El semanario británico The Economist dedicó en la edición que está circulando esta semana, una página completa de su competido espacio a una entrevista con Luis Videgaray, el secretario de Hacienda, que los introdujo en su filosofía económica. El corresponsal halló una mina en la comparación entre las dos escuelas de pensamiento económico que han dominado esa Secretaría durante el último cuarto de siglo: los tecnócratas economicistas del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), donde Videgaray estudió su doctorado, y los tecnócratas teóricos de la Universidad de Chicago, en donde el secretario ni siquiera solicitó su ingreso porque no le interesaba.
La comparación no es menor, pues ayuda a entender las razones y el rumbo del gobierno de Enrique Peña Nieto, y uno de los detonantes de la molestia empresarial que durante más de una década trabajaron bajo las líneas generales de la llamada Escuela de Chicago, donde el gobierno no regulaba ni intervenía en los mercados. En un ensayo en la revista dominical de The New York Times titulado “Cómo Los Economistas Lo Hicieron Tan Mal”, el Premio Nobel de Economía Paul Krugman explicó en 2009 que la razón por la que los economistas fueron incapaces de predecir y resolver la crisis de 2008 –más profunda que la Gran Depresión de 1929-, tenía que ver en buena medida con la derrota de los economistas del MIT y su vecina Harvard, con sus colegas de Chicago.
La diferencia, en términos generales, es que los economistas de Chicago, donde Milton Friedman impulsó la teoría del monetarismo a fines de los 1950s, es que los mercados funcionaban mejor sin ninguna intervención del gobierno, mientras que los economistas del MIT pensaban que los mercados tienen fallas –como argumentó John Maynard Keynes, el economista británico que desarrolló el Estado del Bienestar-, y que la intervención del gobierno ayudaba a resolver aquellos problemas donde el mercado era incapaz de autorregularse.
En la entrevista con The Economist, Videgaray sacó su vena keynesiana. “México es una economía de mercado, pero debemos tener mejores mercados”, dijo. “El gobierno necesita trabajar para mejorar el comportamiento de los mercados”. Bajo esa filosofía, contextualizó el corresponsal, se redactaron las reformas energéticas, telecomunicaciones, financiera, bancaria y educativa. La Rectoría del Estado sobre la economía, en la lógica de Keynes, contra la visión neoclásica de Chicago, representada en Hacienda porFrancisco Gil, subsecretario en el gobierno de Ernesto Zedillo y secretario en el de Vicente Fox, y Agustín Carstens, quien dejó la vicepresidencia del Fondo Monetario Internacional para ser secretario de Hacienda en el gobierno de Felipe Calderón y más adelante, presidente del Banco de México.
The Economist no menciona, sin embargo, –y se puede entender porque es un tema muy local-, la rebelión dentro el ITAM en contra de Videgaray, por contravenir las enseñanzas de esa escuela que se convirtió en la última década en la maquinaria del poder en México. Lo consideran, válgase la metáfora, el Lutero que destruyó la filosofía macroeconómica de una escuela cuyos dos pilares son Gil y Pedro Aspe, doctor por el MIT, que junto con Carlos Sales, doctor por Harvard, son mentores de secretario de Hacienda. Las escuelas económicas llegaron a cruzarse, como el hecho que un admirado profesor de Aspe en el MIT, Rudiger Dornbush, quien le dio clases de Videgaray, uno de sus alumnos consentidos, era doctor por Chicago.
Videgaray ha despertado pasiones en su contra. En buena medida por su propia formación –se puede argumentar con mayor énfasis en lo social que Aspe-, y por su muy difícil trato, que a veces parece arrogante e indiferente. “Las cosas cambiaron”, dijo un banquero meses después de llegar Videgaray a Hacienda. “No se le puede ver fácil, y si da cita, tiene que ser en Palacio Nacional”. No estaban acostumbrados a ver a los funcionarios en una estructura jerárquica, y a veces ni siquiera como pares. Pero tampoco Videgaray es tanquímicamente puro como suponen muchos, incluso The Economist. Una de sus iniciativas más polémicas fue el reciente Pacto Fiscaldonde el gobierno se comprometió a no aumentar impuestos en lo que resta del sexenio. Él se oponía a la medida, idea del magnateCarlos Slim, que lo propuso en Los Pinos y cabildeó en el Congreso por medio de su socio en la minera Frisco, Alejandro Gutiérrez, asesor del Grupo Parlamentario del PRI. Acató la instrucción presidencial, trabajó el acuerdo y lo defendió públicamente. Soldadoeficiente y sorprendente, como lo presentó el semanario británico esta semana. Su jefe no es economista, pero Videgaray es su complemento. Coinciden en el objetivo final, pero cuando el camino requiere un atajo, el secretario lo encuentra. Soldado al fin y al cabo, un ángulo importante que soslayó el seminario.
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