"EXAMINAR LA RELACIÓN MÉXICO-ESTADOS UNIDOS DESDE LA ÓPTICA DE LA EMBAJADA NORTEAMERICANA, SIRVE MUCHO PARA EXPLICAR LA NATURALEZA DE NUESTRA POLÍTICA EXTERIOR".
A falta de Wikileaks
Cuando en México se hace referencia a "el embajador", así, sin identificar nombre o país, lo normal es suponer que se trata del norteamericano, el único diplomático extranjero cuyas opiniones y acciones realmente pueden incidir en la vida política de México. Dolia Estévez, periodista mexicana con más de 20 años en Washington, entrevistó a los nueve últimos -el actual no está incluido- y armó un libro de historia reciente que está por publicarse, (US ambassadors to Mexico. The relationship through their eyes, Wilson Center, 2012). Y aunque la obra no contiene revelaciones como las proporcionadas por Wikileaks, las opiniones dejan entrever lo complicada y asimétrica que es la naturaleza de nuestra relación con el poderoso vecino del norte.
Desde muy temprano en el Siglo 19, y a querer que no, el trato con Estados Unidos ha sido la relación externa más importante, absorbente, determinante y, sin duda, peligrosa para México. Obviamente, para Estados Unidos, gran potencia desde su victoria sobre España en 1898, el objeto de atención en el exterior ha variado constantemente y México es sólo un tema entre los muchos que conforman su agenda internacional. Sin embargo, y como bien lo advirtiera Carlos Pascual, el penúltimo representante de Washington en México, para Estados Unidos la relación con México es importante porque "ninguna otra relación afecta más directamente las vidas de los ciudadanos estadounidenses que la relación con México". Un indicador de lo anterior es que si se excluye al personal militar, la embajada aquí es la mayor de las representaciones diplomáticas norteamericanas.
La política mexicana de Washington tiene múltiples fuentes: desde la Casa Blanca, aunque sólo en momentos muy precisos, siguiendo con el Departamento de Estado mas decenas de otras dependencias del Gobierno federal, desde los departamentos del Tesoro hasta los de Justicia, Comercio, Seguridad Interna, Defensa (Comando Norte) o muchas otras. Intervienen también el congreso, los gobiernos de los estados fronterizos, las grandes empresas con intereses en México, la prensa, los grupos de interés, las ONG, etcétera. En esta complicada trama, uno de los hilos importantes que sirve para anudar a muchos otros, es el embajador. ---
Es claro que la historia política de la relación México-Estados Unidos en los últimos 35 años va a requerir del esfuerzo de muchos investigadores y de la apertura de archivos que aún no están al alcance de los estudiosos. Sin embargo, las entrevistas de Estévez cumplen con dos objetivos: por un lado, contribuyen a desbrozar el campo y, por otro, a generar un material original que servirá tanto a analistas como a historiadores.
Las entrevistas de Estévez siguen un mismo patrón pero varía la calidad del interlocutor. En general, los diplomáticos de carrera -una minoría- destacan por lo sutil de sus respuestas. Sin embargo, algunas de las revelaciones más francas e interesantes, las dio uno de los entrevistados sin experiencia diplomática previa aunque sí política: James Jones, un abogado y congresista de Oklahoma (1993-1997). Él admitió haber hecho saber a un par de presidentes la posición norteamericana en torno a temas de política interna mexicana y dejó comprobado lo obvio: que la embajada del país más poderoso del orbe sí interviene en asuntos internos nuestros cuando considera que le atañen, incluso si es sólo de manera indirecta.
