martes, 10 de septiembre de 2013

Pablo Hiriart - Reforma social: el precio de la paz

Haber recargado la reforma hacendaria en los sectores pobres o en el filo de la pobreza era el camino más expedito para el estallido social.

Las capas con mayores ingresos deben entender que necesitan poner su cuota de sacrificio si quieren preservar democracia y libertades.

Dos veces ha estado a punto de ganar López Obrador: ¿por qué será?

Si no han entendido el mensaje de descontento social expresado en las urnas, quiere decir que no comprenden nada.

El riesgo de que ese malestar derivado de la escalofriante desigualdad que hay en el país pase de las urnas a la calle, está a un paso.

Ahora las capas con mejor situación económica tendrán que pagar más impuestos y perderán una gran cantidad de facilidades fiscales, lo que en cierto sentido es una lástima porque son las generadoras de empleos.




Tienen que recapacitar: sería peor que perdieran sus empresas, como en Venezuela, o que les embargaran sus ahorros, como en Argentina. El golpe de la reforma es duro, pero no podía ser de otra manera si queremos preservar la democracia, las libertades y la razonable estabilidad que vive el país.

Sin embargo es una buena reforma para conjurar el estallido social. Es el precio que deben pagar los sectores más favorecidos para conservar la paz.

Se dice que con la reforma hacendaria el golpe es a “las clases medias”. No es así. Eso sólo ocurre en eliminar la exención a colegiaturas, que puede modificarse o eliminarse del proyecto.

Pero el aumento al Impuesto Sobre la Renta (ISR) sólo es para quienes ganan 500 mil pesos anuales, es decir, unos 40 mil pesos al mes.

Son, lamentablemente, una ínfima minoría.

El 65 por ciento de la población ocupada gana de 5,676 pesos mensuales para abajo, de acuerdo con el INEGI.

Y sólo el 8.4 por ciento de la población ocupada gana más de cinco salarios mínimos.
Hay en el país 53.3 millones de ciudadanos en condición de pobreza. Y 40.7 millones en situación de vulnerabilidad, es decir, en los límites de la pobreza.

Hablamos de que más de 90 millones de personas viven en el filo de la pobreza o sumergidas en ella.

Entonces, ¿se podía poner IVA a los alimentos?

¿Había que gravar con impuestos a los chiles y a los frijoles, “para que el esfuerzo sea parejo”?

Imposible. El país no aguantaría una medida así.

La reforma se puede y debe mejorar en el Legislativo, pero su orientación es la correcta: el esfuerzo tiene que ser proporcional a las capacidades de los ciudadanos.

O vámonos con el librito que dice sí al IVA para hacer un esfuerzo parejo entre disparejos y despidámonos de la paz, la democracia y las libertades.

phl@razon.com.mx
Twitter:
 @PabloHiriart



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