¿Qué fue lo que hizo que Vicente Fox muy al principio de su sexenio no se animara a seguir adelante con el proyecto del Nuevo aeropuerto de la Ciudad de México?
¿Fue la inexperiencia y el temor a quedar mal con algunas fuerzas? La realidad fue que no se supo operar políticamente con las agrupaciones que en su momento mostraron resistencias y oposición al proyecto. El ruido de los machetes y las movilizaciones provocaron temor y que el gobierno reculara. El proyecto terminó por abortar.
¿Que fue lo que provocó que la reforma energética planteada en 2007 no llegara a buen puerto y solo desembocara en el gasolinazo que todavía padecemos y del que a cada rato nos quejamos?
Problemas de personalidad de un presidente que detestaba radicalmente a sus opositores y que nunca pudo construir ni lograr mayorías legislativas.
¿Por qué tardó tantos años en crearse el IMSS a pesar de que ya figuraba en los postulados políticos del revolucionario Salvador Alvarado cuando fue gobernador de Yucatán, y también en los postulados sociales de los presidentes Álvaro Obregón y Lázaro Cárdenas? En primer lugar porque las finanzas nacionales eran exiguas y no garantizaban la disposición del capital para emprender una tarea de tal magnitud, y porque se presentaron -y ampliaron- las resistencias de aquellos que se sentían afectados en sus intereses, principalmente empresarios y representantes de la medicina privada, que combatieron con todas sus fuerzas la creación del IMSS y su expansión en las entidades federativas. Al paso del tiempo se vio que sus creadores acertaron y que quienes se opusieron -mexicanos y en su derecho al fin- se equivocaron.
¿Y el libro de texto gratuito? Con la creación del libro de texto gratuito por el presidente Adolfo López Mateos pasó lo mismo. Presiones y acusaciones de todo tipo, desde la “socialización de la educación” hasta “la libertad de educación”, nada más porque el Estado le garantizaría a los niños pobres de México la posibilidad de contar con libros de texto para la primaria en los lugares más alejados del país.
Esa reforma educativa, encabezada por el presidente López Mateos y operada por Jaime Torres Bodet, consolidó derechos sociales y replanteó en el debate nacional los problemas de la educación pública. Al final la reforma se consolidó y benefició a las mayorías.
Reformas que generaron tensiones y resistencias y que abonaron en los costos políticos fueron, por ejemplo, la de la UNAM a principios de los setenta, que costó la caída del rector Pablo González Casanova. A mediados de los ochenta, el rector Jorge Carpizo quiso de nuevo emprender una reforma en la Máxima Casa de Estudios y las resistencias no se hicieron esperar. La reforma de Carpizo de quedó a medias por presiones y propició el resurgimiento del movimiento estudiantil que había permanecido amodorrado desde principios de los setenta.Igual le sucedió al rector Francisco Barnés de Castro que en 1999 renunció a la rectoría porque no pudo implementar la reforma del reglamento general de pagos.
La desconcentración de la educación básica hacia los estados fue otra reforma administrativa y política de gran calado que no estuvo exenta de resistencias. Combatió vicios, unificó a la institución educativa a nivel territorial, pero generó tensiones y afloró la disidencia magisterial. Algunos gobernadores la entendieron y otros no. En algunos lugares avanzó con mayor velocidad. En otros estados, como Oaxaca e Hidalgo, el gobierno federal terminó por hacerse cargo de todo el gasto educativo.
Con el tiempo las tensiones políticas se acumularon, por la cerrazón política del sistema y el agotamiento del modelo de desarrollo económico. Apareció la guerrilla, se multiplicaron los conflictos sociales y la disidencia al sistema se refugió en el monte, en las instituciones de educación superior y en las organizaciones empresariales que, como grupos de presión, actuaron decisivamente cuestionando duramente las políticas de los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo. Posteriormente estas mismas fuerzas arroparon el crecimiento y la expansión del Partido Acción Nacional.
No satisfizo la reforma política que bajaba la edad para votar de los 21 a los 18 años y el sistema tuvo que replantearse una de mayor calado, que encauzara la fortalecida pluralidad y reconociera las nuevas organizaciones políticas. La reforma política de 1977 operada en el proceso electoral de 1979 cumplió con su cometido, disminuyó la violencia política y reconoció legalmente a nuevos partidos políticos, pero no atendió con eficacia en conflicto poselectoral que desestabilizó a varios estados y pervirtió las negociaciones políticas entre gobierno y partidos a través de las llamadas concertacesiones, que “de repente” declaraba victoriosos a los derrotados.
Todo eso terminó por viciar la relación entre el Gobierno y las oposiciones y aceleró el debilitamiento del partido que lo detentaba. Así fue perdiendo gradualmente espacios y poder. Muchos gobernadores electos dejaron de serlo abonando la descomposición política en sus estados. Algunos operadores de aquellos estilos, irónicamente hoy actúan en otros partidos.
La entrada de México al GATT creó resistencias y, en ese caso, uno de los actores principales sostiene que el presidente de la República sometió a votación de su gabinete la decisión, que por fortuna y al final, fue a favor del ingreso de México a lo que ahora es la Organización Mundial de Comercio.
