miércoles, 19 de septiembre de 2012

Fernando Savater - Educación en serie


Fernando Savater
La primera serie televisiva de mi vida la vi en el cine. Eran las trepidantes aventuras del vaquero Kit Carson y como la televisión aún no había llegado a España —o al menos a San Sebastián, que es donde pasé mi infancia— se proyectaban tres episodios de media hora seguidos como si fuesen una película. Por entonces la fórmula me pareció estupenda: ¡tres gestas emocionantes por el precio de una!
Después, ya en Madrid y ante la pequeña pantalla recién descubierta, llegaron mis primeras series propiamente dichas: Investigador submarino, la preferida, protagonizada por el gran Lloyd Bridges como Mike Nelson, pero también El último mohicano, David Crockett, la misteriosa Cinco dedos (que era de espías) y desde luego Dimensión desconocida. Esas las veíamos sobre todo los menores de la familia, pero cuando llegó Perry Mason no faltaba nadie a la cita, ni mayores ni pequeños.




Como no había mas que un canal y en todas las casas despertaba similar entusiasmo, al día siguiente tanto en el cole como en la oficina se hablaba del episodio de la noche anterior. Perry Mason o El Santo servían para unir a los españoles en un imaginario compartido. Ahora solo pasa con la selección nacional de fútbol y pronto ya ni eso: cada cual por su lado y pidiendo su pacto fiscal…
Además de entretenidas y bien realizadas, algunas series actuales tienen valores añadidos de orden digamos pegagógico, aunque la palabra suene intimidatoria. No me refiero ahora a la desafortunada Luck, que tanto enseñaba sobre los intríngulis del complejo mundo de las carreras de caballos. Supongo que esa cuestión no es de interés más que para algunos pocos fanáticos, entre los que me cuento. Pero El ala oeste de la Casa Blanca, que para muchos —entre los que también me cuento— sigue permaneciendo insuperada, fue un curso auténtico de la asignatura de Educación para la Ciudadanía bien entendida.
Con programar esa serie en las aulas, seguida de comentarios y debates adecuados que hubieran acercado las circunstancias políticas norteamericanas a las variantes de nuestras instituciones, la tan controvertida como indispensable materia hubiera estado académicamente bien servida.
Pero, claro, es pedir demasiada imaginación a nuestras autoridades educativas…
De las que hoy siguen activas, la que me parece más estimulante intelectualmente es una de las menos mencionadas en el ránking de preferidas por el gusto general: Harry’ s Law. Probablemente esta relativa postergación se debe a que se trata de una creación más inteligente que sofisticada… y ya sabemos que la sofisticación es aceptada con más facilidad y gusto que la inteligencia. Su eje es un bufete de abogados, encabezados por una vieja dama indigna interpretada con la excelencia previsible por la gran Kathy Bates (la Judi Dench del cine americano), del que forman parte un elenco de ambos sexos y diversas edades, enredados entre sí y con la sociedad por una amplia gama de conflictos. Cada uno de los episodios muestra dos o hasta tres tramas paralelas, en las que se mezclan el humor y el drama: son problemas no solo legales sino también morales que aciertan a tocar gran parte de las perplejidades de nuestras sociedades democráticas en materia de garantías sociales, costumbres, educación, etcétera.
No siempre los abogados protagonistas salen triunfantes, a veces su interpretación de la ley es rechazada por unos jueces casi siempre cachazudos e ingeniosos. Y en ocasiones, sencillamente, los dilemas son insolubles en el estado actual de las instituciones humanas…Todo de lo más pedagógico, como pueden imaginar.
Si yo tuviese treinta años menos, lo que probablemente resultaría grato por más de un motivo, destinaría al menos una clase semanal de mi asignatura de ética a ver y debatir episodios de Harry’s Law. No resultan menos divertidos que aquellos de Kit Carson de mi infancia, pero ofrecen mayor rentabilidad académica…


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