El caso del niño tzotzil que vendía dulces en Villahermosa, Feliciano Díaz Díaz, mejor conocido como “Manuelito”, al que un inspector de Tabasco humilló hasta obligarlo a tirar la mercancía de su canasta, despertó las fibras más sensibles de las redes sociales, pero también debe ser motivo para abrir el debate sobre los niños que trabajan y su situación económica.
El fin de semana, Rosario Robles Berlanga, Secretaria de Desarrollo Social, dijo durante un evento para reforzar la Cruzada Nacional Contra el Hambre en Nuevo León, que “nos debe dar vergüenza que haya hambre, con todo lo que tiene México”.
Aunque el caso de los 3.1 millones de niños que trabajan en el país, según cifras oficiales, compete, básicamente, a las autoridades laborales, uno de los problemas de raíz que obliga a los menores a sumarse a la actividad productiva es el hambre.
Efectivamente, como dijo la Secretaria de Desarrollo Social, nos debe dar vergüenza que exista hambre, pero también que haya millones de “Manuelitos” en el país, de los cuáles, el 60% ha tenido que abandonar la escuela o nunca conoció una, por lo que sus posibilidades de acceder a una mejor calidad de vida están mermadas desde sus primeros años.
“Hambre” es una palabra que ofende, lastima y molesta, pero cuando se junta con una humillación como la que sufrió el niño Feliciano Díaz, genera coraje e impotencia que con el pasar de los años se va convirtiendo en resentimiento social.
Detrás de cada criminal existe una o varias historias de resentimiento social que nos puede explicar cómo llegó México a convertirse en un país con más de 200 mil personas que se dedican a la delincuencia organizada.
Este caso debe llevar a una reflexión más profunda en la que “Manuelito” no es el único que necesita ayuda, en la medida que continúe su situación de pobreza, cada uno de estos 3.1 millones de niños que trabajan son carne de cañón para el crimen organizado que, conforme se afianza, recluta sicarios más jóvenes en un intento para evadir las acciones de la justicia.
Según Robles Berlanga, el Gobierno federal trabaja para que al final del sexenio su legado sea “cero hambre”; lo deseable sería también trabajar para que otro de los legados de la administración de Enrique Peña Nieto fuera “cero ‘Manuelitos’”.
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