sábado, 6 de septiembre de 2014

Inés Mendoza - Jardín

Inés Mendoza
1970
Venezuela
Jardín

Esta noche ella cultiva un jardín secreto para dedicárselo a alguien, tal vez a alguien que odia o que ama, pero no sabe a quién, porque ahora mismo no cree que ame a nadie y mucho menos que odie.

¿Cómo se cultiva un jardín?, no tiene la menor idea, ni siquiera le duran las flores de Navidad, pero esta noche ella juraría que sabe hacerlo, incluso diría que ya es una experta ahora que cultiva uno. Es un jardín curioso, lleno de piedras de río de varios tamaños que hace ya tiempo escogió ella misma y que luego fue pintando de rojo sangre —algunas pocas de azul—. Justo hace un rato ha terminado de encajar con furia cada una de esas piedrecitas en la tierra húmeda y esponjosa.

En los intersticios de las paredes que delimitan su jardín, hace varios meses sembró las semillas de grandes flores exótica de colores quizá demasiado vivos; flores voluptuosas que, poco a poco, ha visto crecer. Esta noche también ha modelado, aquí y allá, montañas de una arena de gamuza que se llama «arena dulce», aunque ella no sabe por qué.

Con sus manos ha cavado huecos hondos en medio de cada montoncito de aquella arena dulce, formando así charcos de agua donde van a nadar limones maduros y nueces que recuerdan cabezas de niños ahogados. Alas cristalinas de insectos muertos riegan como un baño de rocío las flores más grandes de los parterres, y a veces caen lánguidas a la tierra, justo sobre un camino flanqueado por pequeñas piedras azules, que reza palabras extrañas, desconocidas, oraciones de angustia. Desde luego que ese camino también conduce a un gran vacío que hay en el centro del jardín, una nada que ella dedica a alguien, no entiende si por amor o por odio ¿Un hombre?, ¿un afecto perdido?, ¿un amigo?, ¿el rastro de un dolor?, ¿un dios? No lo sabe bien, pero ciertamente le gustaría descubrir a quién dedica ese inquietante agujero. Averiguar que odia a cualquier persona, o que la ama tal vez.

Ojalá también pudiera saber por qué mientras amanece enciende una lámpara en el centro del jardín. Y por fin comprender, por encima de todo, de dónde viene la sensación de deleite que esta noche ronca le embarga. Pero no lo entiende, y ya se acerca la hora de volver al día, aunque tampoco sabe cómo hacerlo, ni está segura ella misma de que quiera regresar.




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