martes, 22 de octubre de 2013

Roger Bartra - Rescatar la política.

Vivimos una época en la cual la idea de revolución es vista cada vez más como una reliquia del pasado. No obstante, es una palabra que muchos invocan todavía como un conjuro para legitimar su discurso. En México hace años que la idea de revolución huele a rancio. Por otro lado, a muchas personas, entre ellas a una buena parte de los intelectuales y a muchos opinadores, les disgusta la idea de reforma, detrás de la cual sospechan que se oculta una política palaciega que hace pactos a espaldas de la gente. Por ello el Pacto por México, impulsor de reformas, es visto con gran desconfianza como una mesa de negociaciones que opera por arriba del pueblo. Esta actitud es una continuación del desprecio que manifestaron muchos intelectuales por la transición democrática, que se negaron a alentar un orgullo por el hecho de que México había logrado alcanzar una nueva condición política gracias a las reformas que permitieron derrotar al viejo partido autoritario, el PRI, en el año 2000.




Hoy, después del retorno del PRI al poder, si hay algo que está frenando los impulsos restauradores es precisamente el acuerdo de civilidad política que cristalizó en el Pacto por México. Por una vez que los políticos hacen su tarea, se enfrentan a una marejada de reproches que destacan su soberbia, sus oscuros o volátiles acuerdos y su secretismo. Se les recrimina que hagan compromisos al margen de las Cámaras de diputados y senadores, por arriba de los vaivenes de los grupos que integran los partidos. Se ve con malos ojos que el presidente de la República sea opacado por el Pacto por México.

Ciertamente, la clase política tiene una mala fama bien merecida. Sin embargo, las reformas que emanan del Pacto por México han desencadenado una discusión política y una confrontación de ideas que hace mucho no veíamos en México. Desde luego, ha habido también confusiones y lluvia de insultos. Acaso ha sido en el tema fiscal donde se han enfrentado con más claridad la izquierda y la derecha. Es decir, entre una izquierda que impulsa la base fiscal de un Estado orientado hacia el bienestar y una derecha que quiere adelgazar las funciones estatales para sustituirlas por empresas privadas. Hay una izquierda que impulsa un apoyo a los desempleados y a los jubilados contra una derecha que exalta el libre comercio, la competencia y la reducción del pago de impuestos.

Ha habido una curiosa versión mexicana del conflicto entre el presidente Obama y el Tea Party, por suerte con consecuencias menos peligrosas. Y además ha habido un sector sensato de la derecha que abiertamente (los priistas) o en forma soterrada (algunos panistas) ha tenido la sensatez de impulsar o no oponerse a la reforma fiscal. Han ocurrido también aberraciones, como el apoyo de López Obrador a la derecha que se opone a la reforma fiscal. O que la reforma hacendaria sea tachada de ser un paso hacia el totalitarismo y de tener un carácter socialista. A pesar de sus debilidades, incoherencias y contradicciones, la reforma fiscal ha catalizado un enfrentamiento clásico entre ideas socialdemócratas y partidarios del laissez-faire. Ante la reforma energética seguramente habrá más confusión, pues un gran sector de la izquierda reformista se opone a cambios en la Constitución para facilitar la modernización de Pemex. Hay pocos en la izquierda que entienden que es necesario un cambio sustancial en la política petrolera.

Pero una gran parte de la intelectualidad opinadora ha seguido fomentando un desprecio por la política. Es curioso y aberrante que haya una franja de posiciones que menosprecian a la política, a las reformas y a los políticos que las proponen, que incluye a empresarios conservadores, jóvenes anarquistas despistados, intelectuales radicales, sindicalistas marchitos, maestros al borde de un ataque de ignorancia, militantes populistas, ultraliberales de derecha y dirigentes en desgracia o marginados. El menosprecio a la política se ha extendido como una antipatía por las reformas.

La semana pasada el expresidente de Brasil, Lula da Silva, dijo: "¿Saben lo que me asusta? La facilidad con que las personas hablan mal de los políticos". Con toda razón a Lula le preocupa especialmente que jóvenes abandonen la política y apoyen a grupos de protesta violenta con la cara oculta. Sus palabras fueron un comentario a propósito de que en Río de Janeiro los maestros en huelga marcharon junto con los enmascarados del Black Bloc. Después de recordar que él siempre había luchado con la cara descubierta, pidió a los jóvenes que "no renuncien nunca a la política" y aseguró que "no existe salida fuera de ella". Ciertamente, sin política no hay reformas, y sin reformas hay parálisis. Es triste que en nombre de la revolución se auspicie el estancamiento.

Fuente: Reforma

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