federal sobre las constituciones locales aun cuando éstas hayan podido acomodarse a los intereses de los clanes gobernantes, como en Yucatán en donde el extinto cacique Víctor Cervera mandó hacer un texto apócrifo, en 1987, para posibilitar su retorno pasado un periodo y tirar al traste de esta manera el espíritu del Constituyente de Querétaro. 

Como sabemos el virus cundió, Cervera gobernó diez años a la maltratada entidad peninsular y algunos copiones también han intentado volver sobre sus pasos aunque sea postulados por otros partidos. Tal es el caso, por ejemplo, de Ángel Heladio Aguirre Rivero en Guerrero actualmente en el cargo que ya ocupó entre 1996 y 1999. Es obvio que, en materia de interpretaciones, cualquiera puede eludir hasta el sentido común con tal de salirse con la suya y mucho más si cuenta con el respaldo de quienes, poderosos, influyen decisivamente desde el centro del país. Y no me refiero sólo al gobierno federal o central sino también a dirigencias partidistas opositoras, amorfas de ideologías, como la del PRD e incluso el sector de lópezobradoristas en cuyo seno suele darse el visto bueno, capaces de llevar agua a su molino tergiversando el mandato superior y cooptando a viejas figuras del priísmo resentidas para acumular votos y ganarle... al PRI. Por desgracia, no les ha salido mal el experimento porque en el partido en fase de retornar a la Presidencia de la República suelen privilegiar los compromisos cupulares sobre los liderazgos consolidados, como en los casos de Sinaloa e incluso Oaxaca. 




El caso es que, desde la primera alternancia en el 2000, el concepto de soberanía cambió por la inercia misma de la derrota nacional del PRI que contaba con la mayor parte de las gubernaturas, veinte exactamente, número que con algunos cambios ha venido reteniendo con altas y bajas significativas; esto es, se van unos y llegan otros en un trueque permanente que exhibe la fuerza estructural del otrora partido invencible y la penosa voracidad de quienes, sea con sello de panistas o perredistas, observan el poder como una especie de vindicación a sus rencores sociales y se enriquecen y corrompen al calor del mismo incluso en mayor proporción –no en todos los casos- que los priístas más señalados por ello. Obsérvese, por ejemplo, lo sucedido en Michoacán con Leonel Godoy Rangel o en Aguascalientes con Luis Armando Reynoso Femat a quien expulsó de sus filas la avergonzada plana mayor del panismo con el consenso respectivo de los consejeros nacionales; fue una especie de lavada de cara para simular. Pero, en fin, en el PRD ni siquiera se atreven a eso hasta ahora. 

Fue evidente que los gobernadores de extracción priísta, con Fox en la Presidencia, se sintieron con las manos libres; esto es sin la dependencia a la que obligaba la estricta disciplina partidista con el pretexto de mantener la homogeneidad del instituto como prueba medular de su fortaleza. La intención soberanista se convirtió, finalmente, en un contrapeso y en un reto para la nueva clase política cuya inexperiencia daba cauce a la torpeza operativa de un gobierno que parecía no tener rumbo hasta optar por el continuismo, apegándose a las viejas reglas legadas por el priísmo hegemónico con todo y los socorridos vicios para sostenerse como sucedió hace seis años con la asunción vergonzosa de Felipe Calderón a quien, durante todo su periodo, me he negado a llamarle “presidente” y sólo el referente es el de mandatario aun cuando, como sus antecesores, haya actuado más como mandante en el sentido autoritario de la palabra. 

Para no pocos mandatarios estatales resultó muy difícil la convivencia con los presidentes emanados de otro partido y optaron, primero por los desplantes, y después por los chantajes con cariz de negociaciones. En todo momento, la ciudadanía fue rehén de esta lucha sorda, intensa, por el poder real sin concesión alguna para el colectivo. Finalmente, desde el seno de los mandatarios estatales panistas, surgió una idea magnífica: la CONAGO, esto es la Conferencia Nacional de Gobernadores, con el propósito de unificar criterios y evitar inútiles batallas entre el poder federal y los mandos estatales. Lo curioso del caso es que esta batalla la ganaron con la suma, al final de cuentas, de priístas y perredistas gobernantes hasta convertirse en un contrapeso, digamos institucional pero no con cariz de boicoteo como en el Legislativo. 

Surgió entonces la disyuntiva: mientras en el Congreso de la Unión prevalecía y prevalece el sectarismo rabioso –incluso para condicionar reformas navegando a contracorriente de la historia, como sucede con la laboral manoseada en el Senado-, en la Conago solía haber más entendimiento de lo que podría haberse calculado porque en su seno se reunían personajes con mayor madurez y sentido de responsabilidad dada su condición de ejecutivos con la que, para muchos, habían realizado sus mayores expectativas... hasta que surgieron de su seno los presidenciables y la competencia obligó a intentar liderar al grupo sin gran éxito. 

De cualquier manera, el presidente electo, Enrique Peña Nieto, formó parte trascendente de la CONAGO y sólo uno de sus antecesores, Vicente Fox, del PAN, llegó a Los Pinos luego de haber sido mandatario estatal. Es curioso: la burocracia dorada –desde la década de los cincuenta diríamos- concentró en los gabinetes presidenciales el boleto para la sucesión y así se hizo costumbre a través de medio siglo, nada menos. Pero, al término del foxismo, campeón de la demagogia atávica, volvió a optarse por quien sólo había desarrollado tareas en el gabinete, éstas muy cortas, y el Legislativo, como si la tendencia volviera a ser a favor del centro contra una visión más nacionalista que incluyera, desde luego, a los jefes del gobierno defeño electos popularmente. En este sentido, la victoria de Peña vindica la academia gubernativa y abre las expectativas de cara al 2018 bajo la condición de que quienes pretendan postularse tengan alguna experiencia en el desempeño ejecutivo para no ser acarreados hacia el abismo de las complicidades y de las agendas dirigidas, como ocurrió con Calderón. El pobre, hasta hoy, no se entera hasta que punto fue controlado por sus colaboradores con poder de fuego. 

