sábado, 6 de septiembre de 2014

René Delgado - El mensaje y las señales

Cuanto más alarga sus mensajes el presidente Enrique Peña Nieto, más efectividad pierde su discurso. Cuanto más recae sobre el gobierno la responsabilidad de instrumentar las reformas estructurales, más tiende el mandatario a dar por hecho lo que aún es proyecto. Cuanto más reconoce el Ejecutivo la exigencia de cambiar de actitud, más incurre en prácticas tradicionales.

Desde esa perspectiva, el mensaje presidencial de este 2 de septiembre no superó al de aquel 1 de diciembre.

La claridad de la intención y la firmeza de la decisión de mover las estructuras sucumbieron ante a la ilusión de la movida. El planteamiento sencillo de los pasos a dar a partir del marco jurídico conseguido se desvaneció frente a las cuentas o los cuentos alegres de un futuro a la vuelta de la esquina. La hazaña de la batalla ganada se esfumó al declarar la victoria de una cruzada aún no concluida.








Es cierto que México ya está en movimiento, no que éste es el México que ya se atrevió a cambiar. Falta mucho.


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Dar por sentado que, con la sola reforma de las leyes, el futuro está asegurado es confundir, de nuevo, la tradición con la modernidad.

Es mucho más fácil cambiar las leyes que las conductas o las actitudes. Quizá, por eso, aunque el mandatario habló de cambiar de mentalidad, incurrió en la práctica de muy viejas costumbres: el manejo a modo de las cifras para hacer de la realidad una ilusión de la estadística o el anuncio con bombo y platillo de las obras materiales para eludir la reflexión sobre la necesaria obra cultural -en el más amplio sentido del término- para sentar los cimientos de una nueva forma de relacionarnos y conducirnos.

El desliz de convertir la Plaza de la Constitución en estacionamiento de los invitados es un desliz pero, en el fondo, es la evidencia de cómo la actitud o la mentalidad es la de siempre.


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Tres detalles curiosos en relación con el mensaje pronunciado por el presidente Enrique Peña Nieto el martes pasado.

Si, como en la oratoria presidencial, se echa mano de las cifras, es revelador que, el 1 de diciembre de 2012, el mandatario requirió de 4 mil 718 palabras en poco más de 16 cuartillas para decir lo que pretendía. El 2 de septiembre de 2013 empleó 6 mil 769 palabras en casi 25 cuartillas para expresar lo que seguía. Y el martes pasado utilizó 9 mil 770 palabras en casi 34 cuartillas, más del doble de las empleadas en aquel diciembre, para referir lo que hay. Cuanto más alarga el mensaje, más efectividad pierde su discurso.

En esos tres mensajes, dos palabras marcan una constante. "Cambio" aparece tres veces en el mensaje de diciembre; 10, en el de septiembre del año pasado; y 15, en el del martes. "Reforma" aparece 16 veces en el de diciembre; 40, en el de septiembre del año pasado; y 68, en el del martes. El vocablo que aparece una sola vez en esas tres piezas (la del martes) es: "corrupción".

El otro dato curioso. La parte medular del mensaje del martes pasado se concentra en la última cuartilla de su discurso, cuando refiere que "éste es el México que ya se atrevió a cambiar", cuando explica a dónde se mueve el país y cuando insta a reconocer la exigencia del cambio profundo: "me refiero -dice- a un cambio de actitud, de mentalidad, a un cambio cultural".

¿En qué consiste la curiosidad? Esa cuartilla no aparece en la versión electrónica del mensaje incluida en el sitio web de la Presidencia de la República. Sólo consta en la versión estenográfica distribuida. Al menos, hasta al mediodía de ayer, el mensaje presidencial carece de su remate en la página electrónica oficial de la Presidencia de la República (http://bit.ly/1lGRT9H).

Las preguntas a que obliga ese detalle son: ¿el mandatario improvisó el remate? ¿El remate no se incluyó originalmente para evitar su filtración y, luego, se olvidó integrarlo? ¿Se incorporó de último minuto al conjunto del mensaje en la ceremonia y no se actualizó en el sitio web?

Valen las interrogantes no por el ocio de subrayar una curiosidad, sino porque en esas cuantas líneas está la reflexión que se echa de menos en las casi 34 cuartillas del mensaje.


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Si, en ese remate, el mandatario reconoció como una exigencia mayor el cambio de actitud, de mentalidad, de cultura y, a la vez, considera la corrupción como un fenómeno cultural, por qué no mandó señales claras o anunció acciones concretas contra ese cáncer que sabotea los mejores proyectos.

Hoy, el vicio ancestral de cambiar las leyes sin considerar su inserción en la realidad, la cultura y el presupuesto está golpeando, cuando menos, a las reformas en materia electoral, educativa y en telecomunicaciones. Los órganos encargados de instrumentarlas están patinando ante el gasto que suponen, frente a la realidad donde inciden o ante la contradicción establecida entre el mandato constitucional y el reglamentario.

Un mensaje con señales claras de cómo se defenderán las nuevas reformas frente a las viejos vicios, de cómo se pasará de la tradición a la modernidad hubiera sido agradecible y habría perfilado de mucho mejor manera al Ejecutivo que, por fuerza, seguirá al que hubo durante los casi dos primeros años de gobierno.

Es insensato pensar, desde luego, que el presidente Enrique Peña Nieto renunciara a la idea de hacer gala del marco jurídico en relación con las reformas emprendidas. Pero, estando ahora las reformas en el terreno del Ejecutivo y no del Legislativo no hubiera estado de más escuchar una reflexión de fondo sobre su implementación de cara a la adversidad económica que el país enfrenta y la voracidad de la corrupción que enerva.


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La segunda etapa del gobierno, inserta en el concurso electoral del año entrante, ha iniciado. Qué bueno que el mandatario la inaugure anunciando obras materiales que, sin duda, tendrán efecto sobre la reactivación económica, qué malo que el mandatario no anunciara las obras culturales que, sin acompañar a las reformas, pueden frenar, pervertir o frustrar el movimiento.


sobreaviso12@gmail.com


Leído en http://www.plazadearmas.com.mx/noticias/columnas/2014/09/06/rene_delgado_12405_1009.html

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