Hay al menos tres explicaciones para el hecho de que el agua y el aceite hayan tenido este lunes un argumento similar frente a la propuesta fiscal del Presidente Enrique Peña Nieto.
Primera explicación. Es cierto, los clasemedieros mexicanos vamos a pagar más impuestos. De aprobarse la reforma hacendaria no está claro que los ricos-ricos de México vayan a pagar más a Lolita (en una de esas sus empresas deducirán menos, pero lo de que los dueños paguen más, está por verse), sin embargo lo que es un hecho es que los clasemedieros pagaremos más por nuestra hipoteca (superado cierto monto ya no será deducible), por la aspiración de dar educación privada a nuestros hijos (la instrucción no pública causará IVA), por tener y alimentar mascotas; e incluso algunos simplemente contribuiremos más en el Impuesto Sobre la Renta por el hecho de ser trabajadores independientes (será menor el monto de las deducciones permitidas) o por haber escalado lo suficiente para superar los ingresos de 500 mil pesos anuales (aumentará la tasa de ISR).
Sin embargo, el gobierno sostiene que sólo el uno por ciento de la población en México gana más de medio millón de pesos al año. Así lo expone en la iniciativa de reforma: “Es importante destacar que esta medida no afecta a las personas de ingresos bajos y medios en el país, toda vez que no implicaría un incremento en la carga tributaria de la mayor parte de la población. Información de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares indica que menos del uno por ciento de la población total (o de los perceptores de ingresos de los hogares) recibe ingresos iguales o mayores al límite propuesto de 500 mil pesos al año”.
Entonces, ¿por qué Gutiérrez Candiani y Batres declaran a favor de la clase media? He aquí la segunda razón. Porque saben que la clase media está compuesta por una población que se autodefine a partir de una noción de consumo y una expectativa de movilidad antes que por ingreso específico. Es decir, ambos son conscientes de que pueden hacer más ruido, y captar la atención de un más amplio rango de población, al decir “clase media”, pues muchos hogares se sentirán aludidos, así ganen ocho mil pesos al mes o mucho más. Así lo explican Luis de la Calle y Luis Rubio en su libro Clasemediero (CIDAC, 2010): “en México, los integrantes de la clase media pueden tener ingresos desde unos cuantos salarios mínimos por hogar hasta varias decenas del mismo indicador: pueden estar en el más alto decil en la escala del ingreso nacional o ubicarse varios deciles más abajo”.
La clase media mexicana, explican los autores, tiene subgrupos. Entre ellos destacan tanto los que surgieron de las prestaciones que lograron para sí los miembros de la burocracia y el sindicalismo, como aquel individuo que busca mejorar “a diario, que busca negocios, que igual emigra a Cancún porque percibe ahí mayores fuentes de trabajo, que a Chicago en busca de una mejor calidad de vida. Estas personas tienden a desarrollar una ética del trabajo, buscan nuevas oportunidades para ellos y para sus familias, entienden la competencia como inherente a su existencia y son fuertes críticos tanto del gobierno como de los impuestos”. O sea, todos conocemos al menos a un clasemediero.
De la Calle y Rubio destacan una característica más de la clase media que explica muy bien por qué ahora quieren defenderla tanto Morena como el CCE: “En México, la clase media ha experimentado, más que ninguna otra, las consecuencias de las crisis financieras. No es casualidad que su actitud política se incline a ser conservadora y rechace cualquier alternativa que pudiera alterar su seguridad”.
La clase media mexicana, esa que detesta las marchas y las protestas, esa que no tiene ni lobbistas en el Congreso ni genios contables que le busquen hoyos a la ley para evadirla, ayer estrenó dos atípicos defensores. A ver quién más se apunta a tratar de salvar a los clasemedieros de nuestro país, que constituimos un gran botín de consumidores, de votantes y… de contribuyentes.
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