miércoles, 14 de noviembre de 2012

Leo Zuckermann - Del desorden y la policía comiendo gorditas


La Ciudad de México está llena de muestras de desorden. En muchos ámbitos se percibe un ambiente caótico que la autoridad tolera. Comienzo con las obras. Típico de la cultura política mexicana es dejar los grandes proyectos para el final de las administraciones. Sucede en todas las entidades del país. El DF no es excepción. Por todos lados hay obritas y obrotas. El problema es que la policía no realiza operativos especiales para poner un poco de orden, aunque sea un poquito, en el tráfico que se produce.
En días recientes, por ejemplo, cerraron la circulación del Periférico a la altura de Palmas y Reforma por el túnel que están construyendo. Las colonias aledañas, es decir Polanco y Lomas, se convirtieron en un galimatías vial. Nadie podía circular. Todos estaban atorados. ¿Y la policía? Ojalá pudiera decir que brillaba por su ausencia. Es peor. Ahí estaban pero no resolvían el problema.




Caso concreto: la esquina de Horacio y Ferrocarril a Cuernavaca. Era un nudo gordiano. Ningún coche se movía. Ahí, parados, bien uniformados, con unos chalecos amarillos fosforescentes, estaban cuatro policías de tránsito que no estaban haciendo nada. Bueno, soy injusto. Sí estaban haciendo algo: veían el tráfico, se rascaban la cabeza y sonreían. Nunca intentaron poner orden. ¿Por qué? ¿Acaso no saben hacer su trabajo? ¿Tienen órdenes de no intervenir? ¿Les da flojera?
Otro ejemplo. Por mi trabajo, salgo tarde de noche. Es durante estas horas en que se intensifica la construcción de las obras públicas. Eso está bien. Hay que aprovechar las horas de baja circulación para construir. Lo que está mal es que no haya un plan de cuáles vialidades cerrar y cuáles dejar abiertas. Además son las empresas constructoras las que, con total impunidad, bloquean los accesos donde se les pega la gana. Simple y sencillamente, de repente sale un señor con casco que pone unas vallas color naranja fosforescente y hágale usted como quiera.
Una noche no podía cruzar el Periférico por ningún lado. Desde luego que no había ni una señalización ni un policía que informara qué hacer. Tuve que dar una vuelta monumental. En esa vialidad había un tráfico espantoso por la gran cantidad de coches que estaban tratando de cruzar por ahí. Ni modo: hice la cola para atravesar el Periférico. Pero luego me topé con más tráfico. ¿Por qué? Pues porque la policía ahí sí estaba presente: había puesto un alcoholímetro. Hágame usted el favor. Desorden puro y duro.
Circular a altas horas de la noche por el DF se ha convertido en una experiencia similar a la de conducir por Bagdad después de un bombardeo de drones estadounidenses.
Otro signo del desorden en la ciudad son los anuncios publicitarios que se han multiplicado exponencialmente. Están los espectaculares que brotan en las azoteas como hongos en el bosque. No falta la publicidad que se encuentra en las paradas de autobuses, teléfonos públicos y todo tipo de mobiliario urbano. Pululan los comerciales en las bardas de terrenos baldíos o en construcción. Incluso los ponen en el frente de casas habitadas. El colmo: he visto anuncios pegados hasta en las banquetas. No hay autoridad que los controle y regule. La consecuencia está a la vista de todos: una ciudad afeada, como metrópolis de ficción de película de Ridley Scott.
Pero lo que más me desespera es la creciente aparición de anuncios que circulan por la mismas vías que están congestionadas por el tráfico. Me refiero a bicicletas, motonetas, camioncitos y camionzotes que acarrean comerciales de todo tipo. ¿Cómo es posible que en esta ciudad, con el tráfico y la contaminación que existe, esté permitido que circulen anuncios por la vía pública? ¿A dónde vamos a llegar de multiplicarse este fenómeno de la publicidad móvil?
Finalmente, otro ejemplo de desorden de esta capital: los vendedores ambulantes en las vías rápidas. Parece un oxímoron, pero no. La realidad es que de rápidas esas vías sólo tienen el nombre. Debido a los tráficos terribles, los autos circulan a muy baja velocidad y los ambulantes pueden vender sus productos. Pero, ¿qué pasa cuando, por un golpe de suerte, la circulación se acelera? Pues que los coches de adelante están en ese momento comprando gorditas de nata o un dispositivo para poderse subir al segundo piso del Periférico. No vaya usted a tocarles el claxon a estos automovilistas porque se enojan. Recomiendo que los deje acabar su transacción aunque esto provoque tráfico. ¿Y dónde está la policía? No se ve por ningún lado. Finalmente veo uno, allá a lo lejos, en la esquina: está sentado en la banqueta comiéndose una gordita de nata.
Twitter: @leozuckermann

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