Enrique Peña puede ser uno más de los presidentes de este país que han gobernado con desgano, carentes de imaginación y visión de Estado; uno más de los muchos que han abusado del poder y dejado como herencia frustración y enojo.
Pero también puede conducir un quiebre mayúsculo que atienda rezagos estructurales y nos permita recobrar el crecimiento económico y avanzar hacia una sociedad menos injusta, que recupere la tranquilidad y fortalezca las instituciones de seguridad y procuración de justicia. Son muchos los ingredientes que reclama un liderazgo lúcido; destaco:
1) Definir claramente las prioridades de su gobierno y trabajar para concretarlas, lo que implica evitar distraerse con lo secundario.
2) Inteligencia y equilibrio en la toma de decisiones. No permitir que las urgencias de coyuntura nublen el horizonte de largo plazo, pero tampoco que la mirada en el futuro sacrifique la ineludible atención al presente.
3) Convertir al crecimiento económico con empleos dignos en objetivo prioritario. Llevamos demasiados lustros de crecimiento mediocre.
4) Hacer de la educación el punto central de su mandato: el porvenir se construye en las aulas.
5) Combatir la impunidad. El desbordamiento de la violencia delincuencial se explica, en gran medida, por la corrupción y el crimen sin castigo.
6) Integrar un equipo de gobierno de calidad irreprochable. A todos los colaboradores del titular del Ejecutivo les es exigible: honestidad a toda prueba, capacidad certificada en el ramo para el que serán designados, sensibilidad política y patriotismo.
7) No convertir los cargos públicos en cuotas para las fuerzas que concurrieron a su campaña. No olvidar que en todos los espacios, oposición incluida, hay gente honesta, capaz y con vocación de servicio.
8) Mantener a los suyos alejados del poder. Mucho daño le han hecho a los gobernantes la condescendencia con su parentela.
9) Establecer una política de austeridad y racionalidad en el gasto. Que los ingresos y las prerrogativas de la alta burocracia no resulten ofensivos ante la pobreza de la mayoría; que no se desperdicie el dinero público en obras fatuas o en “divulgar” acciones que constituyen obligaciones de gobierno; mucho menos en difundir la imagen propia.
10) Emprender la reingeniería gubernamental. Reducir el aparato estatal, sobre todo los cargos de alto nivel que se han multiplicado los últimos años.
11) Darle continuidad a lo valioso. El país no puede darse el lujo de empezar de cero en cada alternancia. La madurez de un gobernante se muestra en el reconocimiento a lo alcanzado por sus antecesores, al margen del origen partidista.
12) No confiar en su instinto. Las acciones de gran calado reclaman el conocimiento y la experiencia de los que saben; ningún tema serio puede abordarse desde una perspectiva unidimensional.
13) No perderse en pequeños detalles. El gobernante debe tener la capacidad de mirar el conjunto.
14) Evitar los riesgos de la “espontaneidad”. No hay mejor “improvisación” que la que se prepara concienzudamente.
15) No pretender llevarse todos los méritos. No importa quién se cuelgue las medallas, lo importante es que las cosas se hagan y se hagan bien.
16) Más allá de lo técnico-financiero, garantizar la viabilidad social de sus proyectos: muchos programas de gran envergadura se han malogrado porque diseñadores y ejecutantes ignoraron la capacidad de resistencia de sus adversarios, tanto en el Congreso como en la opinión pública y la calle.
17) Tomar las decisiones que sean necesarias aunque sean impopulares. Y tener los argumentos para convencer o enriquecer la deliberación democrática.
18) No confrontar a los grandes intereses sin contar con las herramientas jurídicas y políticas para llevarlo a cabo.
19) No criminalizar la protesta social, pero tampoco beatificar a quienes pretenden convertir a la sociedad en rehén de sus intereses de grupo.
20) Construir una relación fructífera y de mutuo respeto, no de sometimiento, con los otros poderes, niveles de gobierno y actores políticos relevantes.
21) Reconocer los errores propios y ejercer, como virtud democrática, la capacidad de rectificar.
22) No perder de vista que el año más difícil de su gobierno será el séptimo. Todo sumará o restará para el día de la evaluación final, que llega más temprano que tarde.
¿Estará dispuesto el presidente Peña Nieto a imponer un cambio de esas proporciones?
@alfonsozarate
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