viernes, 1 de noviembre de 2013

POEMAS PARA LA MUERTE:


Día de los muertos

Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos.
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel al alma.

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido sin perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo, solo, a veces,
ataudes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataudes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido
de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedras y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua,
sin garganta,
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.

Yo no se, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos,
la muerte esta en la escoba,
es la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.

La muerte esta en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sabanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde esta esperando, vestida de almirante.

Pablo Neruda







Sonetos de la Muerte

Del nicho helado en que los hombres te pusieron
te bajare a la tierra humilde y soleada.
Que de dormir en ella los hombres no supieron,
y que hermoso de soñar sobre la misma almohada.

Te acostare en la tierra soleada con una
dulcembre de madre para el hijo dormido,

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.

Me alejare cantando mis venganzas hermosas,
porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajara a disputarme tu puñado de huesos!

Gabriela Mistral


En los ojos abiertos de los muertos

En los ojos abiertos de los muertos
¡qué fulgor extraño, qué humedad ligera!
Tapiz del aire en la pupila inmóvil,
velo de sombra, luz tierna.

En los ojos de los amantes
muertos el amor vela. Los ojos son como una puerta
infranqueable, codiciada, entreabierta.

¿Por qué la muerte prolonga a los amantes,
los encierra en un mutismo como de tierra?

¿Que es el misterio de esa luz que llora
en el agua del ojo, en esa enferma
superficie de vidrio que tiembla?
Ángeles custodios les recogen la cabeza.

Murieron en su mirada,
murieron de sus propias venas.

Los ojos parecen piedras dejadas
en el rostro por una mano ciega.
El misterio los lleva.
¡Qué magia, que dulzura
en el sarcófago del aire
que los encierra!
Jaime Sabines



Dos cadáveres

Enfrente de esos dos muertos
delante de un pedir perdón
con la cara de la miseria
las uñas enterradas en la carne propia
y un sol creando los gusanos de castigo.

Yo maté a esos dos,
les soplé por sobre un monte.
de donde siempre los vigilaba.
Mas soy homicida y no ladrón,
es por eso que quizás debiera gritar
o siquiera balbucear el perdón
(los ladrones deben exigirlo).

Ya sus huesos se dejan notar;
en uno quiere aparecer el musgo,
los ojos están desinflados
quizás por el calor.
¿Podrá ser el espanto?

No puedo enterrarlos.
se defienden como los gatos
cuando los llevan a alguna oscura caja,
las garras son las costillas
y la fiereza mi temor.

Enfrente de esos dos cadáveres,
que se van a empolvar solos,
solos, sin tierra que los ayude.

Y ahora me voy,
con los dientes hechos arena
de tanto apretar,
pensando: Yo maté a mi madre y a mi padre;
¿es válido pedir perdón?
Fernando Nachón


Ante Un Cadáver

Y bien! aquí estas ya... sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus limites ensancha.

Aquí donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores
a que esta sometida la existencia.

Aquí donde derrama sus fulgores
ese astro a cuya luz desaparece
la distinción de esclavos y señores.

Aquí donde la fabula enmudece
y la voz de los hechos se levanta
y la superstición se desvanece.

Aquí donde la ciencia se adelanta
a leer la solución de ese problema
cuyo solo enunciado nos espanta.

Ella que tiene la razón por lema
y que en tus labios escuchar ansia
la augusta voz de la verdad suprema.

Aquí esta ya... tras de la lucha impía
en que romper al cabo conseguiste
la cárcel que al dolor te retenía.

La luz de tus pupilas ya no existe,
tu maquina vital descansa inerte
y a cumplir con su objeto se resiste.

Miseria y nada mas! dirán al verte
los que creen que el imperio de la vida
acaba donde empieza el de la muerte.

Y suponiendo tu misión cumplida
se acercaran a ti, y en su mirada
te mandaran la eterna despedida.

