jueves, 3 de octubre de 2013

Ciro Gómez Leyva - Vámonos acostumbrando

Las imágenes de ayer comienzan a resultar familiares. Un pequeño grupo, que cada evento se hace un poco más grande, agrede a policías que, con más o menos organización y resolución, se defienden como pueden. Y una ciudadanía contemplativa que sigue el circo entre la excitación y el fastidio.

Puede pronosticarse que cada vez que el calendario marque una efeméride, o un conflicto político suba de temperatura, aparecerán los enmascarados a agredir porque sí. Creo que se ha asentado en la Ciudad de México la moda contestataria de aprovechar la circunstancia para pelear. Nada que no hayamos visto cientos de ocasiones con los globalifóbicos, los okupas, en Corea, Grecia, Chile, Brasil... Pintar todo de negro, pelear porque se tienen ganas de pelear y regresar a casa sano y salvo.





La gran diferencia con otros países es que aquí la policía vive amedrentada. Ayer, por fin, pasó en algunos momentos a la ofensiva, pero sigue siendo estremecedor observar como diez enmascarados patean en el suelo a uno de ellos y no hay una reacción inmediata para rescatarlo e intimidar a los violentos.

Imágenes familiares, quién lo dijera. Recordé el final de la marcha del 2 de octubre de 1998, se cumplían 30 años. Me topé entonces con uno de los líderes del 68, un maestro del viejo espíritu, Marcelino Perelló, quien se retiraba temprano y molesto por la mediocridad de los oradores. Me dijo:

—Espero que tengamos muchas otras cosas de qué hablar cuando se cumplan los 35 años. Yo veo muy difícil que en el 2008, 2013 o 2018, los medios vuelvan a armar tanto alboroto por una matanza ocurrida a mediados del siglo pasado.

Te falló. Marcelino.


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