O P I N I Ó N
F E D E R I C O R E Y E S H E R O L E S
Putrefacción
Los diputados y los senadores sesionando en un centro de convenciones. Dos de los máximos recintos de la República asediados. El Zócalo tomado y el Palacio Nacional acosado. El pleno de la SCJN con frecuencia sesiona entre gritos y amenazas. Cientos de miles de ciudadanos afectados en sus actividades laborales, cientos de millones de pesos en costos. El aeropuerto capitalino, secuestrado. La capital de la República –una vez más- como caja de resonancia de demandas particulares, enloquecerla como muy eficaz mecanismo de extorsión frente a las autoridades. No se necesitan grandes masas, unos cuantos miles. Ahí radica la fragilidad. La capital es la víctima consentida, pero no tiene la exclusividad. El mecanismo de extorsión se aplica en autopistas, carreteras, ya sea en Guerrero o en Sonora.
¿Cómo llegamos a esto? Los vándalos, eso es evidente, -quizá profesores, está por demostrarse- patean impunemente el céntrico Hotel Emporio cuyo único error fue servir de refugio a los senadores y empleados en fuga. Tubos, palos, piedras, patadas, golpes, algunos de los inconformes llevan antifaces, modalidad cada vez más popular. Los llevan porque necesitan esconder su identidad, saben que violan la ley. Los míticos asaltantes de bancos enfundados con una media en la cabeza son un poco más grotescos, pero en esencia son iguales. Hay algo peor, los que no tienen empacho en mostrarse a sabiendas de que no habrá consecuencias, que la autoridad –local y federal- no acatará el mandato de ley de mantener el orden. La impunidad como reina. Eso es lo que está podrido en la democracia mexicana, las exigencias se multiplican, qué bueno. Las responsabilidades no y el Estado de Derecho se debilita.
¿Cómo llegamos a esto? La historia es vieja. La idea de una violencia justiciera, "buena", era parte del pensamiento de la izquierda de los 60 en casi toda América Latina. Todo se valía para imponer una idea de justicia. Robar, por qué no. Secuestrar, por supuesto. Los dineros obtenidos tenían una causa. También está el ideal de la revolución, ese momento culminante en que la subversión generalizada logra el cambio cualitativo. De la noche a la mañana todo florece. Para llegar a la revolución las cosas deben empeorar, sólo así mejorarán. De nada sirve que la mayoría de las revoluciones haya desembocado en regímenes autoritarios o dictatoriales (François Furet, Pensar la Revolución francesa). En la academia ya es un lugar común, pero en la calle muchos siguen esperando su revolución.
La pluralidad no llegó acompañada de una firme convicción de la defensa del Estado de Derecho, de la aplicación de las normas como la mejor fórmula de convivencia para los diferentes. La putrefacción viene de lejos por lo exitosas que han sido las minorías al imponerse por la vía violenta. En la memoria colectiva está la UNAM cerrada por más de nueve meses con cientos de miles de damnificados académicos. Más de una década después todavía uno de los principales auditorios de la Institución está en manos de un grupúsculo. El secuestro de la UACM es bisnieto de la toma de Rectoría de Castro Bustos y Falcón. El emblemático edificio se ha convertido en símbolo de la fragilidad, no sólo de la UNAM -muchos ataques son externos- sino del País. ¿Cuál sorpresa?
Viene de lejos porque los señores legisladores fueron los primeros en violentar su casa. Allí queda la imagen del caballo en el recinto. También el arma larga que fue llevada a la tribuna en un pequeño ataúd, todo entre el asombro y las carcajadas de los orgullosos autores. Y qué decir de la introducción clandestina a San Lázaro de un personaje buscado por la justicia. El objetivo, que rindiera protesta y recibiera la protección del fuero. La lista es muy larga y no son anécdotas sino retratos de esa putrefacción republicana: la impunidad. Reformas electorales van y vienen, pero esta también es la historia de nuestra contrahecha democracia, el lado oscuro del que todos los actores son responsables.
Vamos en el mismo barco llamado democracia. Y los boquetes de nuestra débil cultura de la legalidad no están siendo reparados. Un 17.5 por ciento de los mexicanos aprueba la justicia por propia mano y un 18.9 por ciento (UNAM-IFE) afirma que sólo se deben respetar las normas con las que uno esté de acuerdo. Ese es el caldo de cultivo en que aparecen las guardias de autodefensa -las auténticas que no legítimas- y las otras que sirven de máscara al narco. Que un grupo de militares sea retenido por "guardias comunitarios" se puede convertir en nota de página interior. Así de grave el deterioro. Ahora es la CNTE la que rompe la normalidad democrática, pero atrás está una larga lista de grupos minoritarios que han sido capaces de extorsionar a la República y gozar de impunidad.
PRI, PAN y PRD deben de mostrar que son capaces de cumplir con el mandato de toda democracia: las mayorías mandan, las minorías acatan. Para eso es la autoridad. La instalación de un verdadero Estado de Derecho no se puede dar de un golpe. Sin embargo cada concesión a extorsiones deteriora la convivencia. Se debe comenzar y, sobre todo, se debe ser congruente. No a la impunidad.
Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104
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