sábado, 6 de septiembre de 2014

Raymundo Riva Palacio - Instantáneas del informe

 
PRIMER TIEMPO

El discurso y sus arquitectos

Sin sorpresas en cuanto a la intención, sin sorpresas en cuanto a la arquitectura del mensaje del 2 de septiembre del presidente Enrique Peña Nieto, una hora y 38 minutos de duración dividido en cuatro segmentos, introducción política, la evolución de las cinco metas nacionales que se planteó desde que tomó posesión el 1 de diciembre, los grandes anuncios en materia de infraestructura y política social, y para cerrar el círculo, la reiteración de la idea fuerza que dominó la primera parte del mensaje y salpicó el discurso: el enfrentamiento a los mitos, el cambio de paradigmas y el coraje de los mexicanos –no sólo de él o de su gobierno-, que se atrevieron a cambiar México. Tampoco hubo sorpresas en lo que más le gusta, las métricas. Abundancia de números para demostrar lo que había antes en carreteras, en pobres, en salud, en educación, en turismo, y lo que hizo en el primer tercio de su gobierno.
 
 
 
 
 
 
 
La racional en Los Pinos es que no les importan tanto las encuestas como los resultados, y estos se miden por los números y las comparaciones. Una lógica impuesta por el jefe de la Oficina, Aurelio Nuño, que diseño el discurso y cuya redacción se trabajó en la coordinación de asesores, a cargo de Frank Gómez, quien escribía los discursos de Peña Nieto como candidato. Para la revisión fina del lenguaje, la mano de un experto, José Carreño Carlón, educado profesionalmente en las páginas internacionales de El Día en los 60s, convertido en político en los 80s, amigo y comunicador del ex presidente Carlos Salinas, quizás el mexicano que más sabe de teoría de la comunicación política y actualmente director del Fondo de Cultura Económica. Ninguna sorpresa en el discurso. Peña Nieto en su interpretación de Peña Nieto, que se rige escrupulosamente por el libro aprendido en el estado de México y que no cambia. O como podría uno pensar, porqué cambiar si no ha fallado.
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SEGUNDO TIEMPO

Los aplausos y los silencios

Desde que en su toma de posesión el 1 de diciembre leyó su discurso de asunción al poder en un telepromter, Enrique Peña Nieto ha avanzado significativamente en el manejo de ese dispositivo que fue utilizado por un político por primera vez en 1952, en la campaña presidencia de Dwigth Eisenhower. En su primer discurso como Presidente tropezaba con las palabras y se notaba descoordinado. El martes pasado, al pronunciar un mensaje con motivo de su segundo informe de gobierno, tropezó sólo un par de veces, y se le secó la garganta en una ocasión. Leyó de corrido y la única ocasión que se vio nervioso fue antes de empezar a leer, cuando saludo ante un auditorio selecto de mil 200 personas en Palacio Nacional a su esposa y sus hijos. A partir de ahí comenzó un discurso que arrancó 22 aplausos, el mayor para el anuncio de la construcción de un nuevo aeropuerto internacional, y la gran mayoría cuando hablaba de la gente –quienes sufrieron los mortíferos ciclones del año pasado o los maestros que apostaron por un cambio educativo-. Ovaciones al Pacto por México y al ala reformista del PRD y a los mexicanos, como un genérico, por apoyar sus 11 reformas constitucionales. El tercer aplauso en decibeles fue para las Fuerzas Armadas, pero para los miembros del gabinete, nada. Los exitosos resultados de la secretaria de Turismo, Claudia Ruiz Massieu, y del canciller José Antonio Meade, sólo fueron reconocidos por sus vecinos de butaca. La inseguridad –en el informe está palomeada como otro éxito-, congeló el reconocimiento que hubiera esperado el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Nada para el gabinete social, aunque se repitieron los aplausos a la reforma educativa, y del gabinete económico, ni hablar. Silencio absoluto en el capítulo de la política económica. El secretario de Hacienda, Luis Videgaray, no iba en busca de nada. En el auditorio estaba el grupo que fue más afectado por la reforma fiscal, y los sectores productivos que no encontraron la salida a la desaceleración. Tanto ruido que hizo el Presidente sobre infraestructura, tanto vacío al secretario de Comunicaciones, Gerardo Ruiz Esparza. Fue un día donde el Presidente recibió aplausos de protocolo, pero totalmente regateados. Esa audiencia selecta, proclive a regalarle calidez en ese día, lo trató cordialmente, pero no le regaló nada.
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TERCER TIEMPO

Las caras felices, los gestos congelados

La ubicación  alfabética del gabinete en los eventos del Presidente suele ser muy cruel. Siempre estará cerca el gobernador de Aguascalientes, y si la disposición por el número de sillas lo permite, también el de Morelos. Uno de los últimos casi siempre es el del Estado de México. Pero el gobernador Eruviel Ávila no perdió la sonrisa. Después de todo, junto con el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, quien siempre aparece en el lugar más próximo al Presidente pese a no tener el nivel de entidad pero administrar la capital federal, fueron los mayor beneficiados con los anuncios presidenciales. Carreteras y nuevas líneas del metro, transporte y conectividad, con la corona del nuevo aeropuerto internacional metropolitano.  Hubo quien infló el pecho, como Roberto Borge de Quintana Roo, que tiene muchas de las medallas por el avance en el turismo. O el de Javier Duarte de Veracruz, reconocido porque en su estado serán los Juegos Centroamericanos en noviembre y la Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de Iberoamérica en diciembre. El más platicador fue Rafael Moreno Valle de Puebla, quien no dejó de cuchichear en la oreja de Gabino Cué de Oaxaca, cuya cara no podía ser más sombría. Para él, de manera sutil, fue la crítica más dura del presidente Enrique Peña Nieto por ser el único estado donde la reforma educativa está congelada por la forma como se le ha montado encima la Sección 22 del magisterio. Cué dio acuse de recibo, y los aplausos más tenues y forzados al mensaje presidencial, fueron los de él. Nadie más hablaba con Cué salvo Moreno Valle, aunque el Presidente, al saludar de mano a todos los gobernadores cuando ya se despedía, se detuvo a conversar unos momentos con él. Igual hizo con Graco Ramírez de Morelos, a quien sus colegas mantuvieron en una Siberia inesperada. Sólo unos momentos conversó con su vecino de silla, el nayarita Roberto Sandoval, pero con nadie más. Pero Ramírez no tenía un lenguaje de cuerpo tenso como Cué, o como Guillermo Padrés de Sonora, metido en un torbellino interminable de problemas en su estado. Observar a los gobernadores escuchar al Presidente, fue como ver un Atlas de la política nacional. Pocos llenos de nervios; la mayoría sonrientes y tranquilos. Muy claro a quienes agobian los problemas, transparente quienes ya los han superado. Y otros, como Miguel Márquez de Guanajuato, de plano cómodo en una silla donde casi se acostaba. El único desparpajado en un evento donde el ritual y el formalismo, pese a todo, se mantiene.
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