Sara Sefchovich |
Hace unos días se presentó la Enciclopedia de la literatura en México, elaborada por el Conaculta y la Fundación de las Letras Mexicanas, “obra colectiva de servicio cultural (que) ofrece a sus visitantes conocimiento sobre la literatura que se ha escrito en nuestro país a través de los siglos”, según dice la página de inicio. La idea, se explicó, es contar con “una fuente válida” que “aporte datos precisos”.
Y, sin embargo, esto no es del todo cierto. La lista de incluidos deja fuera a varios y pone dentro a algunos que quién sabe de dónde salieron.
En un número reciente del suplemento cultural Laberinto hay un artículo firmado por Pablo Raphael en el que cuenta que no le dieron la beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte y pretende dar una explicación a ese hecho. Esa se sustenta en lo que él llama “conflictos de interés”, que consiste en si se conoce o no y si se es o no amigo de los jurados y si lo uno o lo otro les sirve o les daña a quienes concursan.
El tema es importante porque pone sobre la mesa lo pequeña, parroquial, enredada en cotos de poder y llena de envidias que es nuestra “República de las Letras”. Esto no es nuevo, así ha sido siempre. Como ejemplo me basta uno: hace años, algunos críticos dieron en llamar “literatura lait”, a las novelas que más éxito de ventas tenían y ni por casualidad aparecían reseñadas en los suplementos culturales.
La pregunta es: ¿cuáles son los criterios para elegir quién es escritor y quién entra en una obra de estas en las que se pretende oficializar esa condición? La discusión para responderla es vieja: escritor ¿es el que escribe?, ¿es el que publica?, ¿es el que otros leen?, ¿es el que los críticos consideran?, ¿es el que las instituciones o los medios o el mercado consagran?
Que yo sepa, nunca se ha podido llegar a una respuesta en la que todos estemos de acuerdo. Pero en todo caso, si se cumplen varios de esos “requisitos”, se puede considerar que esa persona es escritor. Ese es mi caso, a pesar de lo cual no aparezco en la Enciclopedia. Y tampoco encontré otros nombres que deberían estar.
Pero como no sé si ellos quieren que los mencione, hablaré sólo de mi situación: he publicado tres novelas y 10 libros de ensayo en las editoriales de más prestigio en lengua española, además de cientos de artículos y relatos en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Algunos han recibido premios en México y en otros países, han sido traducidos a otras lenguas y han sido incluidos en antologías. Mi nombre aparece en los principales diccionarios de escritores. Uno de mis libros es texto sobre literatura mexicana en universidades de Estados Unidos, una de mis novelas ha vendido 100 mil ejemplares y fue hecha película y uno de mis ensayos ha vendido 200 mil ejemplares y fue hecho obra de teatro.
Estoy de acuerdo con Raphael cuando escribe: “Tengo para mí que lo que se pone en duda aquí no son las intenciones del programa ni la probidad de los elegidos y jurados, sino los mecanismos de selección”. Por eso espero que ciertas ausencias sean más producto de la ignorancia o de la investigación incompleta que de la mala fe.
Dice el autor citado: “Cuando uno no aparece en la lista puedes quejarte del despojo, puedes jactarte de no ser apoyado por el Estado y cantarlo como un logro vital o, bien, puedes acudir a la famosa ‘teoría de las colas’ y esperar hasta el próximo año”.
Consuelo Sáizar, a quien admiro y respeto y cuyo trabajo al frente de Conaculta considero espléndido, ha dicho que esta obra se enriquecerá de forma constante, así que optaré por el tercer camino, el de esperar que se repare el error. Lo haré en mi nombre y en el de quienes tampoco aparecen en la lista, con la esperanza de que en adelante, este tipo de trabajos se hagan con más cuidado para que las liebres no se les escapen a los cazadores.
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