Pero, no! tu misión no esta acabada,
que ni es la nada el punto en que nacemos
ni el punto en que morimos es la nada.

Circulo es la existencia, y mal hacemos
cuando al querer medirla le asignamos
la cuna y el sepulcro por extremos.

La madre es solo el molde en que tomamos
nuestra forma, la forma pasajera
con que la ingrata vida atravesamos.

Pero no es esa forma la primera
que nuestro ser reviste, ni tampoco,
sera su ultima forma cuando muera.

Tu sin aliento ya, dentro de poco
volverás a la tierra y a su seno
que es de la vida universal el foco.

Y allí, a la vida en apariencia ajeno,
el poder de la lluvia y del verano
fecundara de gérmenes tu cieno.

Y al ascender de la raíz al grano,
iras del vergel a ser testigo
en el laboratorio soberano;

Tal vez, para volver cambiado en trigo
al triste hogar donde la triste esposa
sin encontrar un pan suena contigo.

En tanto que las grietas de tu fosa,
verán alzarse de su fondo abierto
la larva convertida en mariposa;

Que en los ensayos de su vuelo incierto,
ira al lecho infeliz de tus amores
a llevarle tus ósculos de muerto.

Y en medio de esos cambios interiores
tu cráneo lleno de una nueva vida,
en vez de pensamientos dará flores,

en cuyo cáliz brillara escondida
la lágrima, tal vez, con tu amada
acompañno el adiós de tu partida.

La tumba es el final de la jornada,
porque en la tumba es donde queda muerta
la llama en nuestro espíritu encerrada.

Pero en esa mansión a cuya puerta
se extingue nuestro aliento, hay otro aliento
que de nuevo a la vida nos despierta.

Allí acaban la fuerza y el talento,
allí acaban los goces y los males,
allí acaban la fe y el sentimiento.

Allí acaban los lazos terrenales,
y mezclados el sabio y el idiota
se hunden en la región de los iguales.

Pero allí donde el animo se agota
y perece la maquina, allí mismo
el ser que muere es otro ser que brota.

El poderoso y fecundante abismo
del antiguo organismo se apodera
y forma y hace de el otro organismo.

Abandona a la historia justiciera
un nombre sin cuidarse, indiferente,
de que ese nombre se eternice o muera.

El recoge la masa únicamente,
y cambiando las formas y el objeto
se encarga de que viva eternamente;

La tumba solo guarda un esqueleto,
mas la vida en su bóveda mortuoria
prosigue alimentándose en secreto.

Que al fin de esta existencia transitoria
a la que tanto nuestro afán se adhiere,
la materia, inmortal como la gloria,
cambia de formas, pero nunca muere.
Manuel Acuña


La Calavera

En un derruido muro
de la huerta del convento,
en un agujero oscuro
do silva al pasar el viento.

Y como una dolorida
queja a las piedras arranca,
hay en el fondo escondida
una calavera blanca.

De algún fraile soñador
de vida ejemplar y bella,
y dedicada al Señor,
en el mundo única huella.

Abre los ojos sin fondo
como a visiones extrañas
y del vació en lo hondo
forjan telas las arañas.

Húmedo musgo grisoso
recubre la antigua grieta
donde, en supremo reposo
descansa ignorada y quieta.

Pero hasta aquella escondida
mansión la brisa ligera
lleva murmullos de vida
y olores de primavera.

Golondrinas que en sus marchas
dejaron el patrio río,
huyendo de las escarchas,
de las brumas y del frío.

Cuando la luz del poniente
filtra por el hondo hueco,
y hace parecer viviente
el cráneo rígido y seco.

Desde las negras ruinas
alzan sosegado vuelo
y en sus vueltas peregrinas
tocan las ramas y el suelo,

como buscando en el prado
ya por la tarde, sombrío,
el espíritu elevado
que habito el cráneo vacío.

José Asunción Silva


A MI LAS CALAVERAS ME PELAN LOS DIENTES!!!

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