WASHINGTON, DC. -- ¿Quieren los mexicanos más empleos? ¿Que más empresas transnacionales maquilen sus productos en suelo azteca y ya no en tierras chinas? Entonces debe walmartizarse la relación trabajo – capital y, más aún, debe allanarse el camino para que los sindicatos blancos de Estados Unidos y Canadá tengan “sucursales” en México.
A ello tiende la llamada Reforma Laboral atorada –otra vez-- en el Congreso mexicano, gracias en buena medida a la labor de presión y cabildeo que organizaciones como la AFL-CIO –la central obrera más poderosa de Estados Unidos-- han desplegado sobre diputados y senadores.
Ubicado su cuartel general a espaldas de la Casa Blanca, plaza Lafayette de por medio, desde ahí se despliegan las acciones de la Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO, por sus siglas en inglés) para evitar que el proyecto neoliberal que tiende a desproteger a los trabajadores triunfe en nuestro país.
Se trata de hacer triunfar y prevalecer el modelo no sindical que impera en la cadena Wal Mart, donde los trabajadores son “asociados” y por ende carecen de cualquier conquista laboral o, incluso, del disfrute de sus más básicos derechos humanos.
Asimismo, advierte, lo que se busca es que sindicatos blancos estadounidenses desplacen a los mexicanos, incluso a los denominados “charros”, para igualar las condiciones de trabajo en ambos países, excepto en lo que se refiere al costo de la mano de obra que en México tenderá a ser más barata que, incluso, en China o la India.
A través de sus empresas mineras –prácticamente ya “dueñas” de más de la mitad del rico subsuelo mexicano--, los canadienses también buscan que sus propias organizaciones de steelworkers sean las firmantes de los contratos laborales con las empresas del ex Dominio, y en ello ya participa de una u otra forma el sindicato minero de Napoleón Gómez Urrutia, haciendo las veces de “cabeza de playa”.
SALARIOS BAJOS, SIEMPRE
Salarios bajos, prestaciones mediocres, empleos inseguros y nada de sindicatos. Esos –y las prácticas corruptas-- son los cimientos sobre los que Wal-Mart, el minorista más grande del mundo, ha edificado su competitividad y su expansión.
“Precios bajos, siempre precios bajos”, dice la empresa. Lo que en realidad dice es que ofrece estos precios bajos a expensas de sus trabajadores y de sus familias.
La empresa fundada por Sam Walton es total y visceralmente antisindical. Como decía crudamente un informe interno confidencial preparado para gerentes de almacenes hace unos años, la empresa “se opone a la sindicalización de sus asociados (empleados). Toda sugerencia de que la empresa es neutral al tema o que anime a los empleados a adherirse a organizaciones sindicales es falsa”.
En el mismo documento podía leerse: “Permanecer libre de sindicatos es un compromiso total. Nadie de la dirección está exento de aportar su propio ‘peso’ al esfuerzo de prevención de los sindicatos. El personal de la dirección en su conjunto debe captar y darse plenamente cuenta con exactitud de lo que se espera como esfuerzos individuales para satisfacer el objetivo de una empresa libre de sindicatos.”
En público, el lenguaje utilizado está suavizado, pero el mensaje es el mismo. En una carta al Financial Times, un portavoz de Wal-Mart afirmaba que “en cuanto a los sindicatos, no es que estemos contra ellos… Simplemente no creemos que la organización en sindicatos añada valor a la empresa o a nuestra gente”.
De eso se trata.
De desaparecer a los sindicatos mexicanos. De sustituirlos por organismos gremiales transanacionales. Como ya ha sucedido con las empresas, lo bancos, los aeropuertos… que han dejado de estar bajo el control soberano y, sobre todo, estratégico de nuestro país.
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