Durante su primer medio siglo de existencia, Acción Nacional se esforzó por hacer un contraste entre su vida interna, que apostaba por procesos abiertos y democráticos, y la del PRI.
Hacia fuera del partido, los panistas combatían el control de los comicios por parte de la Secretaría de Gobernación. En particular, el manejo casi exclusivo del padrón electoral era un motivo de queja constante. También, el uso de los recursos públicos para apuntalar las aspiraciones de los candidatos del partido oficial.
Sin embargo, hoy, en el arranque del proceso para renovar su dirigencia nacional —que estará regido por nuevos estatutos, recién aprobados por el IFE—, el PAN parece haber hechos suyos algunos de los hábitos de aquel PRI.
Para comenzar, el tapadismo. El dirigente nacional del partido, Gustavo Madero, juega con que va y no va por la reelección. Puede ser, a lo mejor, quién sabe… En el mejor estilo de quienes decían que el que se mueve no sale en la foto, el chihuahuense dice que no lo ha decidido. Más aún: la decisión es suya y de nadie más.
Luego, la identificación de la persona con la institución. Aunque antier dijo que pediría licencia como jefe nacional en caso de que buscara la reelección, lo cierto es queMadero lleva meses al frente de una campaña para relanzar la imagen del PAN. Los militantes no saben si viaja por el país y aparece en spots en su calidad de líder nacional o como candidato a la reelección o ambas cosas.
El PAN podrá haber estado al frente de la exigencia de que los funcionarios y representantes no utilizaran los medios masivos —sobre todo en tiempos oficiales— para promover sus propias carreras políticas, pero su jefe nacional actualmente hace algo bastante parecido a eso.
Por último, Madero es el celoso guardián del padrón del partido. El que se revisó durante su gestión con el objetivo de depurarlo de arribistas y fantasmas.
Sólo se sabe que actualmente los panistas activos son 220 mil, y que todos serán convocados para elegir al próximo dirigente. Pero quiénes son y dónde están, ¡ah!, ese es el secreto mejor guardado de Madero. Por ahora, sólo él puede contactarlos.
Con todo y que los partidos son entidades de interés público, no creo que los ciudadanos que no militan en Acción Nacional deban mortificarse por quién sea el próximo líder de ese partido ni de cómo vaya a alcanzar el cargo.
Esa es, esencialmente, cosa de los panistas y de las autoridades electorales que tuvieran que resolver alguna impugnación al procedimiento.
Aquí no se trata de eso, sino de medir a los políticos y a los partidos con una de las pocas varas disponibles: su nivel de congruencia.
Apuntes al margen
■Cuando se escriben textos por el hecho de que alguien cumple 60 años de edad es, usualmente, porque se trata de un personaje con reconocimiento público, pero cuyo tiempo de mayor relevancia ya transcurrió. No es el caso de Andrés Manuel López Obrador, quien desde hoy es sexagenario. Dios de unos, diablo de otros, resulta innegable que el tabasqueño es un hombre cuya biografía no ha terminado de escribirse —su siguiente capítulo se llama Morena— y sin cuya participación en política sería imposible entender el México de estos tiempos.
■La reforma migratoria está muerta en el Congreso y la búsqueda de culpables ya comenzó”, publicó ayer The Hill, el periódico washingtoniano dedicado a las actividades del Capitolio. Cuatro años de negociaciones parecen haberse venido abajo con el desmoronamiento de la Banda de los Ocho, un grupo bipartidista en la Cámara de Representantes que había impulsado la construcción de una propuesta en ese cuerpo legislativo. Hoy sólo existe la del Senado, que ahora seguramente languidecerá junto con la promesa del presidente Obama de “componer el sistema migratorio quebrado” de Estados Unidos.
■Una pregunta flotará hoy sobre la cancha del Estado Azteca antes del arranque del partido contra Nueva Zelanda: ¿Cómo llegó el futbol mexicano, al menos su “selección mayor”, a la humillación de tener que jugar este repechaje? La respuesta debe de ser múltiple, pero parte de ella se puede encontrar en los llanos de la Liga Semiprofesional en Chalco, donde lamen sus heridas los jugadores que nunca tuvieron una oportunidad porque carecían de dinero para pagar un soborno a sus entrenadores. “A mí me pedían 60 mil pesos” —me contó recientemente uno de ellos— para debutar con una filial de Cruz Azul.
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