La interrogante sigue siendo cómo se comportarán ahora los gobernadores emanados del PRI o formados por éste –es decir, casi todos, acaso con la única excepción del sonorense Guillermo Padrés Elías, panista de cepa, si la memoria no me falla-, luego de la transición política del primero de diciembre –tan cerca ya-, y la tendencia peñista en pro de recuperar las antiguas señales presidenciales, esto es con la idea de ser un “mandatario fuerte” capaz de controlar al país sometiendo, en primera instancia, a “sus” gobernadores; y quienes no lo sean se sumarán con riesgo de estancarse, ellos y sus estados respectivos, en caso contrario. Tal es la verdadera disyuntiva que plantea la segunda alternancia cuando se hace evidente que la derecha ya tomó por asalto al Congreso de la Unión en las narices de los coordinadores priístas en sendas Cámaras, acaso comprometidos a ponerle piedras al mexiquense triunfador para establecer así parcelas de poder propias. Esta será la otra guerra de Peña. 

Debate 

El PAN hace cuentas y no les salen. ¿Cómo es que ganando dos veces, como dicen, la Presidencia de la República, en 2000 y 2006, con doce años de gestiones, no fueron capaces sus “líderes” de crecer estructuralmente junto con su instituto? Alegan que los cacicazgos regionales son todavía una muralla. ¿Lo son más que el tremendo muro presidencialista en donde solía concentrarse el poder absoluto bajo la “dictadura perfecta” como la llamó, en un instante de lucidez, Mario Vargas Llosa? Parece el argumento bastante confuso y pobre, como tantos otros argumentos demagógicos usados por la derecha para confundir a los incautos como, por ejemplo, considerarse como adalides de la libre expresión porque han crecido las críticas cuando se reprime desde abajo y se asesinan periodistas, o desaparecen, como nunca antes, con el argumento de ser víctimas del crimen organizado en un entorno violento per se. ¿Si fuese así, por qué no pudieron esclarecerse los asesinatos de tantos colegas nuestros durante el periodo en finiquito? Tal es la clave de la demagogia, antítesis –como la aristocracia- de la democracia que alegan preservar. 

En esta línea, el presidente del PAN, Gustavo Madero Muñoz, descendiente del único prócer de la Revolución que reconocen aunque fueron incapaces dos administraciones federales de la menor revisión histórica por miedo, alega que los “feminicidios” en el Estado de México, feudo del presidente electo, entre 2007 y 2011 –el periodo de Peña como gobernador-, crecieron en mil 133 por ciento. Esto es: como si el futuro presidente se hubiera dedicado a cazar damas, además de su primera mujer bajo el alegato de una muerte causada de manera imprudente, además de hacer sus tareas. Absurdo. 

Pero olvidan, además, que el término acuñado, el de feminicidio, comenzó a extenderse a partir de que en Chihuahua, concretamente Ciudad Juárez, comenzó a ser signo deplorable de una sociedad enferma –así se dio a entender, estigmatizando a esta, para mí, entrañable urbe-, precisamente en 2004 cuando tomó fuerza el llamado “cártel de Juárez”, fundado por Rafael Aguilar Guajardo –acribillado y muerto en Cancún en abril de 1993-, consolidándose, a partir de 1994, el “capo” Amado Carrillo Fuentes, el “señor de los cielos”. El gobernador de Chihuahua -lo fue desde 1992 hasta 1998-, era entonces el panista Francisco Barrio Terrazas. Y ese 1994 comenzó la cronología de mujeres asesinadas. ¿Por qué no habla de ello Madero? Lo dicho: sigue el sectarismo estando en primer plano. 

La Anécdota 

En Chihuahua, el abogado Jesús Antonio Piñón, ex procurador del estado, me confió –“Ciudad Juárez”, Océano, 2005-, una anécdota que pinta de cuerpo entero las hipocresías. Un día le avisaron que se había encontrado “otro” cadáver de mujer; enseguida llegaron los medios y los morbosos. Cuando comenzaban a revisar el cuerpo, un helicóptero de la Procuraduría General de la República descendió demasiado cerca del sitio en donde se encontraba la víctima: 

-Y voló todo alrededor –contaba Piñón-, hasta las faldas de la mujer... que, sin bragas, resultó ser un transvestido. En ese instante, en cuestión de diez segundos, me quedé solo en la escena del crimen. No interesaba periodísticamente el caso porque no era una señora, ni sumaba. 



E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx 

LAS HIPOCRESÍAS SON EL INGREDIENTE DIARIO DE LA POLÍTICA DE CIRCUNSTANCIAS, SIEMPRE DEMAGÓGICA. A ESO NOS ACOSTUMBRÓ, SOBRE TODO, EL PANISMO EN EL PODER AUNQUE LA COSTUMBRE VINIERA DE MÁS ATRÁS PERO NO EN EL NIVEL ALCANZADO EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS. VAMOS A VER SI HAY ALGUIEN QUE SEA CAPAZ DE HABLAR, EN LA ESFERA PÚBLICA, CON LA VERDAD... ALGÚN DÍA.

Leído en: http://www.vanguardia.com.mx/dudasdegobernadoreslosrecuentosdelpancadaversinpublicidad-1398774-columna.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.