Aunque en apariencia la macroeconomía está “bien”, esta visión estática no representa la realidad dinámica. Al observar las tendencias inerciales no hay duda de que México tiene una situación frágil.
Primero: arrastra un déficit presupuestal primario, en 2012 por cuarto año consecutivo. Este déficit es la diferencia entre ingresos y gastos sin incluir en estos últimos los intereses de la deuda pública. Bajo esta medida, la de Felipe Calderón fue la primera administración desde la de López Portillo que tuvo este déficit. El mismo surgió en 2009, cuando el ingreso público, a pesar de la recesión, no cayó con respecto al PIB. El motor del deterioro estuvo en el gasto, que creció desde la llegada del PAN en seis puntos porcentuales del producto. Es cierto que parte del aumento fue por el cambio en la contabilidad de la deuda de Pidiregas de Pemex, pero sólo fue una tercera parte del mismo.
El déficit primario existe a pesar del ingreso petrolero extraordinariamente alto. El de Felipe Calderón fue 2.4 puntos porcentuales del PIB mayor que el de Carlos Salinas y 1.7 puntos mayor que el de Ernesto Zedillo. El balance primario sirve para proteger a la economía contra alzas de tasas de interés. Si es un déficit, no sólo no protege, sino que agrava las alzas. Las tasas subirán muy probablemente en dos o tres años.
El déficit también fue a pesar de dos aumentos de tasas de impuestos sobre la renta e IVA, la creación del IETU y del impuesto a depósitos en efectivo. Sería un error volver a intentar cubrir este déficit con más impuestos, pues el aumento de la recaudación no es mucho si la economía no crece. El crecimiento fue 2% por 10 años hasta 2011, contra el de 3.4% promedio de América Latina. El gasto, por su parte, tiene una dinámica perversa.
Aparte del gasto corriente que las administraciones del PAN nunca redujeron, hay renglones en crecimiento alarmante. En la seguridad social y las pensiones, el superávit de 2006 se convirtió en un déficit, tan sólo hasta agosto de 207 mil millones de pesos. Otro renglón preocupante es el alto endeudamiento de estados y municipios, que no podrán pagar sin apoyo federal.
Para el Estado mexicano haber creído inocentemente en la responsabilidad de estados y municipios para contratar deuda y luego permitir sin chistar el aumento de su gasto corriente y deuda disfrazada de proyectos de inversión privados a pagarse con participaciones federales fue un error garrafal. La cifra oficial de estas deudas se anuncia en 402 mil millones de pesos, pero en realidad es mucho mayor si se suman deudas a proveedores, muchos de los cuales tienen casi un año exigiendo pagos. La deuda de Coahuila alarmó, pero la que deja el gobierno saliente de Chiapas de 40 mil millones, para un estado tan pobre, es el récord del escándalo. Hay otros estados de todos los colores políticos cuyos gobiernos hicieron lo mismo.
Y lo que piden ahora los secretarios de Finanzas estatales va en la misma dirección: más participaciones de la federación, más acomodamiento del gobierno central a sus necesidades. En ningún caso ofrecen recortes de sus gastos. Sería un error que el gobierno les diera lo que piden, y más si para ello tiene que recurrir, otra vez, a aumentar impuestos. Pero si no tiene una estrategia articulada para contener esta inercia, no habrá aumento de impuestos que alcance.
Rogelio Ramírez de la O
Comentarios: rograo@gmail.com
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