martes, 24 de septiembre de 2013

Roger Bartra - El parto de los montes

Las protestas contra las llamadas reformas estructurales han llevado a algunos políticos e intelectuales a intentar definir la coyuntura por la que atraviesa el país en estos días tensos. Me propongo aquí comentar algunas de estas definiciones. Para algunos es el gran momento de la reformas de fondo y del auge del liderazgo del presidente Peña Nieto. Estaríamos, por tanto, inmersos en un torrente de cambio dirigido hacia un futuro nuevo y moderno. Pero para muchos otros el panorama es desolador: estaríamos ante un gobierno débil e ineficaz, acercándonos a los peligros de una ingobernabilidad rampante y de una guerra entre culturas políticas irreconciliables.







En la derecha se teme una alianza del PRI con el PRD para imponer una reforma fiscal que molestaría a los empresarios y gravaría excesivamente a la clase media. En la izquierda hay el miedo de que cristalice una concertación del PRI y el PAN para aprobar una reforma energética que vendería el alma petrolera mexicana a las empresas extranjeras. Los rumores al respecto generan un gran desconcierto, que aumenta gracias a que los diputados y senadores de los partidos de oposición están ostensiblemente divididos por fracturas poco claras. Hay grupos de izquierda que rechazan la reforma fiscal por las mismas razones que arguyen los empresarios. Hay segmentos de la derecha que la aceptan. La confusión que reina en la élite política es notoria y lamentable. Hay quienes hablan de una crisis de las instituciones. Algunos creen que vivimos un autoritarismo desenfrenado. Por otro lado se oye hablar de la necesidad de poner un dique represivo a las manifestaciones agresivas de sectores marginales o minoritarios que protestan en las calles y carreteras. Se cree también que se están socavando las bases del sistema democrático.

Es posible que sea la reforma energética la que lleve la discusión (y la confusión) a momentos de gran enervamiento, alentados por una nueva oleada de movimientos, marchas y bloqueos. Aparentemente casi todas las variantes de la izquierda organizada coinciden en oponerse a cualquier apertura en la explotación del petróleo a las empresas privadas extranjeras o nacionales. Diríase que en este tema no hay mucho espacio para la negociación, pues en la izquierda no se quiere ni oír hablar de cambios en la Constitución que permitan esta apertura.

Pero no hay indicios de que en la sociedad haya una indignación generalizada por la propuesta de reforma petrolera del gobierno. Tampoco se puede prever la movilización de alguna disidencia importante en el poderoso sindicato de trabajadores petroleros. Este sindicato, al igual que el de los trabajadores de la educación, es una inmensa pirámide de corrupción. No presenta fracturas evidentes y su dirigente, el senador priista Carlos Romero Deschamps, no parece que vaya a protestar públicamente, aún en el caso de que la reforma expulse a su sindicato del consejo de administración de Pemex.

Acaso veamos momentos de cierta tensión política. Pero es muy posible que dentro de unos meses nos parezcan exageradas las opiniones que describen el panorama apocalíptico y caótico de un Estado enclenque. Y probablemente también comprobaremos que las reformas no fueron tan "estructurales" como se anunciaba y que el trabajo de implementarlas es muy difícil, lleno de obstáculos y terriblemente lento. Acaso las convulsiones, las promesas, los estremecimientos, las esperanzas y los temblores que muchos presagian acaben en un parto de los montes, y las grandes reformas no resulten ser más que un ratoncito enclenque.

La experiencia, no obstante, habrá valido la pena, ya que atravesar por un clima tormentoso puede fortalecer a la joven democracia mexicana. Las reformas, con todo, acabarán mejorando algunos aspectos de la vida política; y sus aristas defectuosas serán motivo para seguir impulsando cambios. Sin embargo, es de temerse que las convulsiones acaben lastimando seriamente el Pacto por México, una de las más creativas experiencias políticas que haya vivido el país en los últimos años. Tal vez una reforma política que impulse la parlamentarización del Estado podría revitalizar el Pacto y alargar su existencia. Pero la oposición deberá percatarse de que seguimos ante un reto imponente: frustrar el proyecto de restauración del antiguo poderío del PRI que pretende fortalecer un centralismo combinado con el poderío local de los gobernadores como tentáculos de la Presidencia. Desde luego, nada será como antes. Si la izquierda sigue cometiendo errores, podríamos desembocar en un sistema político bipolar. En el centro de este sistema habría dos partidos de derecha, el PRI y el PAN, y girando en su entorno los cuatro o cinco fragmentos de una izquierda que no supo cumplir su papel. Para evitar este desenlace aciago hay todavía una oportunidad: que el partido más poderoso de la izquierda asuma con audacia un reformismo radical que lo aleje de los oportunismos y populismos que lo arrastran hacia la marginalidad.


Fuente Reforma

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