27 Ago. 13
En los momentos en que México se enfrenta a una serie de reformas de signo modernizador, la izquierda vive dramáticamente las fracturas que la amenazan desde hace mucho. Sus sectores reformistas apoyan en términos generales las propuestas de cambio y el ala populista las frena con argumentos nacionalistas. Pero ante la reforma energética las tensiones se vuelven muy agudas y extremadamente peligrosas. Las querellas intestinas están colocando a la izquierda al borde de un inmenso retroceso político y electoral.
El tema del petróleo es enfrentado como si Pemex formase parte esencial de la identidad nacional mexicana y no como lo que es: una empresa estatal atascada en la ineficiencia y la corrupción, que necesita urgentemente ser modernizada. Por supuesto, si la extracción del petróleo es parte esencial del alma mexicana, todo intento de asociarla al capital privado, especialmente si es extranjero, parece una traición. Por ello se cree que la mano izquierda de esta mexicanidad primordial debe alzar su puño apretado, en una llamada desesperada para evitar que la nación quede castrada.
La izquierda se opone a todo cambio en la Constitución, y propone en cambio otorgar autonomía presupuestal y de gestión a Pemex, que debe convertirse en una empresa que se maneje como cualquier otra, y que pague impuestos como el resto de las empresas de la rama petrolera (según Cuauhtémoc Cárdenas en entrevista con Reforma, el pasado 17 de agosto). Así, supuestamente, se podría regenerar la parte dañada de nuestra alma petrolera, para que sea la conductora del crecimiento económico y eje del desarrollo.
En esta propuesta convendría aclarar por qué, si a Pemex se le otorga la autonomía, será una empresa mejor que cualquier otra empresa capitalista privada. ¿La autonomía haría toda la diferencia? ¿La autonomía convertiría a Pemex en una empresa similar a las privadas? ¿Es la falta de autonomía lo que ha impedido que Pemex se modernice y que se haya extendido allí la corrupción? Falta además agregar aquí un dato fundamental: la extracción de petróleo no sólo genera ganancias, sino también una enorme renta que se debe pagar a los propietarios de los derechos, que son todos los mexicanos, pues el subsuelo pertenece a la nación. Uno de los problemas de Pemex es que, en la extracción de petróleo, no se distingue entre ganancias, renta e impuestos: todo son rentas. Si Pemex se volviese una empresa autónoma, habría que establecer no solamente la cantidad de impuestos que debería pagar por su ganancias, sino también el monto de la renta que recibiría la nación por permitir la explotación del subsuelo. Y si Pemex aceptase contratos con empresas privadas, éstas tendrían que pagar también, además de impuestos, una parte de la renta (los royalties, en la terminología inglesa). Actualmente la Secretaría de Energía define la renta petrolera simplemente como la diferencia entre el valor de los hidrocarburos a precios internacionales y los costos de extracción. No distingue allí las ganancias de las rentas. En cambio, establece que la refinación y el procesamiento químico no generan renta, sino ganancias por las cuales se pagan impuestos.
Una de las dimensiones principales del problema es la de la renta petrolera. ¿Qué se va a hacer con esa renta? ¿Qué parte se va a reinvertir en el sector petrolero? ¿Cuánto se destinará a aspectos no directamente productivos, como la educación o la salud? El gobierno no dice gran cosa al respecto y en cambio está gastando millones en hacer propaganda a la propuesta del Presidente. Casi toda ella es absurda, demagógica y cursi. Mi ejemplo favorito es esa plana entera en la prensa donde se ve una niña bajo el agua, con aspecto de estar ahogándose, y donde se anuncia que el agua, como el sol, el viento y el petróleo, son fuentes mexicanas de energía, "y todas son nuestras". Ya veo a algún tecnócrata clamando que algunas manchas solares y los vientos que vienen del norte o del Caribe son auténticamente mexicanos.
La reforma de Pemex se dificulta enormemente debido a que el tema desborda lo exclusivamente económico, para derramarse como un mito nacionalista que ha sido alentado durante decenios. Así se entiende que la propuesta de los priistas haya invocado la imagen de Lázaro Cárdenas, no sólo para legitimarse sino para intentar alejar a la izquierda y precipitar una ruptura. Por su parte, la izquierda, una vez más, queda atrapada en las redes del nacionalismo revolucionario, ese gran lastre que arrastra desde hace decenios. Hay que recordar que la figura del general Cárdenas forma parte de la historia del partido oficial y que los priistas no se están apropiando de un símbolo ajeno: toman como referencia no solo al expropiador del petróleo sino también al gran fundador y arquitecto del sistema político autoritario que se consolida claramente en 1940, ya con las reglas escritas y no escritas que lo caracterizarán durante los siguientes 50 o 60 años.
Fuente Reforma
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