miércoles, 19 de septiembre de 2012

Rafael Loret de Mola - Reflexión Necesaria/Las Entrañas de 1988

Rafael Loret de Mola

Estoy convencido de que los mayores defectos de Andrés Manuel López Obrador son, sin duda, la intolerancia hacia sus críticos –aún quienes obran con buena intención, oponiéndose a decisiones discrecionales absurdas-, y la arrogancia para imponer sus juicios desoyendo a sus cercanos e incluso negando la realidad palpable.
Por eso, acaso, ante hechos consumados se convierte, como en 2006, en una parodia de sí mismo; en lo personal me dio mucha pena verle recorrer el templete con una banda tricolor apócrifa, como si se tratara de un teatro de revista, para autoproclamarse –con el “dedazo” de sus gritones incondicionales-, “presidente legítimo”; y ello no significa que dudemos sobre el vergonzoso fraude comicial con el cual la derecha se exhibió para siempre. 




También sentí vergüenza ajena ante los montajes evidentes con los que él y sus aliados pretendieron construir el entramado de un fraude sobre la base de una inequidad poco creíble –cualquiera pudo darse cuenta de que, durante la campaña, Andrés Manuel fue noticia permanente incluso en los noticiarios de su odiada Televisa y sin que jamás haga alegatos similares sobre Televisión Azteca, cuestión, por cierto, bastante sospechosa-, y el exceso de gastos proselitistas, pecado compartido por ellos mismos y el oficialista PAN. Insisto: el PRI no es aún –lo será en diciembre-, el partido gobernante, aun cuando la izquierda lo considerara tal en la medida de sus protestas olvidándose del uso de la parafernalia presidencial y las decisiones cupulares determinantes para asfixiar a Josefina Vázquez Mota; un poco de misoginia y un mucho de mezquindad. Calderón, sencillamente, actuó como Ernesto Zedillo –quien pasó de ser el “gran simulador” a la condición de inmune por decisión del gobierno estadounidense que se olvida de las soberanías ajenas-, esto es traficando su salida aun a costa de fabricar el clima para una nueva alternancia pese a no renunciar, sino hasta la hora final cuando todo estaba resuelto, a auxiliar a su partido en declive. 

Pese a todo lo anterior, López Obrador, comparado tantas veces con el mesiánico venezolano Hugo Chávez, ha actuado de manera responsable aun cuando golpee en el hígado a sus detractores. Basta una comparación reciente: Chávez aseguró a los suyos que de no ganar él una nueva reelección convocaría, nada menos, a una “guerra civil” para oponerse al neoliberalismo del “joven fascista, golpista disfrazado de barrio y niño burgués”, los calificativos que impone a su adversario Henrique Capriles, en franco ascenso. Esto es: si los electores se le salen del redil, pese a sus evidentes controles, entonces todavía le queda el recurso de las armas y la imposición autocrática, que no revolucionaria. 

López Obrador, aun considerando sus inquietantes recorridos por los territorios dominados por los grupos insurrectos del sureste con los cuales debió encontrarse necesariamente aunque no haya dado explicaciones al respecto, ha sido muy cuidadoso al insistir en mantenerse en la línea pacífica, aunque no reconozca a Enrique Peña Nieto como “presidente legítimo” –esto es, en la línea de las parrafadas, una especie de sucesor suyo pero con banda tricolor auténtica-, para “que los violentos no digan que nosotros somos violentos”. En el juego de palabras se evidencia su propósito, hasta ahora, de no realizar movilizaciones tendientes a tratar de impedir la asunción de Peña a la Primera Magistratura –como sí lo hizo con Calderón cuando la diferencia de sufragios, de menos de medio punto porcentual, posibilitó la consumación de un fraude descarado-, y de sostenerse en espera de que madure su Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA): “dos, tres, seis o diez años”. 

Tal actitud es suficiente para no volver a equipararlo con Chávez salvo si cambia de tendencia y olvida su discurso pacifista con la advertencia sobre los “dos o tres años” en los que puede encaramarse al poder, esto es cuando el período constitucional de Peña esté vigente. La amenaza es muy sutil pero suficientemente perceptible para cualquier observador acucioso. Máxime que, a su alrededor, permanecen los más radicales y quienes ya nada tienen por perder a cambio del alejamiento, poco a poco, de quienes formaron la asesoría intelectual más significativa y no sólo simbólica. Marcelo Ebrard, Manuel Camacho, Juan Ramón de la Fuente, Cuauhtémoc Cárdenas y hasta Miguel Ángel Mancera –todavía sin mostrar cuál será su verdadero perfil como jefe de gobierno defeño a partir del 5 de diciembre-, han optado por integrar el grupo “socialdemócrata” para deslindarse, paso a paso, de un Andrés Manuel cada vez más solo en la cúpula de sus dirigentes de acompañamiento pero acaso sin perder el poder de convocatoria que lo hace distinto a los demás. Ninguno de los citados, en este mismo momento, es capaz de llenar el zócalo por sus propios fueros. ¿Apostamos? 

De allí la preocupación temprana de Manuel Camacho, artífice de las alianzas de 2010 y 2011 con el PAN –un grave error histórico por cuanto significa un amasijo sin ideología ni futuro-, porque la izquierda “se suicide” al contar con dos candidatos de la izquierda... en 2018. Desde luego resta importancia a los llamados comicios intermedios de 2015 en donde, bien lo sabe, la pulverización de los partidos “vanguardistas”, con otros organismos con liderazgos y sellos diferentes, podría causar una hecatombe política parecida a la del PAN en este año, perdiéndose así el capital político obtenido. No se necesita ser un experto para entenderlo. ¿Para qué, entonces, la inútil y torpe salida lópezobradorista tendiente a conformar un nuevo partido a partir de MORENA? 