Esa decisión permitió la apertura gradual de la economía y sintonizó a México con el mundo en materia de intercambios comerciales. Fue un primer paso importante para lo que vendría después: El TLCAN de México con los Estados Unidos y Canadá, que también tuvo sus resistencias y oposiciones en los ámbitos de las izquierdas y el mundo empresarial.
¿Resistencia o rebelión? El levantamiento del EZLN en Chiapas el primer día de vigencia del TLCAN en enero de 1994, nos muestra que entre las reformas y las resistencias solo existe una línea delgada de política real.
Quienes ayer se opusieron a la apertura comercial, casualmente son ahora los mismos que se oponen a la reforma energética. Son los mismos que después hablaron de un “gobierno de salvación” ante la dura crisis de 1995.
Con el tiempo vinieron las reformas para la creación de los organismos autónomos en asuntos electorales y en derechos humanos, la reforma del Distrito Federal para elegir representantes populares locales y al jefe de gobierno del Distrito Federal, y se consolidó el Tribunal Electoral asignado al Poder Judicial Federal. Las tensiones políticas disminuyeron gradualmente al darle representación y fuerza política a la entidad de mayor población y de más alto nivel de politización en México y al crear una instancia resolutiva de conflictos post electorales de última instancia, tanto en lo federal como en lo local, quitándole al gobierno toda injerencia electoral.
Aquí las resistencias han estado marcadas por la llamada partitocracia que parte y reparte en los organismos autónomos. El cacareado poder “ciudadano” se pasó a los partidos, y ahí se ha quedado por un buen tiempo.
En la presidencia de Enrique Peña Nieto han resurgido las fuerzas opositoras a las reformas. Las resistencias han revivido añejos intereses y rancias posturas políticas que se creían erradicadas. Unas teñidas de interés partidista y chantaje como en el norte de México -hablando incluso de separatismo- y otras con agresiones directas de los poderes fácticos que han intentado trasladar su visión apocalíptica y catastrofista al resto de la sociedad.
Sin rigor analítico y sin mayores fundamentos, buscan alarmar a la sociedad y con ello crear escenarios futuros de catástrofe y crisis,por ahora con más imaginación que realismo.
Acostumbrados a manejar a su antojo las fuerzas del mercado, la volatilidad del tipo de cambio y una que otra fuerza política que los representa, no han escatimado en recursos y estrategias de comunicación para oponerse a las reformas -con suficiente poder económico-. A pesar de que las iniciativas han estado avaladas por las principales fuerzas políticas representadas en el Congreso de la Unión. La tradición abonada e incrementada en los sexenios pasados de debilitar al estado los había acostumbrado a que con un solo golpe de mesa bastaba para tener de rehén a los gobiernos y las fuerzas políticas y someterlos a sus intereses.
Ejerciendo su poder apostaban a que el libre juego de las fuerzas del mercado y una débil regulación estatal por sí solos resolverían los problemas y se equivocaron de cabo a rabo: El número de pobres aumentó mientras en las páginas de sociales brillaban con frecuencia los casos de audacia empresarial combinada con la soberbia y el tráfico de influencias, y en la nota roja los casos de corrupción pública advertían de una creciente combinación de intereses privados en el sector público. Los escándalos en la CFE y en PEMEX en el sexenio pasado fueron de antología.
¿Qué implica para un presidente de la República ceder a las presiones de los grupos de interés y posponer las reformas? Simplemente el darle gusto a sus adversarios, que nunca se lo agradecerían; fortalecerlos en próximos procesos electorales y generar un daño enorme para los mexicanos, que por presiones de intereses minoritarios se quedarían por enésima ocasión a la espera de los beneficios que impulsan las reformas.
Han sido muy contadas las ocasiones en la historia en que los más necesitados ganan una batalla para su beneficio social. Dahrendorf dice que “hay muchos ejemplos de la victoria de hombres íntegros que demuestran la valentía de sus convicciones, y estos casos nos hace sentir a todos que, de vez en cuando el bien puede prevalecer sobre el mal en este mundo”.
Burke a su vez señalaba: “Cuando el equilibrio del velero en que navega se ve amenazado por un exceso de carga en un lado, intenta llevar el pequeño peso de su razón al lado contrario, de manera que pueda conservarse el equilibrio”. En los tiempos que corren, el costo político se puede ver reflejado en las próximas elecciones. El juicio de la historia es otro cantar y es de largo plazo. Por el juicio histórico no responden jamás -por los gobiernos- los intereses creados. Al contrario, son los primeros en deslindarse de los políticos y hacerlos a un lado cuando ya no los necesitan.En el juicio de la historia casi nadie piensa porque se hace con los años y pocos alcanzan a advertirlo; pero es el juicio que realmente cuenta.
Las reformas en México han tenido su hora su momento y su tiempo. Ahí está la historia para reconocer a quienes se han atrevido a emprenderlas. Y también para juzgar con dureza a quienes se quedaron en el intento, por temor y por presiones... o por no saber qué hacer. En el momento actual de México, las enseñanzas provienen del pasado inmediato. Los 12 años de la oportunidades perdidas, de lo que pudo ser y no fue, de lo que intentaron-o simularon- cambiar y no pudieron hacerlo. ¿A eso le apuestan los que ahora resisten con fiereza las reformas? Una cosa es clara; Tropezar dos veces con la misma piedra nunca ha sido benéfico para México, y ahora menos.
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