miércoles, 19 de septiembre de 2012

Leo Zuckermann - ¿Quién le dice la verdad al presidente?

Leo Zuckermann

El otro día argumenté que el Presidente, como institución, no debía tener amigos, pero que más le valía tenerlos al individuo que ocupara el cargo. Mi argumento se basaba en que, como los mandatarios están rodeados de gente que sólo le hace la barba y le dice que sí a todo, pues el gobernante necesitaba un confidente que le dijera sus verdades. Ahora, después de debatir el tema en Es la hora de opinar, acepto que hay otras maneras de que un Presidente se entere de la verdad.

Javier Tello, por ejemplo, con razón arguye que un buen colaborador puede revelarle la verdad a su jefe, el presidente. Hay muchos ejemplos históricos, nacionales e internacionales, que así lo demuestran. Pero también es cierto que, por cada subordinado que hay con la honestidad de manifestarle la verdad al presidente, hay diez barberos que se la pasan adulándolo y diciéndole lo que quiere escuchar. También existen múltiples casos históricos que así lo prueban.





Otra manera de saber la verdad es la prensa, siempre y cuando exista libertad de expresión en el país en cuestión. Estoy seguro, por ejemplo, que el presidente Raúl Castro de Cuba no se entera de nada nuevo al leer la prensa cubana que está controlada por su gobierno. En cambio, en Gran Bretaña, por poner un ejemplo de país democrático con libertad de expresión, el primer ministro David Cameron sólo tiene que leer los múltiples diarios que se publican en Londres para saber si la está regando o no.

Quizá por eso, el presidente francés François Mitterrand afirmaba que uno de los secretos para tener éxito en el poder era leer todos los días la prensa, por más doloroso que fuera. Una prensa libre es fuente inagotable de información para todo gobernante, por más berrinches que haga al leerla. Eso no lo tienen los gobernantes autoritarios. Mao Tse Tung, por ejemplo, se tardó mucho tiempo en enterarse que había hambrunas en ciertas regiones de China; ningún subordinado se atrevió a informárselo y, desde luego, la prensa controlada por el Partido Comunista nunca lo reportó.

Esto no ocurre en una democracia con prensa libre como en México. Estoy convencido que tal cosa existe a nivel nacional, por lo que el presidente puede enterarse por estos medios de lo que está ocurriendo en el país. A lo mejor es por eso que Vicente Fox alguna vez confesó que él mejor ya no leía los periódicos: prefería foxilandia a la dura realidad.

Más aún, en todas las democracias existen organizaciones de la sociedad civil que generan estudios y reportes independientes sobre temas públicos relevantes. Esta es otra forma que tiene un gobernante para informarse. Afortunadamente, en México aparecen cada día más organizaciones de este tipo que pueden ser utilizadas por el presidente como fuentes alternativas de información.

Lo que es interesante de esta discusión es que un presidente tiene que tener la voluntad de enterarse de la verdad, ya sea que se la diga un amigo, un colaborador responsable, la implacable prensa de una nación libre u organizaciones civiles autónomas. Al respecto, un amable lector me mandó la siguiente historia de un libro de Jim Collins:

"Winston Churchill entendió el problema de su personalidad fuerte y la compensó muy bien durante la Segunda Guerra Mundial. Churchill tenía una visión fuerte y tenaz: que Gran Bretaña no sólo sobreviviría sino prevalecería como una gran nación (...) Armado con esta visión firme, Churchill nunca se negó, sin embargo, a enfrentar los hechos más brutales. Temió que su enorme y carismática personalidad hiciera que no le llegaran las malas noticias en su forma más cruda. Así pues, temprano en la guerra, creó un departamento separado de la cadena de mando normal, llamada Oficina de Estadística, enteramente dedicado a alimentarlo de los hechos más brutales de la realidad, sin filtros y actualizados. Confió mucho en esta unidad especial a lo largo de la guerra, solicitando repetidamente los hechos, sólo los hechos. Con los Panzers nazis barriendo Europa, Churchill se iba a la cama y dormía profundamente: ‘no tenía necesidad de sueños esperanzadores’, escribió".

El lector que me envió esta cita recomienda que los presidentes mexicanos le echen un ojo a esta técnica de Churchill, y tiene razón.
 
Twitter: @leozuckermann


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