En la variedad de asuntos abordados en la obra comentada, hay materia para el análisis de fondo. Para empezar está la identificación del interés central de Estados Unidos en México. Más allá de algunas declaraciones muy superficiales y obvias, como la amistad entre países vecinos, o de los temas muy candentes de cada época -petróleo, Centroamérica, libre comercio, préstamos de emergencia, migración o narcotráfico-, el interés primordial y permanente de Washington en México, ha sido la estabilidad. Por ello no presiona al punto de afectar las bases de la estabilidad mexicana, pues ésta ya es parte de la seguridad norteamericana, ya es un tema "interméstico", uno donde lo internacional y lo domestico se mezclan al punto de no poder separarse. Y es por ello que en varias coyunturas difíciles Washington se autolimitó en su presión en temas que le interesaban como, por ejemplo, el petróleo. John Gavin declara que tras la crisis económica que se inició en 1982, la preocupación del presidente Ronald Reagan en relación a nuestro País fue la viabilidad de México "como nación, como Gobierno y como sociedad". No obstante la irritación que produjeron en Washington sus diferencias con México respecto de temas como Cuba, Contadora y Centroamérica o el asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena, se siguió adelante con los préstamos de emergencia para no afectar lo realmente importante: una estabilidad que ya tenía sus bases económicas muy dañadas. Cuando Estévez, siguiendo esta línea, le preguntó a Gavin si, en el caso del México priista y en la época de la Guerra Fría, Estados Unidos prefirió "la estabilidad sobre la democracia", el embajador respondió: "para Estados Unidos es importante tener naciones y gobiernos estables, preferiblemente democráticos y amistosos, en nuestras fronteras". Al buen entendedor le queda claro que la esencia de la respuesta es afirmativa. John Negroponte de plano admitió que con Salinas "no teníamos discusiones amplias con el gobierno sobre política interna y derechos humanos... la reforma política no era tema que estaba en la agenda"; lo que sí estaba en esa agenda era el interés por el TLCAN. James Jones es, finalmente, el más honesto: "Durante la era del PRI, estábamos dispuestos a pretender que en México había ´democracia´ porque preferíamos la estabilidad sobre la democratización".
Según Negroponte, su país decidió no intervenir en los asuntos internos porque los mexicanos son muy "susceptibles" en esa área. Sin embargo, lo que en realidad estaba entonces en el centro de la agenda del embajador, era el TLCAN, un acuerdo económico con una espina dorsal política pues, entre otras cosas, su efecto inmediato sería fortalecer al Gobierno de Salinas, debilitado de origen por el fraude de 1988. No condicionar el TLCAN a un sistema interno de reglas democráticas como sí lo haría poco después el tratado con Europa, fue intervenir por omisión de manera efectiva en apoyo de un status quo no democrático. Y aquí resalta el efecto de la asimetría en la relación entre los dos países que comparten al Río Bravo como frontera: Estados Unidos puede incidir a profundidad en nuestros arreglos internos sea por acción o por omisión.
Es justamente James Jones, el sucesor de Negroponte, quien desmiente a éste último en relación a la no intervención en asuntos internos mexicanos. Y es que Jones asegura que él personalmente le hizo saber en 1994 a un Salinas que le escabullía el bulto "que si manejaba la insurrección zapatista al viejo estilo iba a destruir todos los avances económicos y de otra índole que había hecho". Sea por esa razón o por otra, el hecho es que Salinas detuvo la ofensiva militar e inició la negociación con el EZLN.
Jones es igualmente claro al referirse al tema de la corrupción. En una conversación con Zedillo, y a una pregunta expresa de éste sobre qué hacer para combatirla, el embajador respondió: "Pondría una bomba atómica encima de todas tus agencias de procuración de justicia y las haría volar. Así empezaría de cero y no permitiría el regreso en el futuro de alguien que tuvo que ver con procuración de justicia en el pasado". Como tal recomendación era mera fantasía, más tarde el embajador le entregó a Zedillo una lista de personajes investigados por la inteligencia norteamericana, considerados corruptos y que "no deberían quedar en puestos gubernamentales de alto nivel". Según Jones, ninguno de los enlistados quedó en un puesto de alta responsabilidad; ahí se tiene un ejemplo del poder de veto de Washington en temas internos. Conviene notar que esas presiones se ejercieron pese a que los personajes y sus gobiernos eran muy del gusto norteamericano y que, en ambos casos la acción de la embajada no fue dañina y quizá por ello Jones se animó a revelarla, pero ¿fue así en todos los casos?
En suma
La obra de Estévez lleva a una conclusión: desde siempre el embajador norteamericano ha sido un actor político inevitable, aunque no siempre ha sido el procónsul del que habló José Vasconcelos. Lo realmente crucial no ha sido ese embajador sino la posición de su interlocutor natural: el Presidente mexicano y la debilidad o fuerza desde la que éste ha negociado con el imperio.
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Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104
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