Jean Meyer |
Se acerca el cordonazo de San Francisco y pronto terminará la temporada de aguas, para mayor gusto de los citadinos que siempre piden sol. La lluvia fue más generosa que el año pasado y puede que la cosecha de maíz de temporal sea buena, pero grandes regiones del país siguen esperando la ayuda de los ciclones y nos dicen que las presas que alimentan la megalópolis mexicana se encuentran bastante bajas.
La comunidad menonita, eventualmente, abandonaría el estado de Chihuahua por la intensa sequía, lo que sería una pérdida lamentable; la escasez de agua explica las tensiones provocadas por la realización del acueducto que, en Sonora, llevaría agua del valle del Yaqui a la capital del estado; por eso hay gente del valle que cree que el asesinato del diputado Eduardo Castro Luque se debe a su oposición al proyecto.
El problema es mundial. El calor refuta a los “climaescépticos”, porque las temperaturas extremas que han afectado este verano al vecino norteamericano (al grado de arruinar las cosechas de granos) son cada vez más frecuentes en más zonas de la Tierra. El 28 de julio, el científico Richard Muller declaró en The New York Times que es ya “un escéptico converso”. La temperatura media en verano ha subido 0.5 grados en los últimos 30 años y sigue aumentando. El cambio climático obliga ya a especies vegetales y animales a migrar en busca de un mejor hábitat. Obliga y obligará a la especie humana a hacer lo mismo, lo que no será del agrado de los pueblos receptores…
En este verano del 2012, el deshielo ártico pulverizó récords, de modo que la extensión helada llegó a un mínimo histórico: los científicos prevén que en décadas el Ártico quedará libre de hielo en verano. The Economist publicó el 16 de junio un informe especial, intitulado El Norte se descongela; entre otras informaciones, se lee que el glaciar de Groenlandia pierde 200 gigatoneladas al año, así que, pronto, volverá a merecer su nombre de “Tierra Verde”. Todo esto afectará el nivel de los mares… Por si fuera poco, el deshielo previsible del subsuelo congelado de las regiones árticas (el llamado “pergelisol”), en Alaska, Canadá, Noruega y Rusia, bien podría afectar el clima. No se sabe si el carbono que soltará saldrá bajo forma de CO2 o de metano (CH4), el cual crea un efecto invernadero 25 veces mayor que el CO2.
Quedémonos en el corto plazo: el verano de 2012, con la sequía en Rusia y Ucrania, India y América del Norte (la mayor en 50 años, para EU), ha encarecido inmediatamente los precios de los cereales y del arroz, lo cual ha impactado los precios de los alimentos, como lo han comprobado los consumidores mexicanos. No hablo del huevo, porque la producción nacional ha sufrido un accidente no ligado al clima. Como todos somos criticones, denunciamos la falta de medidas que hubiera debido tomar la comunidad internacional para evitar la perniciosa repetición de la subida global de precios en el sector de la alimentación, ante nuevas sequías. Es fácil decirlo; ¿remediarlo? No tanto. Además, la subida del precio del forraje y otros alimentos para el ganado amenaza la viabilidad del sector, lo cual provocará el alza de precio de todas las carnes, de la leche y sus derivados. Conozco ganaderos pequeños que tuvieron que vender sus 20 vacas porque no podían pagar el precio de las pacas: ahora trabajan como albañiles.
Esa tensión entre producción y consumo, a escala mundial, se complica con el crecimiento del consumo en países “emergentes” como China y la India, lo que, en sí, es algo positivo, ligado a un mayor desarrollo. Pero ¿no tendrá límites la capacidad del planeta para sostener la expansión económica? Obviamente, necesitamos “una red de soluciones mundiales” (Jeffrey D. Sachs). ¿La encontraremos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.