Dicen que el nacionalismo es una enfermedad que sólo se quita viajando. Gran verdad. Uno está convencido de las singularidades de la “raza de bronce” y las idiosincrasias del México profundo, hasta que conoce a los argentinos de a pie, los colombianos que compran en el mercado o a los brasileños en una playa popular. En un estadio de fútbol los regiomontanos se parecen más a los bilbaínos o los irlandeses –ambos apoyan a su equipo sin importar el resultado- que a los tapatíos que abuchean a Las Chivas en el Omnilife. Viajar con oídos dispuestos y mirada inédita, permite constatar que detrás de un acento o una peculiaridad, predomina la condición humana.
Para verla, desde luego, hay que quitarse los filtros del cerebro y los clichés de la pupila. Viajar como lo hacen tantos norteamericanos en una burbuja que los lleva de Marriot en Marriot y de McDonald´s en McDonald´s no es viajar; tampoco lo es eso que hacen los japoneses para quienes el mundo no es más que una sucesión de postales a capturar desde un tour de autobús. Viajar así no hace sino confirmar las imágenes preconcebidas de los que es México o Tombuctú. Albert Einstein, lo dijo de manera categórica: “Es más fácil desintegrar el átomo que superar un prejuicio”
La frase me vino a la mente estos días viajando por Sudamérica para la presentación de mi novela Los Corruptores. Conversar con libreros y pasar los días con periodistas argentinos, colombianos o peruanos, permite entender que su vida está hecha de la misma sustancia que la nuestra. El cliché del argentino engreído y narciso no resiste dos días de roce con el bonaerense de las calles. Prejuzgar que el peruano sólo puede ser culto y aristócrata o indígena serrano y Cuasimodo, es tan falso como pensar que el mexicano es una versión de Speedy González.
Hace unos días escribí un artículo sobre los usos y abusos de los prejuicios a propósito de la indignación que provocó la discriminación de un funcionario de Aeroméxico, en contra de pasajeros por su condición humilde y su apariencia indígena (no subieron al vuelo para el que traían boletos). Y es que el prejuicio no sólo impide ver, es mucho peor que eso; nos lleva a ver de manera equivocada y, en ese medida, propicia la reproducción incesante de desigualdades y discriminaciones.
En el artículo del domingo pasado (http://bit.ly/17Sh3LA) señalé que el cadenero que opera en la entrada de los antros de moda, recibe una consigna que bien podría resumirse de la siguiente manera: “No dejes entrar a nadie que se parezca a ti” (no con esas palabras, pero en la práctica con ese significado). Es decir, nadie que sea moreno, de cara redonda y chata y parezca pobre.
Ese güerito de cara afilada que deja pasar el cadenero, que vive en Polanco o un barrio similar y asiste a reuniones donde todos se parecen a él, es como el japonés o el norteamericano que viaja por el mundo sin salir de su país. Vive encerrado en su república de unos cuantos, prisionero de sus clichés. Para él y los suyos. los morenos suelen ser ignorantes o maleantes en potencia, según sea el caso. Aunque la mayoría de las veces simplemente son considerados un detalle desagradable, salvo que se trate de la servidumbre. E incluso cuando es esto último, “la muchacha” debe viajar en el asiento de atrás del automóvil, no vayan los vecinos a creer que es amiga de la señora; o si la llevan de Nana a las vacaciones, la disfrazan para dejar en claro que no tiene nada que ver con la familia.
Se me dirá que lo que acabo de describir es, a su vez, un cliché sobre los prejuicios de las clases altas. Ojalá lo fuera. Sin duda hay innumerables excepciones, pero este patrón de comportamiento es dolorosamente reiterable en toda excursión a las casitas del barrio alto, como decía Víctor Jara.
Romper prejuicios supone salir de ese país de espejos en el que nos hemos encerrado. Prejuicios de clase, de raza o nacionalidad empobrecen vidas y provocan injusticias y sufrimientos que nacen de la incomprensión mutua. Pero, sobre todo, empobrece nuestras vidas; lo dijo bien El Principito: “sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”.
@jorgezepedap
http://www.jorgezepeda.net
Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/opinion/27-11-2013/19476. Si está pensando en usarlo, debe considerar que está protegido por la Ley. Si lo cita, diga la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MX
Los derechos de autor son propiedad de los columnistas y sus periódicos; las columnas de los foristas son responsabilidad de ellos mismo; los comentarios, mentadas de madre y albures en Disqus son, también, responsabilidad de los foristas. Este lugar no tiene fines de lucro Aquí no se censura ni se modera. CUANDO SE PUBLIQUEN DATOS PERSONALES, POR SEGURIDAD, LOS POSTS SERÁN BORRADOS. Contacto: lafaunademilenio@gmail.com
RECOMENDACIONES Y COLUMNAS DE OPINIÓN
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.