En su desesperación por el fracaso de la lucha contra las drogas, las autoridades suelen ponerse creativos en materia de explicaciones. El crimen organizado ha incursionado en otros delitos -como la extorsión o la piratería- debido al éxito que el gobierno ha tenido en el combate al narcotráfico, dijo palabras más o palabras menos, la semana pasada Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación (disculpen la cacofonía: el nombramiento de funcionarios nunca ha puesto atención a las malas rimas).
La frase tendría que guardarse en el arcón de las letras de bronce de la política mexicana, junto con aquella de “ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario” robada, literalmente, a “Cantinflas”. Alguien tendría que decirle a nuestro secretario, que es justamente la impunidad y el éxito que ha tenido el crimen organizado en el tráfico de drogas, lo que han provocado que el efecto irradie a muchas otras actividades. Resulta absolutamente inverosímil creer que los carteles se van a poner a controlar regiones, extorsionar a municipios completos, abducir decenas de inmigrantes como si fueran sus propietarios, ordeñar ductos de Pemex a escala industrial o desplazar a las compañías mineras, y exportar el mineral directamente a China. Y todo ello porque le tuvieron miedo a las autoridades en materia de narcotráfico. Ajá.
En esto de sacarse ases de la manga donde no los hay, a Felipe Calderón le dio un tiempo por comparar nuestras estadísticas de homicidios contra los de Colombia y Brasil, para demostrar las bondades de la justicia mexicana. Edgardo Buscaglia ha llamado “estadística chatarra” a tales ejercicios numéricos*. Falsas comparaciones para ocultar el fracaso de estrategias y políticas públicas. No necesariamente existe correlación alguna entre las tasas de homicidios y el poder mafioso. Peor aún, la correlación puede ser negativa: los homicidios pueden descender cuando los grupos criminales ocupan los vacíos que deja el Estado, o cuando lo desplazan, se transforman en autoridad, eliminan a sus competidores y consolidan sus territorios. En suma, eliminan los homicidios en las zonas bajo su control.
Asumir que eso representa un éxito en el combate al narcotráfico es como creer que un matrimonio es feliz porque no existen pleitos entre los cónyuges; en ocasiones la calma resignada simplemente esconde la peor de las desavenencias: la indiferencia.
En ambos casos, la inseguridad pública o la infelicidad matrimonial, como tantas cosas en la vida, tiene que ser abordada desde una visión de conjunto. Es absurdo presumir un descenso en el número de ejecuciones, cuando al mismo tiempo se ha disparado el número de secuestros y la extorsión a comercios se ha generalizado, en buena parte de los centros turísticos del país. Según un amplio reporte de CIDAC, una prestigiada organización independiente, de 2010 a 2012 se experimentó una disminución de 4 por ciento en los homicidios dolosos, pero los secuestros aumentaron 27 por ciento. El impacto de un secuestro en la percepción de inseguridad en México, equivale al impacto que tendrían 2.5 homicidios*. Y no puede ser de otra manera: la mayoría de las ejecuciones sucede entre facinerosos (no todos), mientras que los secuestros afectan a particulares ajenos a los circuitos criminales.
Por otra parte, las estadísticas mismas son muy poco confiables. No sólo porque quien las recaba –la autoridad- es la más interesada en que el conteo sea lo más parco posible; es decir, constituye juez y parte en el asunto. También, porque una gran porción de los crímenes “no acuden” al registro civil, por así decirlo. Lo que la autoridad capta en materia de extorsiones y secuestros, es una punta del iceberg, toda vez que la mayoría de las víctimas no denuncian los delitos. Ni siquiera la estadística de ejecuciones es fidedigna, porque en muchas ocasiones no existe cuerpo del delito: ¿cuántas fosas habrá en el país en espera de ser encontradas? ¿cuántas más nunca encontraremos? ¿cuántos esposos que nunca regresaron y padres ausentes que se fueron a hacer la vida son cadáveres anónimos sin que lo sepamos?
No hay soluciones mágicas al problema de la inseguridad en México (aunque no faltan propuestas interesantes de especialistas que han ofrecido planteamientos alternativos a la estrategia que ha seguido el gobierno*). Lo que sí me queda claro, es que cualquier solución pasa por el involucramiento de la sociedad en su conjunto y esto no será posible si se mantiene a la opinión pública engañada o desinformada sobre un tema que padece en carne propia. El primer paso para combatir un problema es entenderlo cabalmente; el manejo de estadísticas y explicaciones chatarras lo único que hace es ocultar y distorsionar el problema. En el mejor de los casos equivale a vivir en la negación (navegar en el Nilo, dicen los norteamericanos por el juego de palabras: denial); en el peor, recurrir al engaño. Mal asunto.
*Nota: Las estadísticas citadas proceden del libro Vacíos de Poder en México, de Eduardo Buscaglia, editorial Debate. En el texto, el autor hace una interesante propuesta de combate al crimen organizado a partir de una estrategia de controles judiciales, patrimoniales, sociales y de anti corrupción.
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