José Blanco |
China no sólo es un país emergente; hacia 2020, o poco después, puede comenzar a ser la mayor potencia económica del planeta. La economía mundial será, en ese momento, otra. Brasil, país emergente, más que Rusia o India, alcanzará un lugar relevante en ese nuevo mundo.
Brasil ocupará ese lugar no por algún sino carioca o alguna inercia histórica. Ni siquiera por el inmenso volumen de sus recursos naturales. Será así porque tiene claridad del futuro, del mundo y del propio, y por las decisiones que ha estado tomando para conseguir lo quiere ser. Pero anotemos que una clave absolutamente decisiva son sus decisiones educativas.
En marzo pasado, en un acto político con agenda educativa, Dilma Rousseff anunció que este año se alcanzaba la cifra de unos 350 mil nuevos ingresantes a las mil 321 instituciones de educación superior, dato altamente significativo en un país que había estado viviendo un régimen educativo despiadadamente elitista. A su vez, también anunció la entrega de la beca número un millón por conducto del Programa ProUni. Dilma dijo entonces que ese acto simbolizaba
un hito en la historia reciente del país, reafirmado el compromiso con la prioridad en la educación.
Durante la gestión de Lula, el sistema universitario entró en una profunda transformación. De 2002 a 2011, el presupuesto educativo nacional subió de 2.5 al 5.2 por ciento del PIB brasileño.
En lo que refiere a educación superior, implicó la apertura de 14 universidades federales; la creación del programa ProUni, que otorga becas a sectores de bajos recursos, y la aplicación de planes de financiamiento para matrículas universitarias. Así, en la actualidad, Brasil cuenta con 278 universidades y 2 mil 99 instituciones privadas, de acuerdo al Censo de Educación Superior de 2010. De hecho, la matrícula de ingresantes a las instituciones universitarias se duplicó, pasando de un millón en 2001 a 2 millones en 2010. Este crecimiento implicó que la matrícula universitaria alcanzara 6 millones en 2011, duplicando la cantidad de estudiantes, que eran 3.1 millones en 2001.
Los cambios no se restringen al nivel de grado. Al duplicarse el nivel de graduados universitarios, que en 2002 alcanzaba 390 mil al año, en 2011 se graduaron cerca de 970 mil estudiantes, lo que implicó una fuerte demanda en el sistema de posgrado, que alcanza los 173 mil ingresantes matriculados. Para el nivel de posgrado, el gobierno otorgó 75 mil becas. Para 2012 la cuota de 75 mil becas se repitió, para ingresar en posgrados de Estados Unidos, Europa y Asia. Brasil quiere desarrollarse en serio.
Junto con la expansión de los parques tecnológicos de investigación aplicada en una gran diversidad de líneas productivas (entre las que sobresale la aeronáutica), estas decisiones ya han tenido múltiples impactos en el desarrollo socioeconómico de Brasil, y está a la vista que en pocos años dichos impactos se multiplicarán.
El acelerado crecimiento del sector educativo es más que obvio, y a dos años de terminado el Proceso de Bolonia en la Unión Europea, que ha significado probablemente el proceso de reforma de la educación superior de mayor calado en la historia, Brasil está comenzando a pensar que la reforma de sus respectivos paradigmas multiplicarían la eficiencia de las sagaces decisiones educativas que ha instrumentado, y tiene más claro que nunca que no sólo ha abierto significativamente el mundo de las oportunidades para los jóvenes brasileños, sino que una buena educación general a lo ancho y a lo alto del sistema multiplica la productividad de la sociedad como conjunto.
Comienza en México un nuevo gobierno, y hay una nueva oportunidad para el país, si piensa en grande sobre la educación. Por ahora no sabemos el grado de comprensión del presidente electo sobre la madre de todas las reformas, que es la reforma educativa. Cuenta EPN con la síntesis del documento Hacia una agenda nacional en ciencia, tecnología e innovación, que es una excelente plataforma para un relanzamiento del país apoyado estratégicamente en lo único que puede apoyarse: una sociedad informada y educada. Cuenta con un operador para procesar las grandes decisiones que requerimos en materia de educación superior, ciencia, tecnología e innovación, que es Francisco Bolívar Zapata, científico de vuelos muy altos.
Una secretaría de educación superior, ciencia, tecnología e innovación, estaría en la posibilidad de convocar a una reflexión concentrada en nuestro estado de cosas, y en las políticas públicas que nos urge resolver en todos los ámbitos de la vida social.
La OCDE ha hecho un estudio comparativo internacional sobre el número de horas que cada trabajador labora durante un año. Mientras en México la cifra es 2 mil 250 horas, en países como Finlandia es de mil 684 horas, Reino Unido mil 625, Austria mil 600, Dinamarca mil 543, Francia mil 476 horas. Somos quienes más trabajamos, pero nuestra productividad social es paupérrima. Es hora, muy en serio, de ponernos a estudiar. Así podremos, a la vez, reducir nuestro déficit de ciudadanía.
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