lunes, 3 de septiembre de 2012

Rafael Loret de Mola - Ausencia de Líder/Silencio Obligado

Rafael Loret de Mola

La crisis global y sus distintas aplicaciones regionales, carestía en algunas y devaluaciones “sorpresivas” en otras, ha exhibido al elemento central de la trama: la ausencia de liderazgo en la perspectiva universal.
Por una parte, la imprevisión notoria de quienes administran a la gran potencia, y por la otra, la pasividad de los países satélites que reaccionaron muy tarde ante los juegos especulativos. Una vez más quienes pusieron las trampas se llevaron todas las presas.

Agustín Carstens, quien se suponía habilidoso por sus aportaciones al Fondo Monetario Internacional de la mano con el español Rodrigo Rato, acusó “a un grupo de empresas” en 2008, sin poner nombres como reza la vieja tradición en pro de la impunidad, por la compra desmedida de dólares y posterior saqueo que originaron las devaluaciones en cadena de nuestro golpeado peso cuando, de acuerdo a los economistas, no había motivo para ello en un mercado “inundado” de dólares y con reservas en el banco de México superiores, al comienzo de la convulsión, a ochenta y un mil millones de dólares, un récord histórico de la mayor relevancia. 





Es necesario subrayar la tremenda paradoja que deviene de tener tales caudales ociosos, únicamente para extender garantías a los inversionistas en cierne del exterior y asegurar la estabilidad financiera interna –la cual, como hemos atestiguado, puede romperse muy fácilmente en cuanto “algunas empresas” se lo propongan-, mientras el país demanda de obras de infraestructura para ampliar posibilidades productivas y mantener los equilibrios sociales, ahora también rebasados. 

Cuando se aproximaba la campaña presidencial d 2006, analizamos, con precaución claro, la posibilidad de que la administración foxista se cubriera de gloria cancelando la deuda externa asfixiante utilizando parte de las reservas atesoradas mediante los mecanismos institucionales previstos. Con ello, el golpe mediático, espectacular, hubiera asegurado la continuidad política, o casi, sin llegarse a los penosos extremos con los que se desvió la voluntad general con el consiguiente desprestigio de los órganos comiciales.
Pese a ello, se optó por lo segundo, con el severo desgasta que ello propició al sector público y la consiguiente vulnerabilidad de quien asumió la Presidencia bajo sospecha, en lugar de asegurar la bienaventuranza económica aprovechando lo acumulado por el Banco de México. Por supuesto, los especuladores presionaron. ¿No es sintomático el hecho de que “algunos empresarios” se hayan sumado a la “campaña negra”, destinada al desprestigio y colapso de las oposiciones con golpes mediáticos de devastador efecto, pasando por encima de los límites impuestos por el Instituto Federal Electoral? Vistas las consecuencias vamos entendiendo cuáles han sido las prioridades y las razones del errático comportamiento gubernamental. 

Recuérdese que el Tribunal Electoral llegó a la conclusión de que la intervención de esos empresarios, a quienes nunca se enlistó, y del mandatario entonces en funciones, el señor Fox, había sido irregular aun cuando no fueran sancionados. Cuando el criterio de los juzgadores depende de las líneas preestablecidas saltan a la vista conjuras y valores entendidos siempre a favor de la clase gobernante. Así fue en 2006. 

Pero también en los niveles financieros las tormentas exhiben a los mismos de siempre. Sobre todo porque nunca se les destapa. No se olvide que, en 1982, José López Portillo arengó al Congreso para condenar al “saqueo” y a quienes le propiciaron y ofreció un mes a los “malos mexicanos”, precisamente septiembre de ese año, para que regresaran sus haberes. “Después actuaremos nosotros”, advirtió, sin que se moviera una hoja del árbol del poder. Luego afirmó que contaba con una “lista”, bajo siete llaves, aun cuando jamás la hiciera pública sepultado en vida por querellas familiares de telenovelesca trama. 

En la misma línea, el señor Carstens señaló, ambiguamente, a los responsables del caos devaluatorio y no se animó a ser preciso. Lanzó la amenaza velada, como López Portillo, sin el menor ánimo de aplicar la fuerza del Estado contra quienes sacudieron los mercados bursátiles artificialmente en aprovechamiento cabal de una crisis que podría haber tenido otros derroteros sobre nuestro territorio, menos devastadores diríamos aun cuando se ajustara el precio del petróleo y fuera necesario fortificar a los bancos. 

Por desgracia, una vez más, se nos dejó al garete, en manos de los viejos especuladores triunfantes. Y, claro, bajo el signo de la demagogia que pretende, siempre, trasladar las responsabilidades oficiales hacia otros escenarios. El viejo y bíblico “lavado de manos” de Poncio Pilatos es referente constante en el quehacer de los gobernantes sin imaginación ni grandeza de miras. Por eso, claro, volvieron a arrollarnos. 

