miércoles, 11 de septiembre de 2013

Jorge Volpi - El mundo es blanco

Mientras realizaba la investigación para su primer libro, Roberto Saviano (Nápoles, 1979) acaso presentía su relevancia, pues se disponía a exhibir los escalofriantes mecanismos empleados por el crimen organizado en su ciudad natal, despojándolos del aura glamorosa que el cine hollywoodense suele conferirle a los mafiosos. Pero la publicación de Gomorra no sólo lo convirtió en una celebridad -cientos de miles de ejemplares vendidos y traducción a cincuenta lenguas-, sino que trastocó su vida de tajo: amenazado por los personajes de su libro, desde 2005 lleva una vida clandestina, rodeado de escoltas y operativos policíacos.
            Por fortuna Saviano no se dejó intimidar y hace unos meses publicó en Italia su nueva obra, Zero zero zero, en torno al tráfico de cocaína. Valiéndose de un estilo que a veces suena forzadamente literario -y en sus peores momentos, banalmente filosófico-, Saviano persigue toda la cadena del narcotráfico, desde las plantaciones de amapola en Sinaloa y Colombia hasta su venta en Italia y Rusia o el lavado de dinero en Estados Unidos, pasando por la guerra contra las drogas mexicana, a la que dedica varios capítulos.




En el que titula "Big Bang", donde narra el ascenso de Miguel Ángel Félix Gallardo, el asesinato del Kiki Camarena y el surgimiento de los primeros cárteles, no duda en afirmar que en el embrionario pacto suscrito por Miguel Caro Quintero, los Carrillo Fuentes, García Ábrego, los Arellano Félix, el Mayo Zambada y el Chapo Guzmán, se finca el mundo contemporáneo. "Ese poder hay que observarlo, mirarlo directamente al rostro, a los ojos, para comprenderlo", escribe. "Ha construido el mundo moderno, ha generado un nuevo cosmos. El Big Bang surgió de aquí."
            A salto de mata, al acecho de los asesinos que ha denunciado, Saviano ha sido una clara víctima de ese poder, si bien la grandilocuencia que contamina su relato -la del profeta que se juega la vida señalando a los culpables del Caos- a veces le hace perder de vista un plano más amplio, un plano en el que ese poder criminal existe sólo por la conjunción de un poder ideológico y otro económico que, al obstinarse en penalizar el consumo de drogas, así lo han querido. En su radiografía se echan de menos los resortes que han determinado esta obcecada prohibición.
Tras un formidable preludio, en donde demuestra que la cocaína nos rodea por completo -un monólogo interior propio de una novela-, Saviano se aboca a desvelar el itinerario de los capos mexicanos, desde Félix Gallardo hasta el Chapo, confiriéndoles un aura casi épica que resultaba más lograda en una ficción como El poder del perro de Dan Winslow. Sin jamás citar sus fuentes (algo extraño en quien ha sufrido el acoso tanto como los reporteros mexicanos que bucearon en esta historia antes que él), se limita a repetir hechos que para nosotros quizás resulten demasiado conocidos, pero que a un lector extranjero no dejarán de asombrar por su crueldad. Por desgracia, al centrarse en las exageradas vidas de los capos, apenas profundiza en las condiciones sociales y políticas que animaron su crecimiento, reiterando una vez más la narrativa oficial que ve en esos monstruos el punto nodal del conflicto. Y, como en tantos otros estudios, sigue faltando un recuento pormenorizado de cómo funcionan las bandas criminales en Estados Unidos, el mayor consumidor del orbe y el principal responsable de la guerra.
Mucho más interesante resulta el capítulo dedicado al lavado de dinero, donde Saviano relata cómo los grandes bancos globales, como Wachovia o HSBC, están al servicio de los cárteles sin recibir más que insignificantes multas. Allí, también vuelve a narrar el caso de Raúl Salinas de Gortari, según los rumores ligado a diversos cárteles, y expone el mecanismo empleado por Citibank para auxiliarlo en sus maniobras.
En su afán por exponer cada arista de la cocaína, Saviano realiza estupendos retratos íntimos -desde los gorilas de la mafija rusa hasta las modelos de Medellín, pasando por criminales de cuello blanco, políticos y asesinos a sueldo-, así como fascinantes crónicas de los abstrusos intercambios emprendidos para transportar la droga de un confín a otro del planeta, aunque en su afán de literaturizar sus pesquisas incluso se aventura a incluir un chirriante poema sobre la coca.
Al final, luego de dibujar a los actores de este drama shakespereano, de desentrañar las estratagemas del crimen y de exponer su zafiedad y su barbarie, Saviano padece una incomodidad desgarradora. "He mirado al abismo y me he convertido en un monstruo", confiesa en el epílogo. Un epílogo de unas pocas páginas en el que concluye, reticente: "Por más que pueda parecer terrible, la legalización total de la droga podría ser la única respuesta. Quizás sea una respuesta horrenda, horrible, angustiosa. Pero la única posible para bloquearlo todo." Tal vez sólo por ser alguien que ha mirado al crimen a los ojos, y ha desentrañado con fascinación su modus operandi, deberíamos hacerle caso.

Originalmente publicado en el diario Reforma, 08.09.13

Twitter: @jvolpi



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