domingo, 30 de septiembre de 2012

Rafael Loret de Mola - De hoguera a cerillo

Rafael Loret de Mola
En marzo de 2001 conversé con el ex presidente José López Portillo. Fue la última vez que le visité en su casa de Cuajimalpa, en la célebre “colina del perro”, porque semanas después se mudó a la residencia de su hermana Margarita, en las Lomas de Chapultepec, y su esposa, Sasha Montenegro, quedó en posesión de la regia mansión que desató, en su momento, una tremenda escalada de escándalos, sobre todo porque el inmueble se erigió a la vista de una ciudadanía afrentada por los saqueos de divisas y las devaluaciones incesantes del peso.

En ese ámbito, incómodo por sus antecedentes, pregunté al ex mandatario su opinión acerca del periplo del subcomandante “Marcos” y otros miembros del Ejército Zapatista por toda la República y con las Fuerzas Armadas, haciendo el papel de custodios y protectores de quienes lanzaron una declaración de guerra contra las instituciones nacionales y enfrentaron a las mismas durante 11 días de 1994. Nunca se había llegado a este extremo de franca simulación, exaltado por la presencia de la única “guerrilla pacifista” sobre la tierra.




López Portillo, se arrellanó en uno de los amplios sofás del salón principal, rematado por cierto con sendos óleos de sus antepasados, tal y como suelen exhibirlos quienes se precian de su sangre aristocrática, y respondió:
--La verdad: yo hubiera apagado el cerillo antes de que se hubiera convertido en hoguera.

Fue una frase grandilocuente, sin duda, que señalaba hacia la torpeza operativa de un gobierno incapaz de hacerse respetar y al que le jugaban el dedo en la boca. Pero, además, planteaba la vulnerabilidad del mismo al haber asumido el papel de conciliador sin otra respuesta que las provocaciones. Cuando se abre un diálogo, lo único indispensable es que sean dos los protagonistas del mismo, cuando menos, porque de otra manera se abriría únicamente un monólogo sin el menor compromiso de la contraparte.

No estoy muy seguro si, en su momento, el ex presidente hubiera actuado con la energía que propuso a toro pasado. De hecho, su frivolidad lo mantuvo atado a su mundo femenino –su madre, sus hermanas, sus amantes, su esposa, sus hijas-, exaltado como la mayor de sus debilidades. Y el tiempo de su mandato lo consumió, en buena medida, tratando de poner orden entre ellas sin lograrlo en lo más mínimo. De lo que sí estoy convencido es que no se pueden dejar crecer los males por negligencia gubernamental o, peor aún, temor a enfrentar las consecuencias de las determinaciones ineludibles y definitorias.

Llevamos muchos años de vacíos de poder. Desde 1994 cuando el neoliberalismo hizo crisis y Carlos Salinas acabó envuelto por la barbarie y las descalificaciones pese a su fama de economista notable y su desesperada cruzada por legitimarse tras los fraudulentos comicios de 1988 y una asunción avalada, frente a la protesta colectiva, por una izquierda convenenciera del exterior. No olvidemos la presencia del cubano Fidel Castro como garante de una inexistente legalidad, exaltada por los usos diplomáticos, en la transmisión del Ejecutivo federal.

La crecida de la descomposición fue inmediata, aun cuando ya se arrastraba desde la década de los ochenta por efecto del “boom” del narcotráfico y la evidente contaminación de las estructuras gubernamentales por parte de los cárteles en auge. Ésta, sin duda, fue la puerta de acceso a la violencia generalizada de la mano con el lavado de dinero y la triunfante especulación. Si no se conoce la historia es imposible intentar superar los desafíos del presente.

No se olvide, asimismo, que la emergencia en el Distrito Federal inició bajo la última regencia, la de Óscar Espinoza Villarreal, entre 1994 y 1997, cuando los asaltos bancarios se volvieron cotidianos sin que nadie fuera capaz de detener a los facinerosos. En esos días, dialogué con Manuel Camacho Solís, concentrado entonces en su empeño de fundar el Partido del Centro Democrático al que también perteneció, en calidad de mancuerna, el actual jefe del gobierno defeño, Marcelo Ebrard Casaubón, y me confirmó que durante el periodo en el que se mantuvo al frente de la administración del Distrito Federal, a lo largo del periodo salinista salvo el último año del sexenio, sólo se habían producido dos robos a instituciones bancarias por ciclo anual. Y arrojaba la estadística al rostro del funcionario zedillista con mayor propensión a la corrupción, el regente Espinoza. (No por otra cosa fue extraditado y procesado, aun cuando los mecanismos estuvieran amañados para posibilitar la desvergüenza de su excarcelación).


Hay que ir a los orígenes, insisto, para entender la conflictiva actual y tratar de corregir algunas rutas seriamente infectadas. Sobre todo porque muchos de los posprotagonistas principales de entonces siguen teniendo foros, escenarios, y en algunos casos fuero constitucional, apostando a la amnesia colectiva, el gran recurso de los grandes manipuladores transexenales –no transexuales, por favor, aunque también los hay-.

Lo anterior no significa que lancemos culpabilidades sin ton ni son para ver a quién se llevan por delante los organismos judiciales. Las indagatorias sirven para determinarlas y son éstas las que deben iniciarse con miras, siquiera, a conocer cómo evolucionó el mal y se prendieron las tantas hogueras de la violencia a partir de los cerillos que nadie se animó a apagar, aun cuando se quemaran los dedos de la autocracia otrora insondable.

Sencillamente, hay que intentar que las hogueras vuelvan a ser cerillos antes de que la devastación sea tal que sólo colectemos cenizas.
loretdemola.rafael@yahoo.com.mx

SE LES FUE DE LAS MANOS DE CALDERÓN, NO SÉ CUÁNTAS VECES, JOAQUÍN “EL CHAPO” GUZMÁN. ES EL GRAN ESTIGMA POR RESOLVER QUE SE UNE AL GENOCIDIO DE LAS OCHENTA MIL VÍCTIMAS INOCENTES DEL SEXENIO DE LA VIOLENCIA. ¿TENDRÁ PERDÓN HISTÓRICO? SUPONEMOS QUE NO... SALVO QUE LA IMPUNIDAD, LA MAYOR DE LAS CORRUPCIONES, LO SOSTENGA.


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