El discurso de Narro fue una respuesta a quienes salieron, desde diferentes ámbitos, a censurar la iniciativa del jefe de Gobierno de la ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, de crear un espacio de discusión para analizar e impulsar la construcción de acuerdos políticos que permitan elevar el salario mínimo en México.
Como bien dio a entender el titular de la máxima casa de estudios: lo que a nadie conviene y menos en este momento de transformación es negar lo que sucede en la calle. Insistir en negarlo, ocultarlo, minimizarlo, es lo verdaderamente peligroso. El riesgo, el de verdad, está en seguir considerando y tratando el tema con miedo y como si fuera un tabú.
Las partes, incluso las críticas y todas las que han salido a pronunciarse, tienen —de una otra forma— la razón. Desde el secretario del Trabajo, Alfonso Navarrete Prida, quien advierte sobre los riesgos de que el aumento al salario se autorice sin que las reformas aprobadas comiencen a generar el crecimiento de la economía, hasta el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Gerardo Gutiérrez Candiani, quien se opone a que la decisión se tome por decreto.
La razón, sin embargo, también está del lado de la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Alicia Bárcenas, quien hizo públicas algunas mediciones crudas, causa de polémica interna, que obligan al país a encarar pronto, de frente y con responsabilidad, el problema.
Bárcenas dijo que “México es el único país de América Latina donde el salario mínimo no crece”. Se refirió, incluso, a que nuestros salarios son reflejo de una nación con pobreza extrema.
El presidente Enrique Peña Nieto se ha distinguido por ser un gran desmitificador de los atavismos políticos e ideológicos que han impedido el crecimiento del país. La reforma energética es el mejor ejemplo. El siguiente paso, el natural, el obligado, es garantizar —al menos a través de una discusión inicial abierta— que los beneficios de las reformas se reflejen, lo más pronto posible, en un salario digno al trabajador.
Que no nos vaya a suceder lo mismo que a África o a los países árabes petroleros. Son grandes productores y exportadores lo mismo de hierro que de caucho, diamantes y petróleo; pero su población vive en condiciones de pobreza extrema, siempre en peligro de ser exterminada por guerras civiles o enfermedades letales como el ébola.
El gobierno de Peña Nieto se ha distinguido por no tenerle miedo al cambio. El sino del presidente —ese destino que lo persigue sin miramientos— parece ser el de la transformación. La reforma al salario mínimo se impone hoy como la gran oportunidad para cambiar la vida de los mexicanos. Significaría la consolidación de todas las reformas aprobadas y la plena demostración de que hay voluntad política para combatir la desigualdad.
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