Cuando Enrique Peña Nieto lanzó en su reciente informe la advertencia de que sus reformas seguirían a pesar del rechazo de algunas “minorías”, todos pensaron que el presidente aludía sólo a los maestros inconformes de la CNTE que, a unas horas de que se promulguen las leyes secundarias, siguen protestando contra la reforma educativa. Pero tal vez el inquilino de Los Pinos mandaba entonces un mensaje a otras minorías, privilegiadas y pudientes pero al fin minorías, que son las élites económicas y empresariales del país.
Porque a ellos va dirigida la recién anunciada reforma hacendaria que gravará con aumento de impuestos a los ingresos de los más ricos y eliminará de paso deducciones, exenciones y privilegios como el régimen de consolidación fiscal que permitía, sobre todo a los grandes consorcios, evadir el pago de Impuesto Sobre la Renta al repartir sus ganancias entre varias empresas.
No es gratuito que las primeras y más furibundas reacciones contra la reforma fiscal de Peña Nieto hayan sido, precisamente, de las minorías económicas, que en voz de sus oficiosos voceros, como Claudio X. González o Gerardo Gutiérrez Candiani, expresaron primero sorpresa de que la propuesta presidencial haya dejado a un lado el IVA como tema central de la reforma y luego molestia porque sienten que “otra vez pagaremos los mismos de siempre”.
Está muy claro que en el dilema de golpear aún más a las clases medias y bajas con incremento y generalización del IVA, en medio de la crisis que viene con la ya oficialmente declarada recesión que vive la economía nacional, o gravar aún más a las grandes y medianas empresas y a un sector de la población con altos ingresos, el gobierno peñista optó por el segundo esquema con una apuesta social, aunque no por ello exenta de costos políticos: más vale unas minoritarias élites molestas a las que se puede compensar después con obra y contratos públicos, que un pueblo con hambre y golpeado aún más con el látigo de más impuestos.
Sólo que al resolver ese dilema, Peña Nieto también decidió ahondar la distancia que ya traía su gobierno con el sector que más apoyó su proyecto político. El que fuera el candidato de las élites empresariales y económicas hoy es un presidente que empieza a ser fuertemente cuestionado por esos grupos de poder que se sienten agraviados por aquel a quien le dieron su apoyo, primero porque su política económica no ha sido la más exitosa ni ha utilizado el gasto público como detonante de inversión, y ahora porque se sienten golpeados por una reforma fiscal que lleva clara dedicatoria a sus riquezas.
En contraparte, al tomar la opción de lo que ambiciosamente llaman “una reforma con sentido social”, Peña busca congraciarse con las clases más necesitadas que no necesariamente simpatizaron con su proyecto y recurre para ello a algunas de las propuestas históricas de la izquierda, con lo que de paso busca alejarse de la imagen neoliberal que ha marcado a los gobiernos de los últimos 30 años, incluyendo la tecnocracia del PRI y la del PAN. Sólo que no está claro todavía que una reforma fiscal como la que propuso su gobierno, que está lejos de ser la “gran reforma redistributiva y equitativa” que había prometido en campaña, alcance para resolver las necesidades reales de crecimiento, empleo y abatimiento de la pobreza y desigualdad que hoy en día afecta a más de 52 millones de mexicanos y a otros 30 que se empobrecen cada día más.
Así que a las minorías que ya estaban en las calles por su reforma educativa, más las que ya empezaron a salir a protestar contra la anunciada reforma a Pemex, se sumarán ahora las minorías que van en contra de la reforma fiscal. Puede que los métodos varíen y que no veamos a los elegantes y perfumados empresarios con pancartas en las calles, pero al final el objetivo de sus cabildeos y negociaciones en el Congreso será el mismo: aumentar la presión política y expresar su rechazo a lo que ellos consideran “derechos afectados” y el gobierno llama “privilegios”. El problema para el gobierno vendría si esas distintas minorías hoy opuestas, las de las calles y las de las élites, llegaran a hallar un punto de encuentro; entonces sí el tema se tornaría más que delicado.
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