Se ha dicho todo sobre lo que sucede en el norte de México y muy poco sobre lo que acontece en el sur. El sur abandonado cuya historia es silenciada diariamente por los voceros del poder. Lo cierto es que no podemos seguir desnudando la narrativa oficial sin denunciar también a quienes la hacen posible.
Hemos visto hasta la saciedad cómo funcionan las cadenas de favores de naturaleza política-mediática. Para tener una sociedad confundida y dividida se necesita al menos a un político interesado en posicionar su imagen para fortalecer su poder, en fortalecer su poder para utilizar los recursos públicos tanto para robustecer a su partido como para enriquecer su propio bolsillo y adquirir liderazgo en su partido para no perder el poder político. Para ello precisa de una estrategia de medios; de allí que las y los voceros sean tan importantes para cualquier Alcalde, Gobernador o Presidente.
Antiguamente, los voceros eran periodistas de cierto renombre, de preferencia ex editores o ex directores de algún medio que tejieron su credibilidad en ciertos círculos a partir de su connivencia con el poder local. Los voceros ponen al servicio de los gobernantes sus habilidades para manejar información de todo tipo, pero los más avezados ofrecen también convertirse en los operadores que siembran la semilla de corrupción; son maiceadores que se encargan de usar su amistad con periodistas de todo nivel para colocar o filtrar información. A partir de que se cierra este esquema ofrecen regalos, pagan gastos médicos a reporteros con problemas de salud, rifan autos, lavadoras, computadoras. Poco a poco tejen una red de alianzas silenciosas en la cuál, personas con nombre y apellido, participan en la construcción de una narrativa que blinda al poder y que destruye a los medios locales. Minar la credibilidad de los medios les permite a los políticos corruptos debilitar la solidaridad entre el gremio y confundir a la sociedad.
La estrategia es tan certera como perversa, porque la prensa corrupta, de la mano de su corruptor, crea mentiras verosímiles, falsea a conciencia datos, detalles e historias que ocultan fraudes. Fabrican causas penales contra las y los disidentes entre quienes siempre logran ubicar a uno que otra periodista.
En todos los estados donde los gobernadores han logrado cooptar a la mayoría de medios, o en que han comprado “tiempo aire” que equivale a “versión oficial” en televisoras nacionales, las y los periodistas que se atreven a refutar esa versión de la realidad corren gran peligro. El poder comienzan con el descrédito hacia la labor periodística, con amenazas. Siguen las investigaciones penales, la persecución fiscal, el hostigamiento a familiares; las presiones a los directivos o propietarios de medios en que trabajan para que les despidan. Paralelamente, como en el caso de los gobernadores de Veracruz, el de Quintana Roo, Yucatán y de Tabasco, las fuentes son hostigadas, e incluso amedrentadas si trabajan dentro de la burocracia local. De pronto los sistemas de transparencia y acceso a la información, por más computarizados que estén, quedan cerrados, vetados incluso para los medios.
La corrupción de los medios blinda a los gobernadores de las y los periodistas honestos que investigan, quienes se descubren en un ambiente cada vez mas constreñido para decir la verdad. Les blinda de los grupos empresariales que se habían convertido en contrapeso del poder local y están hartos de las extorsiones de los gobernadores.
En Quintana Roo encontramos empresarios que se descubren sumidos en una batalla de notas pagadas por el gobierno para destruir empresas. Notas que buscan atacar la credibilidad de empresarios honestos con persecuciones fiscales y multas de todo tipo. Los empresarios, al final del día, terminan enfocándose en su negocio y perdiendo la unión; así se desvanecen poco a poco los pobres contrapesos que el sector económico tiene contra un gobierno de tintes totalitarios.
En Quintana Roo, el Gobernador Borge y su equipo de vocería han construido un ambiente hostil de tal magnitud que llegó el momento en que la percepción de la realidad ha quedado, a decir de muchos, trastocada por el discurso oficial.
Borge, como otros gobernadores del sur del país, han creído que la obediencia es consenso, que la temerosa sumisión es admiración. Están convencidos de que el disenso es un delito. Como el hombre que paga por sexo a una prostituta, estos gobernadores se han creído que los medios que se prostituyen a cambio de su dinero, en el fondo en verdad les aman, les admiran y los consideran buenos gobernantes. Olvidan muy pronto que ellos han pagado por esas loas y además lo han hecho con dinero público.
Quienes creen que el periodismo es indefendible en México, en particular el periodismo de investigación hecho en el sureste mexicano, se equivocan; lo indefendible son los medios corruptos y corruptores. Pero el buen periodismo, ese que se cuela en una nota, ese que irrumpe en una radio comunitaria, ese que sale a algún medio nacional, ese que toma la fotografía que documenta que los manifestantes son miles y no decenas, es vital para la sociedad. Ese periodismo que sobrevive a pesar de la aplanadora que corrompe, persigue o censura, es imprescindible porque reivindica la voz de la sociedad, del empresariado, de las organizaciones. Reivindica la realidad puntual, que se contrapone a la narrativa oficial.
Sin duda esta escenificación que los políticos hacen de una realidad prefabricada tiene costos altísimos para la sociedad; particularmente en las condiciones en que el sureste mexicano se encuentra, subsumido en la batalla entre quienes cometen delitos para mantenerse en el poder y quienes adquieren poder para cometer delitos. Ciertamente los partidos políticos se parecen cada vez más a los cárteles de la droga. Eso resulta inadmisible, porque aunque hay un miedo paralizante en algunos, hay también un silencio cómplice en muchos.
Y entre ellos y ustedes quedamos nosotros, las y los reporteros que documentamos la cadena de favores, quienes nos negamos a que el periodismo de investigación quede aplastado por los medios del poder. La tarea de los voceros (oficiales y extraoficiales), consiste en falsear la realidad y perseguir a quien descubre los mecanismos de la construcción de las mentiras oficiales, a quien desentraña la opacidad que esas mentiras ocultan. El sureste mexicano es una bomba de tiempo, oculta bajo una montaña de basura informativa. El buen periodismo no es una opción, es una necesidad inminente.
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