Jorge Chabat |
Por alguna extraña razón, a los mexicanos nos encantan las teorías de la conspiración. Siempre vemos conspiraciones y mano negra en todo. Incluso vemos conspiraciones para crear teorías de conspiración. La verdad es que es una manera fácil de entender al mundo y de explicar derrotas. La izquierda mexicana, probablemente conocedora de esta tradición tan mexicanísima ha construido en los últimos años toda una cosmogonía con base en las conspiraciones de sus enemigos, o de lo que identifica como a sus enemigos: el PRIAN, la mafia, los ricos, etcétera. Ello le ha permitido explicar la derrota del 2006: ésta no fue producto de sus errores, sino del fraude orquestado por la mafia. Lo mismo en el 2012: la misma mafia volvió a conspirar para impedir que el pueblo ejerciera su voluntad.
Sin embargo, si se analizan con detalle los hechos que llevaron a ambas derrotas, ha sido la propia izquierda la que ha hecho todo para propiciarlas. En el 2006, su candidato presidencial dilapidó los 10 puntos que llevaba de ventaja con una serie de errores producto de su propia arrogancia política. En el 2012, su candidato de nuevo hizo todo para propiciar una victoria del PRI: se opuso a una alianza con el PAN en el Estado de México, incluso cuando el candidato iba a ser el propio Alejandro Encinas. El resultado fue que el PRI arrasó en ese estado, allanando el camino de Peña Nieto a la Presidencia. Adicionalmente, López Obrador chantajeó y presionó para ser el candidato presidencial aun a sabiendas de que todas las encuestas ubicaban a Marcelo Ebrard con mayores posibilidades de ganar. El resultado lo sabemos todos: la izquierda volvió a perder y acusó, para variar, a una conspiración en su contra. Como prueba contundente de ello presentó gorras, camisetas y animales de granja.
Todo lo anterior podría explicarse como resultado de simples errores, aunque la derrota era tan previsible como un huracán anunciado por el servicio meteorológico. Sin embargo, lo ocurrido hace un par de semanas en la Cámara de Diputados sugiere que hay algo más que errores o incompetencia de parte de la izquierda para explicar sus derrotas. Durante décadas los partidos de izquierda y sus líderes han criticado acremente al charrismo sindical y la falta de transparencia en las organizaciones de los trabajadores. Sin embargo, cuando se votó la reforma laboral un grupo de diputados afines a López Obrador, que se oponía a la flexibilización del mercado laboral, abandonó el recinto parlamentario, eso sí, luego de tomar estrepitosamente la tribuna. El resultado fue que al momento de discutir la parte de la transparencia sindical, la propuesta de hacer públicas las cuentas de los sindicatos y libre la elección de las dirigencias fue derrotada, porque faltaron precisamente los votos de los lópezobradoristas, quienes resultaron muy buenos para tomar la tribuna pero malos para votar a la hora de la hora. Es difícil ver esta actitud como una equivocación más. Es obvio que la parte más radical de la izquierda y, en teoría la más crítica del charrismo sindical, no quiso acabar con esta práctica instaurada por el PRI. ¿Coincidencia o destino? Más bien parece una conspiración de la ultraizquierda para mantener las bases del viejo regimen al que tanto critican pero al que tanto defienden con sus hechos.
Es difícil tener una explicación coherente de la actitud de la izquierda radical. Algún colega mío me decía un poco en broma y un poco en serio que López Obrador era realmente un infiltrado del PRI en el PRD cuyo propósito era precisamente impedir que la izquierda ganara. No sé si ésta sea una teoría que se pueda demostrar científicamente, pero lo cierto es que el propio AMLO ha contribuido voluntaria o involuntariamente a estas derrotas. Sin embargo, la actitud de los lópezobradoristas en la Cámara de Diputados plantea interrogantes serios sobre la voluntad de cambio de la izquierda mexicana y su compromiso con el discurso que pregonan. Difícilmente se puede explicar el apoyo de facto alcharrismo sindical solamente por un error. Tal vez lo ocurrido en San Lázaro ha revelado la verdadera naturaleza de la izquierda radical: un autoritarismo primigenio que ha buscado disfrazar con un discurso democrático. Quisiera estar equivocado pero los hechos hablan por sí solos. En el fondo, la izquierda radical y el viejo priísmo son lo mismo. Esa es la verdadera conspiración.
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