Las piezas están en la mesa pero ninguna autoridad parece tener la más mínima intención de ensamblarlas. ¿Será que nadie quiere ver la imagen completa? ¿O será que no hace falta dedicarle tiempo a reunir los fragmentos de este rompecabezas llamado secuestros si a final de cuentas ya todo mundo sabe que es un flagelo nacional, y que este gobierno (como antes otros) no tiene con qué enfrentar a los criminales?
Una de las piezas se podría resumir en lo siguiente:
Los testimonios se repiten de boca en boca. En La Laguna hay una nueva modalidad, me contaron ayer. En las últimas semanas han secuestrado a jóvenes señoras por cuya liberación los criminales comienzan a pedir mucho dinero, pero en muy pocas horas la exigencia se reduce a una mínima parte. Si todo sale bien, por menos del diez por ciento de la cantidad inicial se dará la liberación de la víctima en menos de 48 horas. Ese es un caso, pero en las últimas semanas he escuchado sobre secuestros en el noreste, en el sureste, en Morelos, en el Valle de México…
Otra de las piezas de este rompecabezas la aportó una de las instituciones más respetadas del país.
El 30 de septiembre pasado el Instituto Nacional de Estadística y Geografía publicó los resultados de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública, conocida como ENVIPE, correspondientes a 2013. En ella, el INEGI reveló que mientras la realidad oficial se compone de 1,317 denuncias ante un ministerio público por secuestro, la encuesta arroja la cifra de que en 2012 los mexicanos habrían sufrido 105,682 secuestros.
Una pieza más de este puzzle llega cortesía de la Secretaría de Gobernación, que hace una semana dio a conocer la detención de 18 secuestradores que operaban en Guerrero. La buena noticia que supondría la detención de una banda de plagiarios se volvió chiquititita, se esfumó pues, cuando el gobierno informa que 13 de ellos eran policías federales en activo. Los detalles no sobran: los uniformados, nunca mejor dicho, usaban armas y autos oficiales para sus delitos.
Otra pieza.
Este mismo mes varios ciudadanos españoles, cinco, en dos eventos distintos cayeron en lo que eufemísticamente se conoce ahora como “secuestro virtual”. Esta modalidad no tiene nada de nueva, los criminales llevan años explotando la certidumbre de que ellos sí pueden hacer daño mientras que las autoridades no pueden garantizarte la seguridad. Con eso de su lado, un telefonazo basta: te intimidan, te aíslan, te hacen seguir sus instrucciones, te retienen con engaños y amenazas… y expolian a tu familia.
Estas piezas son todas de las últimas dos semanas. Son testimonios y datos nuevos de un problema viejísimo. Baste recordar que en los últimos diez años, las mayores protestas de la clase media en la capital han sido por secuestros. Y antes fue Guadalajara, y luego Tijuana, y Morelos –por mencionar otras tres poblaciones– donde ciudadanos se levantaron en protesta por los plagios.
A los gobiernos (federal y locales) pronto se les va a acabar el pretexto de que estamos ante una ola de secuestros producto de bandas desesperadas, de células criminales desbalagadas, de daño colateral luego de combatir a los grandes cárteles, de saldos de “la guerra de Calderón”. Supongo que al “Jefe Diego” no se atreverán a decirle eso, que quienes lo secuestraron fueron amateurs o fuerzas ociosas de los cárteles.
El rompecabezas del secuestro es nítido. Sólo no lo ve quien quiere engañarse, quien prefiere enterrar la cabeza en la arena para no oír a sus amigos y a sus conocidos, que les hablarán de secuestros –“profesional”, “Express” o “virtual”, qué más da–, y de otras “piezas” criminales en boga, como la extorsión telefónica, el derecho de piso, los levantones, los niños y las jóvenes desaparecidas, y la trata…
Las autoridades intentarán defenderse con sus números, con reportes que contienen casos mínimos. Con matices y explicaciones retóricas. ¿Qué dirá por ejemplo al cumplir un año en el puesto el presidente Peña Nieto, que prometió que este sería uno de los crímenes que más combatiría?
El rompecabezas sin embargo hoy ya tiene una pieza maestra: el INEGI ha confirmado oficialmente lo que muchos ya sabían, que los secuestradores gozan de cabal salud, que los criminales ya no se pelean “entre ellos”, y que las víctimas son reales, muy reales, miles de víctimas inermes que el gobierno desearía que siguieran detrás de esa sombra llamada cifra negra. Pero ya no se puede; porque aunque desarmado, el rompecabezas es inevitablemente claro: tenemos una crisis de secuestros. O la misma, la de antes, la de siempre, salvo que ahora no podemos, aunque quisiéramos, dejar de verla. Vaya, hasta el INEGI la reporta.
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