"Perdidos en la paja de los detalles hemos debilitado el núcleo duro que explica los muertos y heridos”.
Luis González de Alba
Los estudiantes reunidos en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 no estaban bloqueando ninguna calle. No se les habría ocurrido. Asistir a una manifestación requería entonces de verdadero valor. La policía no hacía cortes a la circulación para proteger a los manifestantes. La posibilidad de ser detenido -o peor- en una manifestación pacífica era muy alta. Los estudiantes no retaban a la policía ni le arrojaban piedras o bombas molotov. Nadie bloqueaba avenidas o carreteras.
La concentración era relativamente pequeña. La Plaza de las Tres Culturas no es muy grande y no estaba completamente llena. El movimiento estudiantil había perdido efervescencia. Por eso sorprende que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz haya decidido usar al Ejército para reprimir el mitin.
Cuando menos dos contingentes militares participaron en el operativo. Uno, vestido de civil, ha sido identificado como el Batallón Olimpia del Estado Mayor Presidencial. Su propósito era detener a los líderes del movimiento. Otro, con uniforme militar, entró a la plaza al mando del general José Hernández Toledo con el aparente objetivo de dispersar a los asistentes. Alguien disparó desde uno de los edificios de Tlatelolco e hirió al comandante. Así se inició la balacera. Los estudiantes no estaban armados. Los militares se dispararon entre sí.
Tlatelolco ha sido pródigo en mitos. La versión de que el presidente Díaz Ordaz como perverso villano mandó al Ejército a matar estudiantes podrá ser atractiva para vender libros y entradas de películas pero no coincide con los hechos. Más bien, dos contingentes militares parecen haber recibido instrucciones para cumplir tareas distintas y debido a una muy mexicana falta de coordinación se confrontaron uno con otro.
Otro mito es que hubo cientos o miles de muertos. Las dramáticas crónicas de Oriana Fallaci y otros periodistas y testigos crearon esta idea. Un reportaje de John Rodda del periódico británico The Guardian dio la cifra de 325 muertos sin citar fuentes. El propio Rodda redujo posteriormente el número a 250. Un esfuerzo de los ex dirigentes del movimiento estudiantil por identificar a los muertos sólo encontró a 34 con nombre y apellido. Veinte de ellos están registrados en una lápida en la Plaza de las Tres Culturas. Quizá haya habido más, pero no habrían tenido parientes ni tampoco conocidos en el movimiento estudiantil. También hubo muertos y heridos entre los soldados.
Un mito más es que el movimiento se mantuvo gallardo después de la matanza. No es verdad. El movimiento estalló en julio por los abusos de la policía capitalina al irrumpir con un bazukazo en el Colegio de San Ildefonso, pero la matanza de Tlatelolco acabó con él. Los principales dirigentes estaban detenidos; las asambleas, desorganizadas y deprimidas. Diez días después se inauguraban los Juegos Olímpicos en el estadio de Ciudad Universitaria sin una sola protesta ni en la UNAM ni en ningún otro punto del país.
La matanza de Tlatelolco, sin embargo, ha tenido un efecto profundo sobre la psique mexicana. A 46 años de distancia los hechos del 2 de octubre están más presentes que entonces. Díaz Ordaz, que pensó se le recordaría como el Presidente que salvó a México de una conspiración comunista, es el verdugo de Tlatelolco. Pero el recuerdo colectivo asume proporciones que los hechos originales no tuvieron. Los anarquistas que hoy aprovechan las marchas del 2 de octubre para destruir vidrieras o atacar comercios no entienden el ánimo del 68. Quienes marchábamos teníamos temor ante un gobierno represivo y deseos de construir una sociedad democrática.
Golpe de audacia
Miguel Ángel Osorio Chong dio un golpe de audacia al salir este 30 de septiembre a hablar con los estudiantes del IPN y salió aplaudido. Habrá que ver qué pasa ahora: cuando responda el pliego petitorio, el 3 de octubre, y cuando otros grupos se presenten ante la Segob y exijan hablar con él.
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