Como casi siempre sucede cuando muere un hombre de poder, la primera reacción es a recordar sus excesos. Esto pesa más en ocasiones en la que la persona muere en desgracia política, como es el caso de Joaquín Hernández Galicia. Vamos: ni siquiera quienes pudieron haberse beneficiado por sus decisiones mostraron algo de agradecimiento, como también sucede en esta actividad.
Sin embargo mal haríamos en quedarnos con las anécdotas o confundirlas con el fondo de los problemas: eso sólo nos llevaría a repetir los errores. O peor: ignorar que los hombres son producto de sus tiempos y sus reglas, llevándonos a esperar a líderes carismáticos que buscar las soluciones con base en el conocimiento y la táctica.
Por lo anterior, viene a bien compartir tres lecciones con las que deberíamos quedarnos tras el fallecimiento de Hernández Galicia:
Lección 1: Joaquín Hernández Galicia fue producto del sistema político
El Partido Revolucionario Institucional basó su poder en una maquinaria corporativista, autoritaria, que sistemáticamente negaba los derechos políticos de la ciudadanía y cuyas lealtades estaban por lo anterior subordinadas al gobernante en turno. En este sentido el sindicalismo fue uno de los engranes de dominación.
Al contrario de otros países con redes corporativistas donde la interlocución entre el Estado y los sindicatos era fluida tanto hacia las cúpulas como hacia las bases, en México fue un instrumento de control, basado en mecanismos como la cláusula de exclusión y el monopolio de la representación gremial.
En este entorno la democracia sindical hubiera puesto en peligro la supervivencia del sistema. Por ello los líderes se eternizaban (e incluso tendían a morir en sus puestos), en la medida que ellos tenían la capacidad de mantener el control. Como premios, los dirigentes tenían cotos de poder como asientos en los órganos legislativos y presidencias municipales, los cuales eran repartidos entre sus camarillas. Conforme el sistema económico entraba en crisis, se optó por mantener el control incrementando las prestaciones a los sindicatos.
Naturalmente en este sistema hay sindicatos más fuertes que otros, ya sea por el número de agremiados, sus redes al interior de la sociedad o el rubro de la producción. Lo anterior podría, en determinadas circunstancias, hacer que un líder gremial pueda pensar en usar su poder fuera del pacto corporativista y especialmente a expensas de su titular: el presidente de la República.
Lección 2: es cada vez más fácil traicionar al sistema desde los sindicatos
El 6 de agosto de 2012 se publicó en este espacio un texto sobre la relevancia de las traiciones en la política, si éstas llevan a la posibilidad de un cambio en los sistemas políticos que lleven a una mayor libertad.
Si es cierto que una de las causas del “Quinazo” de 1989 fue la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en los distritos controlados por el sindicato petrolero, entonces significa que Hernández Galicia apostó por romper con el régimen según un cálculo político. Más allá de ponerle calificativos, los cuales dependen del bando político donde se encuentre el lector y su sesgo ideológico, fue la primera vez que una estructura gremial se dio cuenta de su poder político e intentó ejercerlo de manera autónoma.
Bajo esta premisa Elba Esther Gordillo tuvo más éxito en lo que intentó Hernández Galicia – al menos por más tiempo. Es decir, rompió con el PRI, creó un partido político basado en la capacidad de movilización del magisterio y durante doce años convirtió a Nueva Alianza en un engrane para la gobernabilidad, según conviniese a sus intereses. Como en el “Quinazo”, se requirió de un acto de fuerza para removerla y más o menos aquietar a la estructura sindical de cara a la reforma educativa.
Sin embargo, los riesgos de que esto se pueda volver a repetir están presentes. Aunque debilitadas, las estructuras gremiales pueden volverse contra el pacto corporativista si ven que esto les puede traer éxito, toda vez que el arreglo sigue siendo el mismo en sus elementos fundamentales.
Lección 3: ¿puede el PRI cambiar las reglas de operación del sindicalismo sin desarmarse a sí mismo?
El sindicalismo actual parece ser más una carga que una ventaja, toda vez que los monopolios gremiales frenan los alcances de los cambios que se desean emprender. El PRI no quiso tocar a los sindicatos en la reforma laboral, especialmente en el tema de la democracia sindical. Aunque debilitado, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) influyó en los mecanismos de evaluación del magisterio y un sector disidente, la Central Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), pretende detener los alcances en las regiones donde domina. Todavía falta por saber qué tanto el sindicato petrolero determinará los alcances de la reforma energética. Y la reforma constitucional en materia de transparencia, que haría de los sindicatos sujetos obligados, sigue detenida en el Congreso.
Hacen falta reformas que le den más dinamismo, como la competencia entre sindicatos (lo cual implicaría romper con los monopolios gremiales) o la democracia interna. Sin embargo esto implicaría desgastar las bases de poder de aquellos partidos que se valen de estructuras corporativistas como agentes de movilización y apoyo.
¿Podrá haber un punto de quiebra entre la necesidad de modernizar el país y el mantenimiento de estas estructuras? Tal vez este va a ser el gran dilema una vez que culmine el “Pacto por México”.
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