sábado, 6 de septiembre de 2014

Manuel Espino - Sistema político mexicano, la reforma que falta

El proyecto sexenal ya tiene cimientos. Las 11 reformas de alto calado impulsadas por los poderes Ejecutivo y Legislativo han dado rumbo y vigor al Estado. En materias como la economía, la infraestructura, las relaciones internacionales, la educación, la salud, el mundo laboral y el marco judicial se han abierto anchos caminos.

No es escaso el mérito, como no fueron pocas las negociaciones y la interlocución política para construir esos logros.

En un ánimo constructivo, conviene señalar que estos cimientos pueden y deben servir para impulsar un cambio aún más ambicioso, que es el gran pendiente de nuestra democracia: la inclusión real de la sociedad en las decisiones públicas.








Si un flanco débil tiene nuestra nación se encuentra precisamente en la cada vez más profunda brecha entre gobernantes y gobernados. Los niveles de inclusión cívica se mantienen en niveles históricamente bajos; apatía, abstencionismo, desencanto, son calificativos que se repiten continuamente cuando se analiza al electorado mexicano.


El sistema de partidos se ha hecho acreedor a un desprestigio brutal, en un ambiente crítico en el que nadie sale bien librado. La suciedad a todos mancha por igual. Igualmente, instituciones que anteriormente gozaban de la estima social han visto bajar sus bonos.

Esto se debe, en gran parte, a que el anciano sistema político, ya obsoleto pero aún vigente, obstaculiza casi sistemáticamente la participación ciudadana. Persiste el gran caldo de cultivo de la corrupción: la falta de transparencia.

También hay una escasa representatividad, misma que provoca que los ciudadanos no vean como suyas las decisiones del Estado y que es el gran motor del descontento social, así como de la pugna porque las herramientas de democracia directa sean efectivas y no solo posibilidades legales teóricas (herramientas como las candidaturas ciudadanas, los referendos y las consultas populares).

Incluso se puede señalar que las mismas reformas, sin por ello restarles mérito, se forjaron no con el consenso de la sociedad y ni siquiera de la llamada “clase política”, sino con los grandes desprestigiados como principal elemento de decisión: los partidos políticos.

Hay, sin embargo, razones para la esperanza. México tiene solución, una solución que demanda que la siguiente gran reforma sea incluir de manera genuina —no en consejos que nada deciden o con maniobras publicitarias— a los ciudadanos en la toma de nuestras decisiones comunitarias.

Si en estos primeros dos años los partidos han sido los protagonistas del cambio, es necesario que en los cuatro siguientes sea la sociedad quien tomé las riendas del Estado. Esa será la reforma toral, la más significativa y la de más profundo calado histórico, la que revolucione no solo la economía sino las raíces mismas del sistema político mexicano.




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