martes, 24 de septiembre de 2013

Federico Reyes Heroles - ¡Hasta la próxima!

O P I N I Ó N
F E D E R I C O   R E Y E S   H E R O L E S
¡Hasta la próxima!

Rosi, bienvenida y le da un abrazo. Tres días sin saber nada de ella. La mujer sonríe y cierra los ojos. Cómo le fue, bien, bien, todos estamos vivos. Con Paulina sí nos fue mal, la casa de mi compadre se la llevó el río con todos adentro. Murieron siete. Pero ahora todos estamos vivos, sólo perdimos lo de la casa. Cómo, es la próxima pregunta asombrada, bueno lo de siempre, el "refri", las camas, los colchones, la ropa, todo se lo llevó, nosotros nos trepamos a la azotea. Pero bueno, ya estoy acostumbrada a comprar "refris" y colchones. Lo dice con una naturalidad asombrosa. Pero el caso de Rosi es el típico ejemplo del desastre sistematizado que empobrece a muchas familias.




Por supuesto que la fuerza del fenómeno fue extraordinaria, el cambio climático cada día nos pone frente a nuevos retos. Pero en el caso de México los infortunios tienden a convertirse en la explicación fácil, en la fuga, en la justificación de la irresponsabilidad. Año con año se repite la misma historia. Llevamos más de 100 muertos, cientos de miles de damnificados y un empobrecimiento del patrimonio de los hogares de menores ingresos demoledor. Calamidad sobre la calamidad. Bajo nivel educativo, cero patrimonio, un gran esfuerzo, días de 20 horas de trabajo, adquisición de lo imprescindible, la necesidad de asentarse en algún lugar primero en el propio pueblo cuando surge un nuevo hogar, (más de medio millón cada año) o en al ciudad al migrar buscando nuevos horizontes. Entonces viene la selección arbitraria del sitio, la ausencia de autoridad que regule el asentamiento, la precaria edificación como monumento al esfuerzo inconmensurable, el hogar que por fin encuentra un nicho, el ahorro en todo, la olla, la estufa, el refrigerador, la cama, los colchones, una lamparita por aquí, un mueblecito por allá. Y de pronto todo se pierde.

El ahorro a la corta les paga, y sienten que su vida va mejor, que están mejor que sus padres porque tienen luz, porque el techo es de concreto, porque el piso no es ya de tierra gracias a que el amigo albañil les echó la mano los fines de semana. Allí está ese México pujante, ahorrador como lo demostró Hernando de Soto en El Misterio del Capital, dispuesto al sacrificio. Es un México optimista que pone su fe en la "chamba" y con frecuencia apuesta a la próxima generación. Pero justo a esos mexicanos les permitimos caer en la trampa, en el engaño, en las garras de la corrupción. Los mapas de zonas de riesgo están elaborados desde hace muchos años. Se sabe con toda precisión dónde no se debe edificar y sin embargo a simple vista se pueden detectar edificaciones suicidas.

No me refiero a la tragedia de los aludes como el de "La Pintada" que en unos cuantos minutos entierran a decenas de personas. Aludes a los que ya también nos acostumbramos, hace unos años ocurrió en Michoacán. En esos sitios por desgracia con frecuencia la explicación es la tala incontrolada que acaba con la flora, en particular con los árboles, cuyas raíces detienen el terrón. Se trata la mayoría de las ocasiones de comunidades muy aisladas en las cuales el control territorial no existe. Me refiero a las zonas urbanas como Acapulco, a esos grandes desarrollos de cientos de casas que evidentemente, tarde o temprano, están condenadas a la destrucción. Y claro llega un "Manuel" con una fuerza descomunal y el pronóstico se cumple. Aparecen las autoridades para coordinar esfuerzos, las Fuerzas Armadas con su enorme experiencia para lidiar con situaciones de este tipo. Comentan que en los albergues de Acapulco el trato de los militares fue particularmente profesional e incluso cálido. El Fonden es un hábito presupuestal y las desgracias nunca desaparecen, incluso en países desarrollados, lo vimos en Dresden, en Nueva Orleans o en Nueva York. Todo eso está muy bien, pero preveer la forma de auxiliar en un desastre, en un infortunio, tiene poco que ver con la racionalidad mínima para evitarlos. Es allí donde nuestra historia se complica.

Habrá sido por la tensión del desalojo del Zócalo, por el "Grito", pero el hecho es que no se advirtió a la población con la severidad requerida de la gravedad de los fenómenos. ¿Quién es el responsable? ¿Quién o quiénes son los responsables de haber concedido las licencias de construcción? Allí a la vista de todos se edificaron los conjuntos y nadie los detuvo. Reubicar familias siempre ha sido problemático, lo vivió Acapulco con Ciudad Renacimiento. En Tabasco hasta hace muy poco tiempo había todavía cientos de familias de las áreas bajas por reubicar. La gente se resiste, es cierto. Pero ¿y qué decir de los conjuntos nuevos? Es tenderles una trampa. No sólo es ilegal, es un crimen llevar a familias enteras a fincar sus esperanzas donde se sabe que están condenados no a la desgracia, sino a la lógica destructiva.

La pérdida de capital familiar es una explicación del empobrecimiento de los pobres. Las medidas deben ser radicales. Porque de no ser así querrá decir que los mexicanos habremos dicho, atrapados por el cinismo, ¡Adiós, hasta la próxima!

Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

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