Y así seguirá siendo en tanto no se intente, siquiera, ejecutar la justicia. Si aquellos saca-dólares de 1982 hubieran sido exhibidos y sancionados en la medida del daño infringido al país, estamos seguros de que no habría lugar, en el presente, para reincidencias y reacomodos fundamentados en los acuerdos soterrados. Entre otras cosas porque no tendrían tanta libertad de acción. ¿A qué le temen las autoridades hacendarias? ¿A que se incomode el poderoso Citigroup, uno de los principales sospechosos de haber fraguado la compra masiva de dólares? ¿O a que tales empresarias especuladores tengan padrinos de muy alto nivel en Wall Street y la Casa Blanca? Lo dicho: perdidas las rectorías, financieras, políticas y sociales, al superior gobierno mexicano sólo le queda el ejercicio, no digamos de una gerencia, sino de una apretada sucursal.


Debate
No hay líderes. Esta es la lección más dolorosa de la crisis. Incluso los “bocones”, como el venezolano Chávez, siempre listo a injuriar al Tío Sam pero sin poner en riesgo sus intereses –sólo amenaza y amaga a las empresas y bancos con capital europeo-, se han dicho sorprendidos, y por consiguiente rebasados, por la crisis global. Esto es como si nadie se hubiera dado cuenta, a tiempo, de la recesión estadounidense. De ser así, ¿cómo se explica que los analistas –en esta columna lo hicimos- advirtieran de los riesgos cuando los voceros oficiales insistían en la fortaleza de los “blindajes”?

Barack Obama recibió una herencia casi catastrófica y, además, sumó a la crisis legada su propia impericia que deviene de la superficialidad política. Ni él ni su antecesor, el belicoso Bush junior, conocían a fondo la geopolítica universal. ¡Hasta equivocan el rango y la filiación del presidente del gobierno español, aliado supuestamente de la gran potencia!

A George Bush junior le preguntaron, en la recta final de su primera campaña, en 2000, el nombre de la entonces canciller mexicana –lo era Rosario Green-, sin acertar a responder; en similar perspectiva a los candidatos ahora en disputa, el propio Obama y Mitt Rooney, sobre todo al segundo, les costaría enorme trabajo recordar el apellido del presidente mexicano saliente, aunque se trate de su vecino del sur y en buena medida por la irrelevancia del mismo en los foros internacionales.

En el caso de México, la ausencia de liderazgo se manifiesta en todos los renglones de la vida pública. Por ello, claro, se da la impresión de que el gobierno está siempre a la expectativa, frenado por las circunstancias y atemorizado por las consecuencias. No sabe que hacer, ni siquiera considerando la fama de sus operarios en Hacienda, ante una conflictiva, la financiera combinada con la política amén de los desafíos de los violentos, cada vez más amplia y compleja. Y no es que clamemos por un visionario, tal sería acaso una pretensión excesiva, pero sí por alguien capaz de llenar el grave vacío de poder que posibilita, entre otra cosas, la especulación desatada de “algunas empresas” guardadas celosamente en la carpeta del gobernador del Banco de México, Carstens, para vadear, según dicen, los pantanos del escándalo. Sin liderazgo no hay directrices y sin éstas andamos como en el juego de la “gallina ciega” a expensas de los auxilios y jalones de los demás. ¿Qué aprendimos, entonces, de tantas y tantas crisis estructurales? Sobre todo a captar y entender las mentiras. La Anécdota

En octubre de 2008, con motivo del “Día de la Hispanidad” –así llaman al de la “raza” los españoles para separarse de la terminología usada por Franco y sin reparar que en América Latina no hay variante al respecto-, el entonces presidente del Partido Popular de España y ahora presidente del gobierno, Mariano Rajoy, cometió un desliz francamente de altos decibeles. Sin percatarse que tenía enfrente un micrófono abierto expresó su molestia por tener que asistir al despliegue tradicional de las Fuerzas Armadas: 

--Es un “coñazo” tener que ir al desfile. 

Cuando llegó la hora, el Rey Juan Carlos bromeó sobre el particular y Rajoy optó por callarse: 

--He aprendido, en unas horas –dijo-, el valor del silencio. 

Lección acumulada. ¿A cuántos de nuestros políticos, comenzando con el líder callejero de nuestra oposición, le vendrían igualmente unos votos de silencio aunque fuesen perentorios y no permanentes? Nuestros oídos lo agradecerían. 
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WEB: www.rafaelloretdemola.com 
E-MAIL: rafloret@hotmail.com

Leído en: http://www.vanguardia.com.mx/ausenciadelidersilencioobligado-1363272-columna.html

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