En el marco del día internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres el INEGI informó que "63 de cada 100 mujeres de 15 años y más han padecido algún incidente de violencia, ya sea por parte de su pareja o de cualquiera otra u otras personas", que "47 de cada 100 mujeres de 15 años y más que han tenido al menos una relación de pareja o matrimonio o noviazgo, han sido agredidas por su actual o última pareja", que "se estima que 1.2 millones de mujeres actual o anteriormente casadas o unidas enfrentaron violencia física muy grave o extrema y cuya vida estuvo en riesgo", que "85 por ciento de las mujeres que enfrentaron violencia física y/o sexual infligida por su pareja, fue violencia grave o muy grave, alcanzando a 5.1 millones de mujeres", que "21 por ciento de las mujeres que sufrieron violencia física y/o sexual ha pensado en suicidarse (12 por ciento) o lo han intentado (9)".
Las cifras son alarmantes y elocuentes. Alarmantes porque no se trata de un fenómeno marginal, "estadísticamente poco significativo", sino de un uso y costumbre más que arraigado y que se reproduce generación tras generación. Y elocuentes porque ilustran una realidad del tamaño del Océano Pacífico con la cauda de miedo, denigración e infamia que le es connatural.
No es tampoco un fenómeno exclusivamente nacional. Nuestra presunta singularidad no da para tanto. Es tal su reproducción en el mundo que la ONU ha establecido un día (25 de noviembre) para llamar la atención sobre él, para "visibilizarlo" como ahora se dice, para encender una voz de alerta contra algo que debiera estar erradicado. Pero ya lo sabemos: "mal de muchos es consuelo de tontos" o de cínicos. Y los porcentajes que ofrece el INEGI no deberían permitir voltear hacia otro lado. Porque uno intuye que la situación no es igual en todos los países e incluso entre nosotros el mal trato y hasta el homicidio no se distribuyen de manera similar en todos los estados. La tasa de homicidios de mujeres a nivel nacional es de 4.6 por cada cien, pero otra vez según el INEGI, esa tasa llega a 22.7 en Chihuahua, 10.4 en Guerrero, 9.7 en Nayarit, 9.5 en Nuevo León, 7.9 en Sinaloa, 6.9 en Durango, 6.0 en Baja California, 5.0 en Colima.
Lo más escalofriante es que la violencia se ejerza en el hogar y que los victimarios sean la pareja o los padres. Dice el informe del INEGI: "La violencia contra las mujeres más extendida es aquella que ocurre en el ámbito de las relaciones más cercanas, como la de pareja, por ende el principal agresor es o ha sido el actual o último esposo, la pareja o el novio". De esa manera lo que debía -idílicamente- ser un refugio contra la adversidad y los malos tratos se convierte en un pequeño infierno familiar, que conjuga al mismo tiempo valores y antivalores. Algunos gramos de protección, manutención, quizá afecto y hasta cariño, combinados con insultos, golpes, malos tratos, humillaciones, ultrajes. Un cerco que degrada la vida y la convivencia y que produce víctimas a las que les resulta muy difícil trascender ese laberinto inclemente.
El ansia de poder, de subordinar, de amedrentar, alimentado por la frustración, el hartazgo o el simple mal humor, son disparadores que se traducen en violencia. El más fuerte intenta dominar por el método más añejo que ha inventado la humanidad. Y pese a los avances que las mujeres han logrado en muchos otros campos, parecería que la dimensión privada sigue siendo un terreno minado para muchas. Precisamente porque la violencia transcurre en la intimidad, apartada del escrutinio público, en la opacidad, la vulnerabilidad de las mujeres se incrementa. Por ello, lo primero que hay que subrayar es que el espacio privado no puede ser la excusa para que en él se cometan prácticas delictivas. Porque eso es la violencia doméstica: un delito que se encuentra tipificado y al que hay que tratar como tal (¡aunque en algunos países no sea considerada como delito!).
No sé cómo lean las cifras los que creen en la bondad natural de eso que llamamos género humano. Pero lo cierto es que no encuentro más instrumentos para enfrentar y reducir tan deleznable situación que los tradicionales: activar a la escuela y a los grandes medios de comunicación para socializar la idea de que la violencia contra las mujeres es no solo repugnante sino punible en términos penales. Y por supuesto animar a las mujeres a denunciar y a las autoridades (ministerios públicos y jueces) a responder con prontitud y eficacia cada vez que se presente un caso.
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=206827
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