A este columnista le parece claro que emula a Cuauhtémoc Cárdenas cuando, en 1988 tras el fraude escandaloso que posibilitó la usurpación presidencial de Carlos Salinas –quien ahora ríe mucho como Calderón-, cuando el ingeniero se opuso a las presiones de distintos personajes, como Porfirio Muñoz Ledo, quienes le exigían ir más allá, hacia la toma del Palacio Nacional por ejemplo, para consumar así una especie de golpe de Estado avalado por una buena parte de los mexicanos y la mayoría de los votantes que fueron afrentados. Por fortuna, la salida fue otra: la construcción del Partido de la Revolución Democrática y su inmediata incorporación a la lid política gracias a la lealtad y generosidad del ingeniero Heberto Castillo quien, en consenso con los miembros de su partido, cedió el registro del PSUM que aglutinaba a los viejos comunistas mexicanos y no podían olvidar la figura inmensa del “Tata Lázaro”. 

Desde luego, hoy las condiciones son otras. Otro partido o dos, con la misma línea pero dirigencias diferentes, no haría sino pulverizar a la izquierda y convertirla en débil referente, como lo fue el PPS que acabó siendo una especie de último furgón del priísmo absolutista, hasta su extinción. No creo, no puedo creer, que sea tal la finalidad de Andrés Manuel en su terca carrera por postularse por tercera vez –como el socialista Lula en Brasil y el derechista Rajoy en España-, para intentar ganar, al fin, el ansiado poder presidencial, por ahora tan maltrecho. Desde luego, nadie puede negar que tiene bastante más paciencia que el ex golpista Chávez y sus arrebatos y bravuconadas. ¡Qué nadie vuelva a hacer una comparación tan absurda e infecunda a pesar de no coincidir con las rabietas de Andrés Manuel y su ceguera sobre la realidad incontrovertible!¡No le tienten a seguir otros pasos ni a importar ideologías! Ya es bastante con lo sufrido. 

Debate 

Precisamente, 1988 es un antecedente innegable para entender la evolución de la oposición de izquierda en estos veinticuatro años. Recuerdo bien que en la víspera de los comicios federales de aquel año, ni el propio candidato del “Frente Democrático Nacional” –aún no nacía el PRD-, creía en la posibilidad de una victoria. Más bien esperaba el reconocimiento a sus presuntos triunfos en el Distrito Federal, Tabasco y, naturalmente, Michoacán. 
Impulsado primero por el PARM, ya no de viejitos sino con un liderazgo joven, el de Carlos Cantú Rosas a quien no se hace justicia por cuanto a sus innegables aportaciones a la democracia, y con apoyo de otros organismos –finalmente el PSUM declinó a favor del neocardenismo-, Cárdenas se sorprendió cuando comenzaron a fluir los resultados con una importante ventaja para él; y, para que no se olvide, Manuel Bartlett, entonces secretario de Gobernación y en tal función presidente del Consejo Electoral –sin autonomía del Ejecutivo si bien preámbulo del IFE-, truncó el procedimiento con el famoso alegato: “se cayó el sistema”. 

Se refería al de cómputo –lo que no fue cierto- pero todos interpretamos que la hora del final para el PRI hegemónico comenzaba a escribirse... pero debieron pasar doce años. Hoy, el sujeto descrito coordina a los senadores del Partido del Trabajo, entrando por la puerta de atrás de las posiciones plurinominales luego de haber perdido ante el panista Javier Lozano el escaño por mayoría en Puebla, ¡sin haber sido expulsado del PRI!¿Qué sostiene a este personaje en la tenebra de una historia que igualmente retrata la impunidad, hasta su muerte, de elementos como Carlos Hank González y el cacique Víctor Cervera, quien sigue mandando desde el más allá... como Franco en España? 

Es imposible comprenderlo, máxime cuando tanto se aboga por combatir la corrupción. Esperemos que al presidente electo, Peña Nieto, no se le ocurra hablar, en este renglón, de “renovación moral” porque tal causa lleva, nada menos, ¡treinta años!, desde su lanzamiento en voz del hoy extinto Miguel de la Madrid con la misma finalidad: cortarle el cuello a los inmorales burócratas... pero protegiendo a los peores de ellos. 

La Anécdota 

¿Sirve de algo condicionar el diálogo entre el mandatario electo y quien fue su mayor adversario al reconocimiento de éste? La democracia obliga a algo más que al ejercicio de la tolerancia; también es necesario aprender a negociar para desactivar los polvorines encendidos y evitar con ello los ya anunciados “estallidos sociales”, una contradicción al “pacifismo” de los derrotados. 

Hace seis años, insistimos en que nada sería mejor, a la vista de los plantones en la ciudad de México, que un acercamiento de Calderón con López Obrador, posibilitando el voto por voto a cambio de integrarlo al gabinete, por ejemplo, en la secretaría de la Contraloría. Hubiéramos todos respirado mejor y de eso se trata la política. Nunca pensamos que la historia podría repetirse aunque la distancia en votos fuera monumental. 

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E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx 
DICE EL ADAGIO ORIENTAL QUE QUIEN SE MOLESTA, PIERDE. EN MÉXICO PODRÍAMOS DECIR, EN POLÍTICA: QUIEN SE ENSOBERBECE Y NO NEGOCIA, ACABA POR PERDER EL SENTIDO DE LA REALIDAD. ES UN POCO MÁS LARGA LA SENTENCIA PERO ESTE COLUMNISTA ADOLECE DEL GENIO DE LOS GRANDES PENSADORES DE LA CULTURA CHINA. 
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