viernes, 18 de octubre de 2013

Juan Villoro - Imagina que eres de un país

Ha habido épocas de claro sentido de la pertenencia en las que la gente se define por un vínculo con su ciudad (Tolomeo de Alejandría), su madre (Paco de Lucía) o incluso su continente (Sandro de América). Pero las cosas han cambiado tanto que los chinos hacen molcajetes de plástico, los japoneses son expertos en lucha libre y los serbios tocan mariachi. La identidad está en oferta.

Los abusos de la globalización han renovado el anhelo por las patrias chicas. Quebec y Cataluña buscan independizarse y acaso prefiguren movimientos posteriores en los que los municipios se separarán de las provincias, las ciudades de los municipios, los barrios de las ciudades, hasta llegar a una casa donde cada habitación será autónoma.




Hay millones de ciudadanos en tránsito. Unos quieren emigrar, otros quieren cambiar de nacionalidad sin moverse. Lo local gana prestigio político en la misma medida en que lo internacional gana prestigio económico. La noción de pertenencia vale hasta que una oportunidad de empleo te obliga a aprender el extraño himno de otro país.

Menciono esto porque Adnan Januzaj anotó dos goles con el Manchester United y la tribuna roja lo candidateó a la selección inglesa. Como su nombre lo indica, Januzaj no tiene pedigrí británico, aunque su familia se ha movido tanto que podría tenerlo.

El goleador de 18 años nació en Bélgica y conserva parientes en Albania, Kosovo, Serbia y Turquía. Con un esfuerzo burocrático, podría militar en las selecciones de cualquiera de esos países. Su caso es parecido al de Diego Costa, que ya jugó un partido con la selección brasileña, pero podría ir al Mundial en su país de origen representando a España, donde juega para el Atlético de Madrid, o a los casos de Lobos y el Chaco Giménez, mexicanos de última hora que se incorporaron a una selección urgida de refuerzos.

En un mundo ideal, como el que John Lennon concibió en Imagine, no debería haber patrias ni banderas. Pero hay constancias a las que cuesta trabajo renunciar. El amor al prójimo y el respeto que, como buenos terrícolas, le debemos a las inteligencias de otras galaxias, no impiden que conservemos un sentido de la pertenencia.

Inevitablemente somos de un sitio y no de otro. Esto no quiere decir que estemos felices con lo que nos tocó en suerte. El alumno que odia su escuela disfruta ganar un campeonato en nombre de ella.

Chíchikov, protagonista de Almas muertas, no es ni bajo ni alto, ni flaco ni gordo. Carece de todo atributo definido. “Y sin embargo”, escribe Gógol, “forzosamente debía ser algo”. Aunque no destaquemos somos algo.

El deporte es una reserva de la identidad sentimental. En las Olimpiadas y los Mundiales no juegan países sino la idea que tenemos de ellos. Su significado es ilusorio. De pronto, un flaco del que no sabíamos nada gana el maratón y nos emocionamos porque lleva un uniforme que juzgamos nuestro.

Si esto sucede en disciplinas cuya existencia recordamos cada cuatro años, con más razón ocurre en las ligas que seguimos semana a semana.

A propósito del codiciado Januzaj, John Carlin escribió en El País: “Si cualquiera puede jugar en cualquier país con un simple cambio de domicilio, o porque descubre que tiene una abuela nacida quién sabe dónde, lo que nos espera en el ámbito del futbol internacional es la anarquía.

Representar a un país será lo mismo que representar a un club”.

Cuando alguien proveniente de Brasil o Argentina cambia de selección, lo hace porque no tiene oportunidad en su país. Mudar de camiseta es su Plan B. Messi llegó a los 13 años a España pero a nadie se le ocurre que no juegue con Argentina.

Después de su triste participación en el Mundial de Sudáfrica, el Guille Franco volvió a ser argentino. Pero el problema no es de rendimiento. No se trata de pensar que, si Portugal no clasifica, deberíamos ofrecerle mil años de depilaciones a Cristiano Ronaldo para que participe con nosotros.

No es la calidad de los fichajes lo que está en juego sino si la fantasía de la lealtad. Digo “fantasía” porque es mucho pedir certezas en un mundo volátil y promiscuo.

Bajo el heterónimo de Alberto Caeiro, Fernando Pessoa escribió versos de sencilla sabiduría: “El Tajo es más bello que río de mi pueblo/ Pero el Tajo no es más bello que el río de mi pueblo/ Porque el Tajo no es el río de mi pueblo”.

Objetivamente hay cosas mejores que las nuestras. Pero no son nuestras.

La simpatía y la entrega profesional de Lobos y Giménez están fuera de duda. El tema no es ése. Por desesperado que esté un país, puede darse cuenta de que no es otra nación. En la privatizada vida real esto importa cada vez menos: nuestros amigos están en Facebook, nuestra trayectoria en Google y nuestra deuda en BBVA.

No estaría mal que, sin revanchismo alguno, aceptáramos que no necesitamos refuerzos para perder. Si nos va mal, que sea por nosotros.


Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=198443

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