domingo, 30 de septiembre de 2012

Javier villareal Lozano - !Ay, amor, ya no me quieras tanto!

Javier Villareal Lozano
“No tenía ojos para ninguna otra mujer; ninguna podía alcanzar la cima de su corazón como ella, ni ocupar todos sus pensamientos, ni compartir sus sueños. A sus ojos no había una mujer más admirable y a doña Guadalupe de los Ríos le entregó su devoción. Por desgracia, para el México de mediados del siglo 19, el presidente Ignacio Comonfort tenía ‘mamitis’”. La buena educación recibida de su madre —era huérfano de padre— hizo de él un hombre refinado, dado a las tareas del hogar y sin miedo a mostrar sus sentimientos.

Sin embargo, Comonfort no era refractario al hechizo del eterno femenino. Tuvo dos hijas con una señora de nombre Carmen Lara, pero no las reconoció, dicen, por temor a causar un disgusto a doña Guadalupe, y se refería a ellas llamándolas sobrinas.




Presidente de la República en horas cruciales, a aquel hombre a quien sus contemporáneos consideraban justamente como indeciso, el destino lo colocó entre la espada y la pared. La promulgación de la Constitución liberal de 1857 escindió al país. En su calidad de presidente, Comonfort la había jurado. La reacción de la Iglesia ante la nueva Carta Magna, que suprimía algunos de sus privilegios, fue desmesurada: amenazó con excomulgar a todos quienes la habían jurado. Con la loable intención de salvar a su hijo de las llamas del Infierno, doña Guadalupe convenció a su hijo de retractarse. Y lo consiguió. El 17 de diciembre de 1857, con el apoyo de los conservadores, el Presidente Comonfort desconoció la Constitución, abriéndole las puertas a la cruenta guerra de Reforma que se prolongó tres años y costó millares de vidas.

¿Cuántas veces el amor y la pasión han dominado, así fuera temporalmente, la vida de los prohombres mexicanos? ¿Influyeron estas pasiones en el curso de la historia de México? Esas son las preguntas que se hizo Alejandro Rosas al emprender las investigaciones para “99 Pasiones en la Historia de México” (MR Ediciones, 2012), que se presentó el pasado 20 de septiembre en nuestra ciudad. Relatos en los que es posible acercarse a los personajes lejos de las grandes batallas, las frases grandilocuentes y la pompa del poder o las famosas últimas palabras ante el pelotón de fusilamiento.

Por las páginas del libro desfilan grandes amores y amoríos de 99 personajes que sucumbieron a esa alteración de la conciencia, como definen los psicólogos a la pasión. Aunque, por supuesto, hay de pasiones a pasiones. Francisco Villa y Emiliano Zapata, hombres que jamás dieron la espalda a los peligros de la guerra, se mostraban igualmente decididos en las batallas del amor. Los dos revolucionarios eran, para decirlo en forma coloquial, “bravos pa’ la nagua”, resultando imposible hacer un catálogo de sus conquistas amatorias. Pancho Villa, convencido de las bondades del matrimonio, se casaba con todas. El otro lado de la moneda fue don Benito Juárez, formal y serio, esposo fiel que nunca dio qué hablar ni se le conoció ningún devaneo. 

¿Cómo quedaría devastado emocionalmente el pobre de Antonio López de Santa Anna por la muerte de su primera esposa, Inés de la Paz García, que soportó largos y penosos 41 de viudez antes de contraer segundas nupcias con Dolores Tosta, muchacha de 15 años? El novio rebasaba ya el medio siglo. 

Y Francisco I. Madero, tan seriecito que parece, debido a sus calaveradas por poco frustra su relación con doña Sarita Pérez. Sucede que se hicieron novios y el noviazgo parecía caminar sin tropiezos hacia el altar, pero a sus 25 años el futuro Apóstol de la Democracia pensó que era demasiado joven para contraer las responsabilidades del matrimonio, dedicándose, asegura Rosas “a darle vuelo a la hilacha”. La joven Sarita no estaba para soportar calaveradas y, como se acostumbraba decir en mis tiempos de juventud, “lo cortó” sin miramientos. Luego de andar de crápula, don Pancho se dio cuenta de que Sarita era el amor de su vida, y le enviaba decenas de cartas implorando perdón y prometiéndole cambiar de vida. Ella, pensando quizá que “más valía quedarse a vestir santos, que a desvestir borrachos”, se mantuvo en sus trece. A las apasionadas cartas de su ex novio respondía con misivas que principiaba con un helado: “Señor Madero”. Nada de Pancho, como le decía cuando eran novios.

Al fin, dale que dale —“talón” mata a carita, rezaba el dicho popular— a Sara se le ablandó el corazón y aceptó reanudar las rotas relaciones. “Mi constancia triunfó —escribió Madero— sobre todos los obstáculos y al fin tuve el inmenso placer de estrechar entre mis brazos a la que debía ser mi inseparable, mi amantísima compañera…”. Se casaron el 26 de enero de 1903. El matrimonio duró 10 años y 28 días. Madero, como se sabe, murió asesinado el 23 de febrero de 1913. Doña Sara lo lloró el resto de su vida.

Alejandro Rosas ha logrado hilvanar 99 relatos por demás interesantes, recorriendo desde la unión por conveniencia de Maximiliano y Carlota, hasta el supermercado de ternura instalado por Graciela Olmos, “La Bandida”, en la calle de Durango de la Ciudad de México. Allí, políticos, industriales e intelectuales echaban no canas, sino mechones completos de canas al aire de la región más transparente. Historias tristes, otras alegres, no pocas trágicas que revelan el lado humano de seres a quienes a veces sólo conocemos en estatuas.

Un libro interesante y desenfadado que se disfruta leer.

¿NOMBRE O APELLIDO?

Si tuviera la oportunidad de entrevistar al famoso futbolista “El Cepillo” Oribe Peralta, la primera pregunta que le haría sería por qué lleva como nombre propio un apellido y, además, escrito con falta de ortografía. 

Sólo a manera de hipótesis, es de suponerse que el señor padre del medallista olímpico debió de militar en la Línea de Masas, movimiento popular lagunero que en Monclova tenía su contraparte sindicalista llamada Línea Proletaria. En el último cuarto de los 70 del siglo pasado, ambas Líneas adquirieron enorme fuerza. Se dice que contaban con respaldo de los hermanos Salinas de Gortari, quienes tenían casa en el ejido Batopilas del municipio de Francisco I. Madero.

Línea de Masas agrupaba a jóvenes maoístas encabezados por Adolfo Orive de Alba —hijo de un alto funcionario del Gobierno federal—. Economista que estuvo en China durante la revolución cultural, formó una organización política popular empeñada en luchar por el socialismo usando una vía diferente a la del leninismo, convencido de que la respuesta no estaba en la revolución violenta. En 1976, “linieros” de La Laguna fueron reclutados por el obispo Samuel Ruiz para actuar como activistas sociales en Chiapas que, se asegura, al correr de los años nutrirían el alzamiento zapatista. ¿Será Adolfo Orive el padrino espiritual de “El Cepillo” Oribe Peralta?

Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/ay-amor-ya-no-me-quieras-tanto

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